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Qué bacán este Sevilla, guacho

Amo a Argentina. Tres palabras, directas. Me declaro fan de la tierra del bife de chorizo y el asado. Quizás sea por mi admiración a los artistas argentinos, que no son pocos. Pero me decanto más, otra vez, por mi padre. Esas historias que me cuenta de aquel Sevilla Fútbol Club con un acento argentino imborrable, ¿será eso? Seguramente. Es más, me atrevería a decir que sí. Porque añoro esos tiempos, envidio a aquellos sevillistas que disfrutaron del Diego. Estoy convencido casi al cien por cien de que cambiaría algún título por haberlo visto en el Ramón Sánchez-Pizjuán. 

Pero, ¿sabéis a quién me nombra mi padre con una sonrisa? A Carlos Salvador Bilardo Digiano. Me encanta decir los nombres completos, por cierto. Le da un tono de grandeza, aunque a este poco tono le hace falta. Recuerdo mi cara de emoción mientras mi viejo me contaba aquellas historias: «Y se levantó del banquillo y dijo que los suyos eran los ‘coloraos'». Yo enloquecía, y aún enloquezco. Me marcó hasta un punto que me asocié a mi querida peña ‘Pisalo’. Ahí me terminaron de hacer ‘bilardista’.

Sí señor, un ‘bilardista’ sin haber presenciado nunca un espectáculo del doctor. Quizás fuese porque su mentalidad casaba mucho con la mía o la forma de ver el fútbol. Un deporte que gana quien más goles mete y en el cual la frase «por lo civil o lo criminal» se pronuncia con un aspecto de lo más positivo. Pero, también será por mi eterna admiración a una persona que, sin haber mamado sevillismo, cambió la historia del Sevilla Fútbol Club para siempre.

Quizás fuese porque en 2016, cuando llegó a Nervión Jorge Sampaoli, algo se me removió en el estómago. Un argentino, en Sevilla, y con igual casta y coraje que cualquiera que estaba en las gradas. Aunque creo que lo que terminó de apuntalar mi plena devoción al ‘bilardismo’ fue aquel entrenador de fútbol que tuve durante más de media etapa como jugador. Andrés Maya, una de las pocas personas que he conocido capaz de levantarte del banco en la previa de un partido. Con el tiempo, gracias a mi padre, entendí que él también era bilardista. Y es que, en la tierra de las procesiones, de la fe incondicional a unas imágenes, estaba escrito que este entrañable personaje dejase huella.

Por este, por Bilardo, sí que estoy seguro que cambiaría un título por haberle visto. Porque soy sevillista de finales, pero ver levantar una grada desde el banquillo me fascina. Vellos de punta.

La semana pasada conté mi añoranza a aquella ‘otra mentalidad’ de la que pudieron gozar los veteranos de guerra en Nervión. Pero hoy vengo con mi imaginación, quizás esta empujada por mi, insisto, envidia a aquellos que disfrutaron del doctor. Pero veo pequeñas similitudes que me emocionan, me levantan de mi asiento en mi querido gol norte. Ay, mi Sevilla Fútbol Club, el equipo más bacán.

El martes, en Champions League, magníficas sensaciones. Oportunidad de oro para abrir las portadas al día siguiente con un claro y directo: «Un argentino, de nuevo, levanta Nervión». Porque sí, fue un sudamericano de aquella hermosa tierra (prometo ir personalmente a conocerla) el que tiró de un equipo unido. El que, a día de hoy, más me transmite la casta y el coraje del Sevilla Fútbol Club. Lucas Ocampos. Seguramente no sea el mejor dotado técnicamente, pues su compatriota ‘Papu’ Gómez le da varias vueltas en este aspecto. Pero su empuje hizo que el Ramón Sánchez-Pizjuán vibrase de nuevo, como en las grandes noches. Nadie es profeta en su tierra, dice el refrán (Eduardo, te cojo prestada la idea de los refranes). Algo de cierto tendrá, cuando el equipo más al sur de Europa de los que compiten en la Champions League, bota al ritmo de varios guachos.

Perdóname, papá, estoy divagando ya. Pero estoy segurísimo de que el Sevilla Fútbol Club es el equipo más bacán. Tengo una obsesión gigante por imaginarme a Bilardo en el banquillo, a Simeone y Maradona en el campo, a argentinos defendiendo la casta y el coraje a capa y espada. En todo caso, ya me callo. Ya me siento en el sofá a escucharte. A ver cómo me sigues explicando la suerte que tengo por ser un sevillista de finales, pero a hacerme rabiar de envidia con aquellas anécdotas tuyas. Gracias a ti también, Bilardo, porque sin haberte visto me transmites más que muchos. Aquí se despide un bilardista más.

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