Hay frases que se repiten en el ámbito del fútbol, sean ciertas o no. De tanto repetirlas pierden sentido, incluso utilidad: “La lotería de los penales”, “El campeón de invierno” y una de mis favoritas “Goles errados son goles en contra”. Según quienes la repiten, las oportunidades de gol, sobre todo las claras, si no se concretan, crean una situación irreversible de derrota. Sampaoli cree lo contrario, y no sólo él, cualquiera que haya jugado al fútbol no diría jamás que la sensación de un balonazo al larguero pesa de forma negativa. Y es cierto que en el fútbol “goles son amores” pero el otro día nuestro equipo demostró que ni los goles en contra son goles en contra. Para empezar considero ridículo que existan los goles en propia puerta, ¿acaso no vienen de un pase mortal, de un centro envenenado? El gol que nace de evitar un gol debería ser marcado como mérito de quien lo hace posible, no de quien intenta evitarlo. Para apoyar mi teoría de que todos los goles son a favor podría señalar el gol de Sergio Ramos al Real Madrid (el tiempo le demostrará que fue lo mejor que hará en el 2017), pero prefiero recordar cuando Iborra marcó en propia puerta. Algo en su mirada conmovía. Miraba el balón en ese arco que protegía sin descanso y podía haberse dejado llevar por la frustración, de hecho en Radio Marca la pregunta que se le ocurrió a la periodista fue esa (“¿qué sentiste cuando marcaste el gol en propia puerta?)… yo sé lo que sintió: activó un mecanismo que define al sevillismo. Hace algunos años que nosotros somos eso, el “nunca se rinde” se instaló un día en Nervión, y espero que dure siempre, no se me ocurre mejor mensaje. No hay mejor consejo que el fútbol te pueda dar en la vida cotidiana.
Llevémoslo al extremo, ya no importa lo que pase este año. Nosotros sabemos que es cuestión de tiempo.
Si nos marcan un gol, nosotros marcaremos dos.