Mala cosa cuando el foco de atención de un club de fútbol no está en lo que acontece en el campo de juego, sino en las cuitas de los despachos. Eso es lo que le viene pasando al Sevilla Fútbol Club desde que cumplió la condena judicial que impedía al máximo accionista ostentar cargos de representación. Consulten las fechas y verán que eso es así, porque, no seamos ingenuos, la inestabilidad accionarial que vive el club nervionense no es consecuencia de la mala trayectoria deportiva, sino todo lo contrario, es causa. Aunque cueste trabajo creerlo, hay muchas personas en el mundo que apuestan por la estrategia de generar soterradamente males al colectivo, para posteriormente aparecer en escena como la solución ideal para el mal que ellos han creado. Una estrategia tan antigua como la vida misma.
En el caso del Sevilla Fútbol Club este ardid se ve magnificado y facilitado por la inoperancia de los gestores de la entidad, quienes favorecen a su oponente a base de adoptar decisiones erróneas y de conducir a la entidad a una senda de declive que, necesariamente, trasciende lo institucional y se plasma en lo deportivo. Hasta tal punto el panorama es desolador que, el día después de un derbi, el sevillismo está más atento al relevo en la presidencia del club que a comentar lo acontecido en el estadio el día antes. Qué lástima, Sevilla Fútbol Club, hacia dónde te están llevando entre unos y otros.
Lamentable e inexorablemente el Sevilla Sociedad Anónima está haciendo un daño gravísimo al Sevilla Fútbol Club sin que absolutamente ninguno de los miembros que componen la empresa sevillista esté eximido de su parte alícuota de culpa, ya que todos ellos, sin excepción, están anteponiendo el interés de su dinero y su patrimonio al buen desarrollo de la entidad. Ningún colectivo humano está al margen de este axioma. Desde el más básico y elemental, como puede ser una familia, hasta la multinacional más potente que disponga de un presupuesto multimillonario, debe basar su actuación en la búsqueda del beneficio común para, indirectamente, propiciar el bienestar de todos y cada uno de los individuos que lo componen. Una vez quebrado este principio, cualquier resultado no puede ser más que nefasto para la colectividad en su conjunto.
En el Sevilla Fútbol Club actual, todos y cada uno de sus grandes accionistas han incumplido este pilar fundamental para el buen funcionamiento de la empresa, incluido quien ahora se presenta como el salvador de la entidad a través de una campaña de imagen en medios de comunicación y redes sociales tan manipuladora como innecesaria, pues su posible elección como presidente del club no depende de la voluntad de un cuerpo de electores sino del número de acciones de cada socio de la entidad mercantil llamada Sevilla Fútbol Club Sociedad Anónima Deportiva.
El presidente, que tuvo que dejar su cargo porque la justicia le sentenció a entrar en la cárcel ante los delitos cometidos con dinero de todos los ciudadanos españoles, ha contribuido tanto como los actuales gestores al declive del club; en primer lugar, porque los pactos que ahora le dificultan acceder al mando los firmó con su puño y letra cuando estaba en prisión, y las personas con quienes los firmó eran precisamente aquellos a quienes ahora denosta porque, efectivamente, su gestión está siendo nefasta. Nadie obligó ni forzó la voluntad de José María del Nido Benavente para rubricar los documentos que dejaban al Sevilla Fútbol Club en manos de su hijo, José María del Nido Carrasco, y de Pepe Castro, quienes entonces eran tan torpes e incompetentes como ahora. Sin embargo, cuando firmó no pensaba de ellos lo mismo que piensa ahora, quizá porque en aquella época creía que serían los ‘tontos útiles’ a los que podría manipular para él seguir haciendo y deshaciendo desde la prisión de Huelva, donde cumplía condena.
Pero las marionetas le salieron respondonas y, aunque supusiera desestabilizar a la entidad, el despechado Benavente ha emprendido mil y una batallas judiciales, de las cuales ha salido mayoritariamente derrotado, para intentar desligarse de lo firmado. Él, y sólo él, puso a su hijo y a su entonces vicepresidente al frente del club; y él, y sólo él, ha provocado una guerra accionarial que ha acabado con la concordia necesaria para el buen funcionamiento del club.
Pretender que todo este rosario de irresponsabilidades de gestores y accionistas no tenga incidencia en el terreno de juego es de ilusos. Como de ilusos es pensar que la nave sevillista puede enderezar el rumbo mientras siga en manos de las mismas familias que la están llevando a la zozobra.