En estos días, los objetores de conciencia al fútbol de Estado nos aburrimos. Llevamos como buenamente podemos este peculiar síndrome de abstinencia. Y como el tedio es tedioso, especulamos. Un Mundial en mitad de la temporada es, para un adicto al Sevilla Fútbol Club, como un curso de mindfulness obligatorio que me fuerza a pensar en la nada o a no pensar en nada.
Nunca me ha quedado claro si eso del mindfulness es lo uno o lo otro, ni siquiera qué es lo que es, si es que es algo. En el mejor de los casos, el mindfulness es como unas vacaciones de lujo de la actividad cerebral, pero yo no me puedo permitir ese capricho californiano. Es decir, en definitiva, sin mi Sevilla Fútbol Club, solo me consuela la especulación (otra de las drogas favoritas del espíritu hegeliano).
Y una de mis especulaciones en medio de este páramo emocional que es para mí el Mundial, tiene que ver con la irracionalidad de muchas de nuestras reacciones desmesuradas ante eventos altamente improbables. Es bien sabida la torpeza que la parte consciente de nuestro yo tiene para operar con probabilidades, no así nuestro cerebro inconsciente, que es bayesiano. Un ejemplo de esta impericia es el hecho de que muchas personas juegan a la lotería o que les aterran los tiburones, un poner. Y todo ello a pesar de que la probabilidad de que te toque la lotería o de que devore un tiburón son ínfimas.
De este tipo de despiste estadístico se aprovechan las compañías aseguradoras, que siempre operan como agentes optimistas (más bien realistas) y apuestan por lo mejor (que tu casa no va a arder, por ejemplo). En oposición al optimismo realista de las empresas de seguros, se encuentra el pesimismo iluso del cliente que paga la póliza porque cree que lo peor está por venir (la casa arde).
En medio de este arco voltaico entre ilusión ilusa y terror paralizante, nos hemos movido la afición del Sevilla Fútbol Club este año. Al comenzar la temporada, miren el entusiasmo inopinado en el acto de presentación de Isco, nos hemos comportado como ilusos jugadores de lotería, ignorando los enormes déficits de la planificación y el rechazo que el estilo de juego de Lopetegui provocaba en el sevillismo. Esto se veía venir, pensamos en el presente, con solo sumar años y restar centímetros. Luego, cuando la triste realidad del día después del sorteo se ha impuesto, ahora, nos estamos comportando como aterrorizados bañistas que creen haber visto las aletas de un tiburón en Chipiona.
No es que yo recomiende un poquito de mindfulness al aficionado del Sevilla Fútbol Club, ya tenemos bastante con el dichoso Mundial del desierto, pero sí recuperar ese realismo mágico que nos ha hecho grandes, como somos.