El Sevilla Fútbol Club es una sociedad anónima deportiva. Esto a muchos no nos gusta. Para todos, el Sevilla es mucho más y mucho mejor, pero esta es la realidad jurídica actual. En la peculiar democracia de las sociedades mercantiles, un hombre o una mujer, no es igual a un voto; votan las acciones. O mejor dicho, votan los propietarios de las acciones. La infame conversión, por imperativo legal, de los clubes de fútbol en SAD le regaló el capital material y el inmenso patrimonio simbólico de los clubes de fútbol a unos cuantos individuos, mucho de ellos con tanto dinero como pocos escrúpulos éticos. La excusa del legislador fue evitar en el futuro el entonces enorme endeudamiento de los clubes. Treinta años después, la deuda no solo no desapareció, sino que es mayor que el momento de la infausta reforma legal.
Como en otros muchos casos, el mantra neoliberal resultó falso. La doble ecuación que establece que la gestión (propiedad colectiva) democrática es igual a ineficiencia y derroche y la gestión (propiedad privada) oligárquica es sinónimo de eficiencia y austeridad ha resultado, como cualquier análisis económico mínimamente riguroso y honesto ya nos decía, doblemente errónea. Y no es que los clubes de fútbol fueran antes de la conversión en SAD la Atenas de Pericles, pero al menos eran patrimonio de los socios y guardaban un mínimo de procedimientos democráticos. Después, como decía “obstentoreamente” Jesús Gil, paladín de los “eficientes propietarios” que se adueñaron del futbol; “cuando quiero consultar a la masa social, me miro en el espejo”.
Así de peculiar es la “democracia accionarial” y sus brillantes y honestos gestores. William Arthur Niskanen fue un economista y el padre ideológico de los Reaganomics, que implementaron los mitos neoliberales durante la administración de Ronald Reagan. Niskamen santificaba la gestión oligárquica sobre la que se sustenta la conversión en SAD de los clubes de fútbol. Y este deporte, como el Estado, ha pagado las consecuencias: Incremento de la deuda y de la desigualdad. Lo cierto es que al final el Estado ha tenido que responder de la bancarrota de las SAD, los clubes eran algo más que una sociedad anónima, algo que ya sabíamos todos incluidos los compradores, y por esos los compraron a precio de saldo.
En medio de este proceso de conversión en SAD, al Sevilla Fútbol Club le sobrevino la puñalá trapera del descenso federativo a Segunda B del verano de 1995. Fue un golpe bajo de la mafia federativa, cuya tradición siciliana ahora perpetúa un calvo apellidado Rubiales. De aquel golpe no pudimos recuperarnos. La crisis consiguiente al descenso federativo, motivó que el reparto inicial de acciones entre el servilismo se modificara radicalmente y la entrada en escena de capital ajeno al sevillismo. Fueron los años de Escobar, aquel juez de infausto recuerdo, y González de Caldas, el de Colusso y Sofía Mazagatos. Escándalo continuo, mucha prensa rosa e inestabilidad extrema.
El deslumbrante teólogo católico H.U. Von Balthasar decía que cuando las formas entra en crisis, los cristianos tienen siempre que dar un paso adelante y restaurarla. Eso fue lo que hizo el servilismo. En tres actos. Agostó del 95: miles de manifestantes espontáneos en Sevilla contra el descenso federativo. Segundo acto: el testaferro del capital de Antena 3 es expulsado de la Junta de Accionistas del Sevilla Fútbol Club. Tercero: los máximos accionistas del servilismo llegan a un pacto para coaligar sus acciones. Lo que ha venido después, ya lo sabemos: la etapa más gloriosa del Sevilla Fútbol Club. Precisamente, Von Balthasar tiene un tratado maravilloso de teología estética llamado Gloria.
Finalmente, tres lecciones del convulso siglo XX sevillista. Una, el Sevilla Fútbol Club solo tiene como capital y sostén al sevillismo. Dos, la inestabilidad accionarial se acaba pagando muy caro. Y tres, el capital extraño al sevillismo es un patógeno oportunista muy peligroso.