Escribo este artículo horas antes de que tenga lugar la junta de accionistas del Sevilla. A lo largo de estos días ha regresado con más fuerza si cabe la noticia de la más que posible venta de nuestro club ― perdón, nuestra sociedad anónima deportiva― a un fondo de inversión extranjero. ¿Dirán algo, por cierto, los sevillistas de Vox a esto, o en el tema de extranjeros hay diferencias?
Hace tiempo que los clubes de fútbol dejaron de ser propiedad de los socios. Apenas quedan unos cuantos: Real Madrid, Barcelona, Athletic de Bilbao y Osasuna, aunque este no sabemos por cuánto tiempo, vista su delicada situación económica. A pesar de todo, los sevillistas, al tener el accionariado muy atomizado, fuimos los que más nos acercábamos a aquella figura romántica en trance de desaparición. Muchos compramos en su día un modesto paquete de tres acciones, a diez mil pesetas, sesenta euros, cada una y, aunque desde el principio hubo grupos que amasaron un buen número de acciones, y hasta llegamos a ver amenazada nuestra propiedad por el grupo de Antena 3, logramos llegar hasta aquí. Hasta hace muy poco, cuando se desató la fiebre de compraventas de acciones y que ha dado lugar al momento en el que estamos.
Todos somos conscientes de que al mundo del fútbol llegaron millonarios de pasado oscuro. La influencia de la televisión ha convertido el fútbol, un espectáculo de masas popular como ninguno, en un auténtico negocio que no se les podía escapar a las grandes fortunas del mundo. Quien más quien menos conoce los nombres de presidentes de clubes ingleses que tienen muy poco de ingleses a pesar del Brexit. Y qué decir de quienes han invertido en la liga española: Valencia, Atlético de Madrid, Málaga…
El ejemplo del Sevilla ha sido milagroso. Un accionariado diverso, y andaluz, no se olvide, ha logrado ser un modelo de gestión empresarial que se estudia en escuelas de negocio, un modelo económico y deportivo que, en la capital de una de las comunidades autónomas más pobres de Europa, en un combate con grandes fortunas, ha logrado nada más y nada menos que seis títulos europeos y tres nacionales en diez años, y no ha logrado más porque la liga española tiene un modelo de distribución de ingresos tan ajeno a la competición real (nada que ver con la NBA de baloncesto, o la Premier inglesa) que le ha obligado a reinventarse todos y cada uno de los años, asumiendo unos riesgos deportivos de fracaso casi insostenibles, y sin embargo, lo ha hecho, y ahí están los resultados que cada año logra.
Lo del Sevilla ha sido un prodigio que un país tan asimétrico como este al que pertenecemos no se podía permitir. Y ahora parece que toca reconducirnos para que volvamos a ser lo que fuimos, esto es, uno más. Como el Valencia de Peter Lim, como el Málaga del jeque Al Thani, como tantos otros clubes que se vendieron con promesas de títulos, fichajes y glorias que acaban siendo un auténtico bluf, una mera operación especulativa donde unos y otros darán el pelotazo (ese sí que es un pelotazo y no los scottazos con los que me crié como sevillista) mientras a otros nos desgarran el corazón.
Lo peor de todo es que quienes están detrás de la compra son fondos de inversión, esto es, agrupaciones de personas que ponen su dinero para obtener beneficios. Nuestro próximo dueño, si todo sucede, no va a tener cara ni ojos, todo lo más un chivo expiatorio o gestor con el que desahogarnos, pero poco más. Por si hay sevillistas que no lo saben, los fondos de inversión son los dueños de muchas empresas en las que especulan, en las que entran si ganan o se van a otras si pierden (o empatan, porque solo están para ganar…dinero). Son los responsables de los despidos de muchas empresas no suficientemente rentables, los que ponen de patitas en la calle a los cincuentones por viejos; los que han traído la crisis y los que se benefician de ellas, los dueños de los fondos de pensiones y de toda la economía especulativa que ha traído al mundo pobreza y desigualdad, migraciones y nacionalismos, guerras. No habrá un Abramóvich, ni un Nasser Al- Khelaïfi al frente del Sevilla, sino una cuenta de resultados que tributa lejos, muy lejos, del Sánchez Pizjuán, nos pongan a quien nos pongan de presidente fllorero, aunque sea, un poner, Monchi.
Si el Sevilla se vende acabará una fórmula de éxito y quizás nos lleve a medio plazo a la debacle, y ejemplos tenemos muy cerca, con clubes en los que se desembarca haciendo promesas en chino o en árabe, porque no se sabe ni cómo se dice defensa central, para acabar rezando por que se vayan y nos dejen las cenizas de lo que tuvimos, volver a ser lo que fuimos, dice el himno de Andalucía que cantaron los Biris el miércoles copero. Ojalá no enterremos lo que ha sido un ejemplo de cómo hacer las cosas para un pueblo tan necesitado de faros con los que orientarse en este mundo de sombras que nos ha tocado vivir.