De niño, recuerdo que entre las muchos periódicos y revistas que compraba mi padre, había un semanario en el que en cada número se le hacía un test, una batería de preguntas, no uno de estos a los que la pandemia nos ha acostumbrado, a algún personaje relevante del panorama nacional. Una de ellas, la única que aún guardo en la memoria, trataba acerca de cómo le gustaría morir al entrevistado.
Aquella cuestión me impactaba. Por aquel entonces, mi contacto con la muerte se limitaba al fallecimiento de la tía Soledad, una hermana de mi abuelo materno a la que, las pocas veces que visité, la recordaba postrada en la cama. Tía Soledad era alguien lejano para mí, aunque no por ello su muerte dejó de impresionarme, al acercarme por vez primera a uno de los grandes misterios de la vida y del que evitamos hablar, tratando de ignorarlo, a pesar de que lo que logremos con esa actitud es no estar preparados ante el único episodio inevitable de nuestra existencia. Buen ejemplo de lo que digo era la respuesta mayoritaria a la pregunta de aquellos personajes a los que hoy denominaríamos famosos: morir dormido, sin darme cuenta y variantes similares.
A lo largo de estos años, cuando la muerte se ha hecho más presente a mi alrededor, también yo me he preguntado muchas veces cómo me gustaría morir, a pesar de no ser famoso ni esperar que semanario alguno se interesase por mi respuesta, que siempre ha sido la misma y que hoy vuelvo a repetir como si fuera un mantra: ojalá pueda tener el valor de mirarla de frente, de aceptarla como parte de la vida que es, y poder ofrecer a quienes estén cerca mi agradecimiento a quienes compartieron mis días. Qué bonito queda escrito, qué difícil tiene que ser llevarlo a cabo.
Escribo esto cuando alguien con mucha vida como Juan Carlos Unzué, el guardameta sevillista de mi juventud, está a punto de recibir con todo merecimiento su Dorsal de Leyenda del Sevilla Fútbol Club. Por qué escribo sobre muerte y luego paso a hablar de alguien tan lleno de vida como el guardameta navarro, que defendió nuestro escudo durante siete temporadas. Porque no quiero evitarla, porque no deseo ignorarla, pasar por encima y hacer aún más dura la existencia a quienes se enfrentan a ella en un plazo más corto de manera consciente, ni tampoco dejar de ofrecer una oportunidad de prepararnos, de mirarla de frente, a quienes vivimos ajenos a su inexorable comparecencia en un futuro más o menos lejano.
Todos sabemos que Unzué padece una enfermedad degenerativa como la esclerosis lateral amiotrófica, la temida ELA, en la que progresivamente se van perdiendo funciones cerebrales relacionadas con la actividad motora, pero no así la inteligencia o la sensibilidad, que permanecen intactas. Todos sabemos cuál es el pronóstico, Juan Carlos lo sabe, pero no por ello ha dejado de encontrar un sentido a la vida, a la suya y a los demás, aunque no padezcamos enfermedad alguna.
El gran guardameta, aquel portero ágil y felino del Sevilla Fútbol Club que desatacaba en todas las facetas de su puesto y que hubiera hecho historia en nuestro país de haber sido unos centímetros más alto, nos está dando una lección de vida en su más amplio sentido, el sentido colectivo de la existencia. Lejos de presentarse como ejemplo de un campeón, un luchador nato, Unzué se ha planteado su batalla como una llamada de atención hacia el colectivo de personas que sufren la ELA. Su demanda es que el Estado, la sanidad pública, se comprometa en la batalla contra la enfermedad dotando de medios de investigación para buscar soluciones, ayudando a quienes la padecen y a sus familiares a tener una vida más digna y de la mayor calidad posible.
El 'Nunca te rindas' de Juan Carlos Unzué es una llamada a lo colectivo. Al nosotros, a hacer equipo. El 'Nunca te rindas' por el que lucha y reclama es un valor que encarna el espíritu del mejor fútbol, el saberse cada jugador parte de un todo al que llamamos equipo, el fundar la fortaleza en el grupo. Nuestro guardameta no habla de él sino de todos, de los que padecen la enfermedad y de los que pueden ser más fuertes sabiendo que su lucha es la nuestra, que nosotros no somos meros espectadores de un partido que se juega lejos de la grada, sino que todos formamos parte y tenemos responsabilidad en el resultado final.
Unzué, próximo a cumplir 55 años, demuestra con esa inteligencia y sensibilidad que no ha perdido ni perderá, que sigue siendo en la vida el mismo gran guardameta que fue en los estadios. Ahora su estadio es mucho más grande, ahora su figura se agiganta como nunca.
Juan Carlos Unzué Labiano, dirás que es un honor recibir tu Dorsal de Leyenda. Disiento, es el Sevilla Fútbol Club el que se honra reconociendo tu valía, es todo un honor que seas parte de los nuestros. Ojalá dejemos de hablar de tu lucha y seamos conscientes de que no es la tuya sino la nuestra. Porque gente como tú hace de la palabra nosotros la más bella del diccionario.