La crisis en la que ha entrado el Sevilla Fútbol Club muestra una doble cara al tiempo optimista y pesimista. Si hablamos de crisis, es evidente que la situación actual del equipo dista mucho de ser halagüeña. No sólo debido al 1 de 9 firmado en los tres primeros partidos ligueros, sino también por la imagen de colectivo endeble y pusilánime que se ha ofrecido. Sobre todo, en la última cita ante el Almería, cuando estaba todo a favor para haber sumado tres puntos. El optimismo surge cuando, al analizar los pormenores de lo acontecido, se concluye que el origen de los males se encuentra en la labor del entrenador, lo cual ofrece una solución inmediata que, por otro lado, es la evidente e histórica en el mundo del fútbol.
Julen Lopetegui ha perdido el crédito tanto ante la afición como ante los propios jugadores del Sevilla Fútbol Club, los cuales han dejado de creer en su idea futbolística y también en su capacidad para gestionar los partidos y, sobre todo, los inconvenientes. Este hecho supone un perjuicio para la entidad aún mayor que el estrictamente deportivo, pues incumbe directamente al modelo de negocio sobre el cual se asienta su trayectoria, y su historia reciente. En la filosofía empresarial de sostener el presupuesto sobre la base de vender caro a los futbolistas que compró barato es condición imprescindible que quienes saltan al césped se desempeñen de manera meritoria, a fin de que sus cotizaciones de mercado se revaloricen en la proporción en la que necesitan las cuentas de la entidad.
Por tanto, si el entrenador no es capaz de sacar el máximo rendimiento a sus jugadores, se genera una crisis de carácter tanto deportivo como financiero, de ahí que la continuidad de Lopetegui sea actualmente un lastre en términos monetarios. Es preferible afrontar su finiquito por alto que sea antes que mantenerlo en el cargo durante mucho tiempo mientras la cotización de los activos del club se va depreciando semana a semana. La labor del técnico es, por tanto, tan importante para el modelo de negocio del Sevilla Fútbol Club como la del propio director deportivo al desplegar todas sus habilidades para captar nuevos valores. De nada sirve que Monchi capte a desconocidos Koundés, Alves, Adrianos, Sarabias, Ben Yedderes, etc. si posteriormente no hay un entrenador que los revalorice.
Bajo ningún concepto puede pues el Sevilla Fútbol Club permitirse traicionar su idiosincracia empresarial como, en efecto, ha hecho en los últimos años.
Ante las críticas absurdas de quienes nos quieren mal, como es la prensa madrileño-madridista con sus voceros apesebrados de El Padrino Florentino, el presidente Pepe Castro sucumbió a los comentarios de que el Sevilla Fútbol Club nunca llegará a competir contra los poderosos porque vende sistemáticamente a sus mejores jugadores. Atender semejante desatino ha supuesto de facto renunciar al principio ineludible que debe mantener nuestro club si quiere conservar su verdadero objetivo, el de distanciarse del resto de los equipos ‘mortales’. Jamás codearse con los poderosos puede ser propósito sevillista pues para ello sería necesario reproducir un régimen, como el franquista, que fraguó la rivalidad madrileño-barcelonista durante casi medio siglo. De aquellos polvos vienen estos lodos que enfangan todo el fútbol nacional e impiden cualquier atisbo reformista.
No haber vendido a En-Nesyri en la primera oportunidad cuando desde la Premier ofrecían el doble de lo que costó, ni aceptar las ofertas que llegaron por Lucas Ocampos tras su hiperexitosa primera temporada deben ser hoy motivos de arrepentimiento en la planta noble del Sánchez-Pizjuán, pues supusieron dejar pasar la oportunidad de mantener en equilibrio el presupuesto. Hacerlo, además, en época de crisis económica general por culpa de la pandemia fue una torpeza mayúscula de la que convendría aprender.
El fructífero modelo de negocio ejecutado por Monchi debe ser el faro que guie el devenir del Sevilla Fútbol Club por encima de veleidades aventureras del presidente y de comentarios infundados de necios foráneos a quienes la centralidad del país les hace creerse más inteligentes de lo que realmente son.