Absurdos lamentos

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La mercantilización está provocando en el fútbol una profunda transformación. Las consecuencias no siempre son beneficiosas para la práctica deportiva, en tanto que la faceta que se está imponiendo en esta actividad que tanto nos apasiona es su vertiente de negocio. Con ella, muchos miles de personas se están haciendo millonarias: futbolistas, entrenadores, gestores, agentes, árbitros, federativos y algunos más. El fútbol ha dejado definitivamente de ser un deporte y se ha convertido en un espectáculo enormemente lucrativo, cuya explotación está creciendo a un ritmo vertiginoso que amenaza con convertirse en una burbuja similar a tantas otras que, en su momento, explotaron provocando en ocasiones graves daños.  

Cuando esta abrumadora mercantilización provoca efectos indeseados en la vertiente deportiva, algunos expresan lamentos que no son más que inútiles quejas, en lugar de poner a funcionar su cerebro y buscar soluciones en beneficio propio. Es lo que le ha pasado recientemente a Pep Guardiola, un magnífico entrenador que dice extraordinarias imbecilidades cuando se sale de la parcela estrictamente futbolística. En la jornada previa a la disputa de la Supercopa de Europa, el técnico español se quejó de que la acumulación de partidos constriñe las pretemporadas y las preparaciones físicas de los jugadores con consecuencias nefastas en forma de lesiones. Y como única solución lo que propone es ¡¡¡una huelga de futbolistas!!!  

Al intelectualoide técnico español no se le ocurre exponer este problema ante el multimillonario grupo de inversión de Emiratos Árabes Unidos, que es propietario de su club antes de realizar las giras de pretemporada o antes de adquirir jugadores pagando cientos de millones de euros. Ni mucho menos, lógicamente, se le ocurrió poner la más mínima objeción cuando fue a firmar el multimillonario contrato que le pusieron sobre la mesa. ¿Por qué en ese momento no se preocupó de dónde saldría el dinero con el que le iban a pagar su ficha todos los años? Era un buen momento para que Guardiola hubiera renunciado a unos cuantos millones para que sus jugadores no tuvieran ese año que irse de gira a Asia o a América. Si los clubes y las ligas organizan dichos eventos en otros continentes, no es más que para pagar las altísimas cifras que, por todos los conceptos, se pagan en el fútbol internacional.

Si el entrenador español del City tuviera tantas neuronas como se presupone dada la verborrea que acostumbra utilizar, podría haber propuesto que se ampliaran las plantillas de futbolistas de cada club para que, en lugar de 25, fueran 30, de tal manera que pudieran realizarse más rotaciones y no se acumularan tantos partidos en las piernas de los mismos jugadores. De paso, se darían oportunidades de profesionalización a más futbolistas. Incluso cabría la posibilidad de obligar a que los clubes tuvieran un número mínimo de canteranos.

La situación expuesta por Guardiola puede ser tan certera como apuntar que la coincidencia de la competición liguera con el mercado de fichajes genera efectos perniciosos. Sin embargo, se queda en una queja inútil y absurda si no se plantea ninguna solución al respecto ni se realiza más aportación que la de incitar a una huelga de futbolistas, por mucho que algunos, embaucados por la huera dialéctica, lo consideren “abrir un debate”, lo que pone de manifiesto su extraño concepto de lo que es debatir.

El verdadero debate que necesita el fútbol es cómo conciliar la avidez económica de sus participantes con el ejercicio del deporte. La globalización de los mercados, en este caso, el televisivo, ha provocado que el interés por el fútbol haya crecido exponencialmente, ampliando en la misma proporción los movimientos de capitales, de los cuales nadie quiere abstraerse, antes al contrario, todos reclaman su parte de una tarta cada vez más grande, de ahí que tanto a clubes como a federaciones nacionales e internacionales les interese organizar cuantas más competiciones, mejor, y con más participantes. A corto plazo, esta dinámica difícilmente va a parar, como lo demuestra el hecho de que cada vez más países —este año ha sido Arabia Saudí— se estén incorporando al lucrativo negocio del fútbol.

Por ello, aquel club, director deportivo, o entrenador que mejor sepa adecuarse a las nuevas circunstancias tendrá mucho camino recorrido para resultar triunfante. Para lamentos y quejas, ya estamos los aficionados y observadores del fútbol; la responsabilidad de quien cobra millones a raudales es ofrecer soluciones y alternativas, y no llamar a la huelga.

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