El Sevilla Fútbol Club sigue espeso, mal, sin faro ni guía en el campo. Solo vemos múltiples centros hacia la nada del domingo ante el descentrado Villarreal. Sin plan en el banquillo, pocos cambios y errados. Mientras en el palco sigue la bronca, veremos qué pasa en la Junta de Accionistas. Hay demasiados años y millones en la plantilla. Hace falta resetear el programa sin alterar sustancialmente el proyecto. Ganar es urgente, pero lo es mucho más serenar y estabilizar el ritmo y la ruta. Para todos, eso implica entender la naturaleza del sevillismo.
«El Sevilla somos nosotros», gritaba la grada en la tarde-noche. Cierto. Pero vayamos por partes. Uno puede nacer siendo del Sevilla Fútbol Club o elegir ser sevillista. Yo nací sevillista, no fue una elección libre. No fue una decisión, sino una herencia. Soy sevillista por cuna, no por gusto. Por eso estoy tan agradecido. Cuna y fortuna, amén de rimar, contienen otras similitudes más semánticas que fonéticas. La lotería genética de la que hablan los sociobiólogos distribuye al azar dones y déficits. No es individualmente justa, pero sí colectivamente. Al final, las cosas son como son. Podría haberme tocado ser Palmerín, pero no tuve la fortuna de ser sevillista.
La inmensa mayoría del sevillismo es genética. No somos un club gustoso. Dejemos el gusto para el melocotón en almíbar. Frege, el gran lógico formal del siglo XX, respondió ante la presión que demandaba elegancia a la matemática, diciendo: «Dejemos la elegancia para los sastres». Dejemos nosotros el gusto para Master Chef. Somos una afición telúrica. Somos hermanos de sangre, no espectadores de butaca. Los vecinos nos ganan en simpatizantes por goleada, tanto como nosotros a ellos en títulos y victorias en el terreno de juego a lo largo de los años. Este es el puto Sevilla Fútbol Club, no el club de la Comedia. Estamos solos y fuera del mercado de la imagen y los gustos. Punto.
Ahora toca unidad y apretar los dientes. Mendilibar, cuando vino, era un entrenador sin futuro; por eso triunfó y nos salvó. Eso es lo que necesitamos ahora. Diego Alonso deberá envejecer de manera forzada como los actores, por milagros del atrezo. Si quiere tener futuro, deberá fabular un pasado, entrenar como si fuera un viejo al borde de la jubilación. Ya sé que es lo contrario a lo que se trajo, lo sé. Pero no es tiempo de exquisitez. En 20 minutos, ningún equipo holandés te puede meter tres goles, aunque tengas diez o siete jugadores en el campo. Un anodino Villarreal no puede empatar en 40 segundos. De lo contrario, y como decía Bogart en Casablanca, siempre nos quedará Caparrós, que ha sido hasta el momento el que mejor ha entendido al sevillismo. La cantaora de Jerez de la Frontera, Tía Anica la Piriñaca, cuando cantaba por seguiriyas le sabía la boca a sangre, lo mismo que le hierve la sangre roja al de Utrera con el Sevilla Fútbol Club.