La grandeza del Sevilla Fútbol Club se puede ver en sus vitrinas. Esas seis UEFAs, la Supercopa de Europa, etc. Eso creía yo, como buen sevillista de finales. Sin embargo, por suerte, he tenido una educación que me ha permitido valorar desde bien pequeño la verdadera enormidad de este club.
Ayer, Juan Carlos Unzué recibió el XII Dorsal de Leyenda del Sevilla Fútbol Club y tuve la fortuna de asistir. Era mi primera vez en un acto de este tipo, ya que los anteriores me tuve que conformar con verlo desde el famoso sofá de mi casa (os hago un spoiler: esta semana vuelve a ser muy protagonista en este espacio). El homenaje se realizó en el antepalco, presidida por el grandísimo José Antonio Sánchez Araújo.
Y entre una multitud agradecida, me encontraba yo. No os voy a engañar, estaba muy nervioso. Se hallaban en el lugar auténticos referentes para mi: periodistas, jugadores, ex jugadores, entrenadores, directivos… Pero lo cierto es que, más que por mi, era por mi padre por quien sentía nervios. Si disfruté yo como un enano aquel día, imaginaos a una persona que coreaba los nombres de los jugadores que pasaron en los ochenta y los noventa por un Sevilla Fútbol Club que, para nada, es el mismo que el actual. Allí estaban Monchi, Moya, Rafa Paz, Diego Rodríguez, Manolo Jiménez, Antonio Álvarez, Carlitos y un largo etcétera que me hizo comprender lo que realmente importa en el fútbol.
Con anterioridad, ya os he citado en este espacio a Andrés Maya, aquel entrenador que me marcó tanto en mi etapa como futbolista. «El fútbol es un reflejo de la vida», decía. Y qué verdad es. Ayer el Sevilla Fútbol Club volvió a demostrar al mundo que en este deporte se puede ser agradecido. Los títulos son maravillosos, pero las personas se quedan siempre. Por la puerta de cristales del Ramón Sánchez-Pizjuán entraron una serie de jugadores (aquella plantilla que coincidió con Juan Carlos Unzué) que nunca hicieron que el sevillismo tocase plata. De hecho, el propio Monchi reconoció que «éramos un equipo que escuchaba partido tras partido aquello de ‘Otro año igual'». Sin embargo, allí se encontraban reunidos para acompañar a su compañero, a su amigo Unzué en uno de los días más importantes de su vida.
También se encontraban porteros tales como Zubizarreta, Andrés Palop, Javi Varas, Javi Díaz, Alfonso Pastor, etc. En definitiva, se formó una congregación de personas que, en mayor o menor medida, aportaron su granito de arena para que hoy el Sevilla Fútbol Club pueda presumir de grandeza por todo el viejo continente.
Pero, ahora, en mi querido sofá, converso con mi padre. ¿Qué es la grandeza? ¿Acaso son títulos? Me niego porque aquellos futbolistas que él idolatraba ya hacían grande a este club. ¿Entonces? Entonces, como buen sevillista de finales, mejor me siento a escucharle a él, que un poco más que yo si que sabe.
«El Sevilla Fútbol Club es grande por sus títulos, pero tiene grandeza por sí mismo. Al fin y al cabo, después del fútbol, lo que queda es la vida y los que recuerdas son por ser buenas personas. Quizás, aquel equipo (de los ochenta/noventa) no fuese el mejor técnicamente o el más sabio tácticamente, pero defendieron este escudo cuando ninguno quería. Cuando si venías a Nervión, lo hacías para no luchar por Europa o por títulos, cuando no era fácil. Hoy en día, pasa lo mismo. Lo fácil para el club sería no hacer este tipo de homenajes, no entregar estas insignias ni emblemas. A la vista está, que poquitos (o ninguno) desarrollan esta faceta (desgraciadamente)».
Pues por eso, queridos y queridas lectores, rebosa grandeza en los aledaños del Ramón Sánchez-Pizjuán. Porque reconoce a aquellos que con sudor y esfuerzo levantaron una entidad que hoy en día mira de frente a cualquier gigante europeo. Eso… eso vale más que cualquier título. Eso… eso tiene un valor incalculable. Este… este es mi Sevilla Fútbol Club, el que me hace sentir un orgullo inmenso.