«Porque te quiero, te quiero, amor mío
En el desván donde juegan los niños
Soñando viejas luces de Hungría
Por los rumores de la tarde tibia
Viendo ovejas y lirios de nieve» (FGL).
La gitanería universal tiene dos capitales, una en el oeste, Jerez de la Frontera, y otra en el este, Budapest. Los gitanos y las gitanas no tienen norte (por eso no están nunca desnortados), son todo sur. Szalay ha sido el único jugador húngaro de la historia del Sevilla FC, extremo fino y frío, sevillano según Unamuno, de finales de los cincuenta del siglo pasado. Pero aunque solo Szalay haya vestido la camiseta blanca, las luces de Hungría del poema de ese gitano adoptivo que fue Lorca siempre han estado, iluminando a la gitanería de la diáspora que en Hungría y en Andalucía encontró algo parecido a una patria. Gitanería y sevillismo están íntimamente vinculados en mi biografía personal. Les cuento…
Mi abuela se crio y crió a mi madre en un corral de la Alameda de Hércules. Mi abuela limpiaba casas y fregaba. Mi abuela es la persona más cercana a la santidad, que según Levinas consiste en que te preocupe más la muerte del otro que la tuya propia, que yo he conocido. El primer compañero de mi abuela fue un gitano de nombre José Cortez, del que tuvo varios hijos. Entre ellos, mi tío Pepe; gitano, flamenco y sevillista delirante. Candilejas, así le llamaban a mi tío Pepe, era tan sevillista que se tiró al viejo Nervión cuando al SFC le robaron la liga en el último partido contra el Atlético de Madrid. Salió esposado entre dos guardias en la portada de la Hoja de los Lunes de la época. Yo nací después de que él muriera, pero su duende, los gitanos no tienen fantasmas solo duende, nunca me ha abandonado. Cuando voy a Nervión, al lado mío se sientan siempre en una fila cero del cariño mi amantísimo y elegante padre, mi querido tío Manolo y el gitano preclaro de mi tío Pepe. Mi padre y mi tío Manolo me hicieron nacer sevillista, pero mi tío Pepe obró el prodigio desde el otro lado; la eterna juerga en la que ya vivía cuando yo nací.
Yo no soy gitano, a mi pesar, pero noto esas luces de Hungría en la sangre. Mi tío Pepe era íntimo amigo de ese otro gran sevillista y gitano, Manolo Caracol. El cantaor que reinventó lo jondo había visto la luz primera en un corral de la Alameda donde siempre se respiró cante. En esas maravillosas y paupérrimas geografías se forjó mi sevillismo y toda esa memoria me viene a la presencia cuando escucho hablar de racismo en el fútbol y a esos desgraciados que gritan eso de ¡¡Sevillano, yonki y gitano!!
Durante muchos años, los clubes sevillanos, especialmente el SFC, han tenido que soportar cómo miles de personas cantaban a coro en el Bernabéu y en el estadio del Atlético de Madrid: ¡¡Sevillanos, yonkis y gitanos!! Tal ha sido la persistencia de ese grito racista y xenófobo que llegó a dar nombre a una peña sevillista y está estampado en muchas bufandas de los Biris. El sevillismo hizo de lo que pretendía ser un insulto racista un emblema de orgullo y coraje. Nada dijo Florentino Pérez contra ese grito, ni la prensa de Madrid, ninguna grada se cerró por ello. Hoy Florentino se pone al frente de la pancarta contra el racismo, bienvenido sea al club antirracista, pero nosotros tenemos memoria, perdonamos pero no olvidamos. Iremos a Budapest a por la séptima con un gitano de Los Palacios en el campo y otro gitano de Utrera en el tercer anillo de la gloria.