No sé si alguna vez se han fijado en este detalle: en los partidos de tenis, la pelota de partido raramente es un golpe ganador por parte del vencedor, sino que suele ser lo contrario, una bola a la red o fuera de la pista por parte del derrotado. La victoria en el tenis, y en cualquier deporte, acostumbra a ser sobre todo la derrota del perdedor, y los aspectos psicológicos, determinantes, y entre ellos, el peso del escudo que se lleva en el pecho.
En las últimas olimpiadas hubo, en una de las disciplinas de tiro, un desempate por la medalla de bronce entre un español y un tirador estadounidense. Perdió el español, y yo que lo estaba viendo lo predije para mis adentros, porque el orgullo nacional, uno de esos aspectos psicológicos cuando se trata de selecciones, jugó en contra de nuestro deportista.
La derrota por dos a cero en fútbol es, de largo, el resultado que más coraje me da dentro de las victorias enemigas. Sí, de acuerdo, hay otras más humillantes, que denotan una superioridad aplastante, pero un dos a cero marca, sobre todo, la inferioridad psicológica del vencido. Es la derrota de la impotencia, del que quiere estar a la altura pero no sabe, del que luego la justifica en los detalles y no sabe ver, o no quiere ver, la realidad de las cosas, la de los equipitos animosos, pintureros, pero que no asustan. Porque el miedoso no atemoriza y sus alegaciones post- partido, no llegan más allá de la sala prensa.
Que el Atlético de Madrid es superior al Sevilla en presupuesto, en la calidad de sus jugadores, no hay duda. La competición liguera es mero eufemismo y los recursos económicos que genera se distribuyen con el propósito de que ganen uno de los tres equipos que constituyen el bicentralismo futbolero de este país, tan desigual como su fútbol, que no solo vicia la liga española, sino que también exporta su contaminación a Europa, competición en la que nuestros equipos ganan Champions y presuntamente prestigian nuestra Liga, cuando en realidad todo nace donde nace, y de eso también se resiente Europa, ese continente cuyos habitantes del norte se han mofado de los del sur, a pesar de que quienes tienen los nazis en sus parlamentos sean, como no podría ser de otra forma, ellos. Aunque mejor callarnos con los nuestros.
No me voy por la tangente, si en algo superó el Atlético al Sevilla el pasado sábado fue en la fe. Porque lo que distingue a los colchoneros es que son un equipo que sabe a lo que juega, y que raramente, salvo en una final de Champions contra el Real Madrid, perderá tirando la bola fuera, por continuar con el ejemplo del tenis, sino que morirá matando.
Echo en falta carácter en el Sevilla de esta temporada. Frente al Atlético de Madrid fue determinante y frente al Liverpool, milagroso, como también lo fue contra equipos inferiores que saben a lo que juegan: Girona y Getafe. El fallo de N’Zonzi contra el Atlético resume la diferencia de carácter entre uno y otro equipo, y el carácter, más allá del que cada uno tengamos, reside en el espíritu colectivo, ese que surge desde un banquillo.
El Sevilla del nunca se rinde parece que se ha tomado vacaciones con Berizzo, y que debe de haberse ido a Argentina con Sampaoli. Hoy reina el espíritu Ganso, fútbol de salón, ballet con botas de tacos. ¿Hubo estadísticas en cuanto a caídas y resbalones? ¿Por qué solo se caían los nuestros? ¿Por qué no ganamos balones divididos?
Vamos terceros, y en Champions empatamos en el campo más difícil. Nada está perdido, pero, ojo, me falta algo. Echo de menos a Iborra allí abajo. Alguien tiene que disfrazarse de él. Y hoy, contra el Maribor, toca echarle…huevos.