Como fuera de casa…

Queridos becarios de este nuestro periódico digital dedicado al Sevilla Fútbol Club que es La Colina:

Como sé que sois vosotros los que leéis los artículos de opinión antes de hacerle un resumen a nuestro ínclito director y que así parezca que está al tanto de todo lo que escribimos sus “amados y respetados colaboradores”, vaya por delante que, aunque al principio no lo parezca, hoy también voy a hablar del Sevilla Fútbol Club, que es para lo que estamos.

Pero es que quiero arrancar esta columna mencionando a uno de los mejores actores secundarios que ha dado el cine español desde aquel año en que este noble arte se colocó séptimo en la clasificación general. Se trata de Antonio Gamero, no sé si os suena. Participó en películas como ‘La vaquilla’, ‘El viaje a ninguna parte’, ‘El bosque animado’, ‘Divinas palabras’ o esa obra maestra dirigida por José Luis Cuerda que se titula ‘Amanece que no es poco’.

Antonio Gamero, más allá de por bordar sus papeles en el cine, también tenía fama por divertir a quienes le rodeaban con sus más que ingeniosas frases lapidarias. Una que, aún sin venir a cuento, no me resisto a compartir con vosotros, decía: «No les cuentes tus penas a los amigos. Que les divierta su p*** madre». A saber con quién se juntaba este hombre, el pobre…

La otra frase, que es la que viene a colación de lo que estoy a punto de contar hoy a la Colina, y que arranca con el titular de este artículo, es: “Como fuera de casa no se está en ningún sitio”

Más verdad que un santo. Lo he podido comprobar este mismo fin de semana pasado, que en vez de irme a la peña a ver el partido entre el Villareal y el Sevilla Fútbol Club, he hecho el petate y me he ido a Granada a ver a los nazaríes contra el Mirandés.

Ya incluso antes el pitido inicial, y desde una de las esquinas del fondo sur (¿o era el fondo norte?, yo es que me oriento fatal), lo que ahora han dado en llamar “grada de animación”, como si los aficionados fueran dibujitos de Pixar o de Disney, no paró de entonar cánticos a favor de los que lucían rayas rojas y blancas horizontales.

Mira que yo iba con el equipo contrario, vosotros, queridos becarios, ya lo sabéis porque me lo habéis leído aquí mismo en varias ocasiones, pero no podía resistirme a sumar mi voz, aunque fuera por lo bajini, a los cánticos de estos alegres y jaraneros hinchas. Empezaron con un “Vamos mi Granada, vamos campeón” y fueron encadenando, sin solución de continuidad, una amplia y variada colección de mensajes de ánimo entonados con gracia y desparpajo.

A cada nuevo cántico, mi estupor iba en aumento de manera directamente proporcional a mi felicidad. Me sabía todos los cánticos. Estaba como en casa. Tan sólo tenía que hacer el pequeño esfuerzo de sustituir la expresión “mi Sevilla” por la de “mi Granada”. Por lo demás, clavaíto, oigan. Sólo eché de menos, y mira que yo ya estaba preparado para cantarla, que no se arrancaran con aquello de que la Alhambra presume orgullosa de ver a su equipo en Los Cármenes… También me faltó que en el minuto 16 nadie en todo el estadio se pusiera a rendir homenaje al nombre de Antonio Puerta(s), pues el chaval estaba haciendo un meritorio partido hasta que fue sustituido en el minuto 63 por un tal Bryan… Zaragoza.

Por lo demás, ya les digo, mejor que en casa. Porque después del encuentro, claro, nos fuimos a una peña. Y a pesar de que mis rojillos habían perdido el encuentro, todo fueron parabienes. Que si habíamos jugado muy bien, que si les habíamos puesto las cosas más difíciles que algunos equipos de primera la pasada temporada, que si pedazo de entrenador (Joseba Etxebarría, para más señas), que si qué calidad de muchos de los vuestros, que si vaya equipo compenetrado… Y encima, nos invitaron a los cubatas.

Ni un comentario sobre Lopetegui, ni una crítica negativa contra el presidente del Sevilla Fútbol Club Pepe Castro, ni un apremio con nombre de Monchi para el fichaje de otro central u otro delantero rompedor. Nada. Allí, en la grada, felizmente acompañados por los compases y las entusiastas voces de aquellos miembros de lo que vino a ser una suerte de marca blanca de los Biris, y luego en la peña, rodeados de amables, relajados y comprensivos hinchas, estábamos en la gloria. Cómo se notaba que estábamos fuera de casa. Qué razón tenías, querido y añorado Gamero…  

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