Las barbas de tu vecino

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Estamos los sevillanos y sevillanas, a diferencia de vascos y catalanes, llamados a las urnas para dilucidar un tema de extrema relevancia para el desarrollo sostenible de la ciudad: la duración de la Feria. Y digo desarrollo sostenible porque hay quien al tercer día no se sostiene en pie y, por el contrario, hay quien necesita de cuantos más días mejor para, con lo que ganan, sostenerse el resto del año.

Estoy convencido de que el sevillismo en su totalidad tiene muy claro qué tipo de Feria quiere. Una Feria tal cual a la de este año. Una Feria que comience un sábado por la noche con las casetas de las Peñas (Al Relente, San Bernardo, etc.) a rebosar de ganas de pescaíto y cerveza. Una Feria que convierta al Sánchez-Pizjuán en la caseta familiar más grande de Sevilla y acoja a quien no tenga silla y mantel en el Real. Y una Feria que termine no el sábado siguiente con los fuegos artificiales, sino dos días más tarde, con tres puntos que saben más a gloria que una jarra de rebujito a las tres de la tarde y a 40 grados a la sombra.

Y un partido, como los que el equipo nos tiene acostumbrados últimamente: una primera parte anodina e imprecisa, una segunda parte de alegría, euforia y disfrute, y unos minutos finales de innecesaria tensión.

Lástima que las votaciones terminan mañana, que si las dejaran unos días más, lo mismo votábamos para que la Feria se extendiera hasta el domingo y los fuegos artificiales se lanzaran desde Nervión (en el otro lado de la ciudad, por donde se sale a Cádiz, lo más parecido que tienen a un fuego artificial es una palmera…)

Razones para el optimismo tenemos más que de sobra. Fíjense, si no, en la barba de nuestro entrenador, el gitano (y a mucha honra)

En sus orígenes, lucía barba canosa y luego ya totalmente blanca. ¿Podían ser síntomas de decrepitud, de ciclo terminado, de muerte anunciada? Quién sabe.

Pero enseguida empezó a teñírsela de diferentes tonos de marrón (castaño, oscuro, tirando a negro). Es como si la barba, y por extensión su modelo de juego, estuviera buscando su lugar en el mundo, probando diferentes tonalidades, distintas estrategias. La barba crecía, cambiaba de color, pero todo a su alrededor seguía igual para desesperación de cualquier buen aficionado a las barbas cuidadas y bien retocadas.

Y hete aquí que, de la noche a la mañana de autos, la barba desaparece y la cara del entrenador y la del equipo se vuelve otra. Más joven. Más alegre. Igual el truco estaba ahí. En afeitarse. En sacar a Suso.

En todo caso, el gesto puede convertirse en un aviso a navegantes del Guadalquivir en su antigua acepción. Cuando las barbas de tu vecino veas rapar…

Vale que el míster contrario no gasta complemento capilar, pero luce pelazo y nos sirve. Vale menos la literalidad de un refrán que nuestras ganas de verlo trasquilado y, por extensión, continuar con la Feria unos días más.

Así sea.

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