Ha querido el azar que en la misma semana hayan sido destituido dos entrenadores que podrían haber bebido de la misma fuente de aprendizaje o, como decían nuestra madres, que fueron cortados con la misma tijera. El Sevilla Fútbol Club prescinde de Jorge Sampaoli al unísono con el Elche concluyendo su relación con Pablo Machín. Casualmente, dos entrenadores caracterizados por hacer de la obstinación su principal cualidad y, en este caso, su principal defecto ya que en ambos casos les supuso acabar su vinculación con nuestro club antes de tiempo y debido a evidentes fracasos.
La tozudez de querer implementar una defensa de tres centrales sin tener mimbres para ello supuso para Machín su despido tras ser eliminado de la Europa League en los octavos de final por el Slavia de Praga. Una defensa en la que estaban Mercado, Carriço, Kjaer, Sergi Gómez y Wober era un auténtico coladero, resultando especialmente sangrante el rendimiento del central danés, quien posteriormente se ha revelado como un extraordinario baluarte tanto en la selección de su país, donde es un auténtico referente, como en el AC Milan italiano. Un equipo con Ben Yedder, Navas, Mudo Vázquez, Sarabia y Banegas, terminó tan depreciado en su comportamiento que el desquiciamiento se apoderó de sus jugadores, hasta el punto de que el genio Ever protagonizó una de sus expulsiones más deshonrosas fruto de la descolocación en la que le sumía el entrenador, ya que le obligaba a jugar en una posición de mediocentro muy alejada de su hábitat natural e inapropiada para sus habilidades. Argumentaba por entonces Machín que el motivo de sacar a Banega de su zona de juego natural obedecía a la ausencia de un central que supiera sacar el balón del terreno propio. Su solución era, por tanto, sacrificar el talento del mago argentino antes que cambiar de sistema de juego y renunciar a los tres centrales. El sistema por encima de todo.
Por aquel entonces, Machín era un prometedor joven entrenador que había sobresalido en un club modesto como el Girona y afrontaba el reto de dirigir a un equipo de relevancia europea. Su carrera posterior ha pasado por el Español, Alavés, Al-Ain, Al Raed y Elche. Su obstinada apuesta por el sistema seguirá intacta a buen seguro pero no parece que los resultados le hayan dado la razón.
Como tampoco se lo han dado a Jorge Sampaoli en su segundo periplo en el Sánchez-Pizjuán. Su llegada supuso para algunos sevillistas -entre ellos, quien suscribe- un halo de esperanza de reconducir una temporada que había empezado torcida por la desidia de un entrenador que no tenía la mínima implicación necesaria con el proyecto, lo cual se plasmaba en un equipo mortecino deambulando por los terrenos de juego en los meses de agosto y septiembre. El recuerdo de un Jorge Sampaoli con el que el Sevilla Fútbol Club había peleado durante tres cuartos de la temporada 16/17 por el liderato liguero con una primera vuelta primorosa de juego hacía confiar en que era posible solucionar el desaguisado inicial.
Hasta el parón del Mundial y debido a la aglomeración de partidos por la fusión de las competiciones nacional y europea no se esperaba una reacción revolucionaria. Más bien las esperanzas estaban puestas en la pretemporada invernal y en la posibilidad que le daba al entrenador de involucrar a los jugadores en su proyecto. En efecto, en el mes de enero se empezó a ver a un Sevilla Fútbol Club que plasmaba en el campo un patrón de juego que le permitía alejarse de la zona peligrosa por la que transitaba y que reportaba a algunos jugadores como Navas, Rakitic, En-Nesyri e incluso Joan Jordán una mejora en su valoración por parte del sevillismo. Sin embargo, todo quedó en un espejismo.
Con las lesiones de Badé y de Rekik uniéndose a la baja de larga duración de Marcao, el castillo de naipes de Jorge Sampaoli en el Sevilla Fútbol Club se desmoronó debido a su tozudez de persistir en un sistema de juego con tres centrales imposible de ejecutar por la sencilla, simple e irrefutable razón de que sólo disponía de un central. Hasta tal punto ha llegado la obstinación del argentino por mantener el sistema que ha sacrificado a buena parte de sus jugadores sacándolos de su posición natural. No es extraño que futbolistas como Telles y Acuña, laterales obligados a jugar de central, o Bryan Gil, extremo forzado a hacer de carrilero, hayan perdido la confianza en el entrenador.
¿Y qué decir de Rafa Mir? Un delantero centro que lo mismo tenía que desempeñarse por el exterior izquierdo como por el derecho y veía cómo el recurso para reemplazar a En-Nesyri en la punta del ataque han sido en ocasiones Ocampos, Suso e incluso Rakitic para ejecutar ese invento diabólico del ‘falso nueve’. Háblenle a Rafa Mir de Sampaoli y será como nombrar la soga en casa del ahorcado.
Consecuencia de todo ello ha sido que el mismo cadáver futbolístico que deambulaba por los campos en agosto y septiembre reaparecía en abril en el Metropolitano para recibir media docena de goles y era sometido con facilidad en Getafe desperdiciando una oportunidad de distanciarse de la zona caliente de la clasificación.
La decepción es Jorge Sampaoli y la esperanza ahora para el Sevilla Fútbol Club se llama Mendilibar. Aunque, más allá de nombres, sistemas, estilos y propuestas futbolísticas, lo único que el sevillismo espera es algo tan simple como ver a sus jugadores jugando en la posición en la que acostumbran. ¿Será posible?