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Si no hay bar…

En mi artículo de la semana pasada, y coincidiendo con la llegada de los carnavales, me permitía la licencia poética de colar algunas de las cuartetas que había escrito para el romancero de Kiko Quiñones y que hablaban de los trapicheos de un juez de línea corrupto en el Mundial de Catar, algo de rabiosa actualidad, por cierto, a raíz de lo que se viene publicando estos días sobre un tal Enríquez Verdeira (¿o era Negreira?)

El romancero se titulaba, se titula, “Si no hay bar, lo tendremos que acatar”. Quién me iba a decir a mí que ese título se convertiría en premonitorio y, apenas un día y medio después, íbamos a estar hablando de él, pero en diferentes términos y estado de ánimo.

Y es que el pasado jueves, en la previa del partido entre el Sevilla Fútbol Club y el PSV Eindhoven, la autoridad presuntamente competente clausuró sin previo aviso ni notificación escrita el ambigú de nuestra Peña al Relente así como alrededor de veinte bares más en las inmediaciones del Sánchez-Pizjuán.

Según la RAE, que no es la marca de un insecticida, sino la institución garante del buen uso del Diccionario de la Lengua Española, “competente” significa, “que tiene competencia”. Pero también “Dicho de una persona o de una entidad: A la que corresponde hacer algo por su competencia”.

La autoridad a la que me refiero, tiene la competencia de hacer desaparecer la botellona del espacio público, algo para lo que, el pasado jueves, se mostró abiertamente incompetente. Lejos de disuadir y hacer deponer de su actitud a quienes consumían bebidas alcohólicas en vasos y botellas de cristal en la calle, ocupando espacios no acondicionados ni permitidos a tal efecto, lejos de ello, los presuntamente competentes se dedicaron a cerrar bares y terrazas consiguiendo, precisamente, el efecto contrario: que muchos de los desalojados se dirigieran a establecimientos cercanos a adquirir botellas de vidrio con las que poder seguir bebiendo en la calle antes del inicio del partido.

En nuestra Peña, en la previa de los partidos declarados de alto riesgo, no se despliegan los veladores en la calle ni se dispensan vasos de cristal a los clientes para consumo externo, ni siquiera a los propios socios, algo que siempre hemos asumido y acatado con absoluta responsabilidad. Y todo ello por el bien común y por cumplir la normativa vigente.

La autoridad presuntamente competente, insisto, entendió que lo más sensato era cerrarnos el ambigú y, como el nuestro, un mínimo de veinte establecimientos hosteleros más con el resultado comprobado: un incremento de la botellona y, por tanto, de la suciedad en las calles.

Y una consecuencia más: la inexplicable permanencia en el tiempo de la orden de cierre. Eso impidió, por ejemplo, que los socios de la Peña pudiéramos acudir a nuestra sede el sábado a disfrutar de la comida previa al partido de nuestro equipo, tan habitual cuando éste se disputa a las cuatro y cuarto de la tarde.

Y lo que es más grave… Nuestro ambigú no es una máquina expendedora automática. Nuestro ambigú lo regenta, de manera exquisita y con todo el cariño del mundo, una familia. Esa familia es nuestra familia. Y esa familia contrata a dos trabajadores más para que los socios estén siempre bien atendidos. Y esos trabajadores son nuestros trabajadores. Todos ellos están en sus casas, perdiendo dinero, por la incompetencia de unos presuntos servidores públicos. Y eso no lo vamos a tolerar. Tengo dicho más de una vez por aquí que una Peña es el área pequeña de la amistad. Y con la amistad no se juega ni se mercadea. La Peña, como no podía ser de otra manera, emitió un claro comunicado al día siguiente de los hechos. No se quedarán ahí nuestras acciones.

Llegará el mes de mayo y las autoridades presuntamente competentes, a la luz de las nuevas elecciones municipales, nos harán mirar para otro lado, en concreto a las avenidas San Francisco Javier y Luis de Morales, y presumirán de lo bonitas que nos están dejando las calles y el tranvía que lo atravesará. Y nosotros, igual, entonces, nos encogemos de hombros y nos vemos obligados a responderles “Ustedes perdonen, pero me cerraron la Peña y tuve que quedarme en mi casa, así que no sé de qué me habla. No obstante, si tienen mucho interés en que lo vea, llamo a mis colegas, montamos una botellona en los alrededores y comentamos entre todos si les vamos a votar o no, ¿les parece?”.

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