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La Junta de la vergüenza | La opinión de Pablo Sánchez

En primer lugar, quiero agradecer a uno de los últimos accionistas que intervino en la Junta, de cuyo nombre quiero… pero no puedo acordarme, que me dejara tan buen titular para este artículo sobre uno de los días más tristes de la historia de nuestro club.

Comencé mi artículo de la final de Copa frente al Barcelona hablando de lo que me contaban mis tíos sobre las malas épocas del Sevilla y la suerte que estábamos teniendo en este siglo XXI por lo que estábamos viviendo. Hoy, quiero volver a acordarme de aquellas historias: Isla Cristina, el descenso administrativo, el posible cambio de estadio y tantas otras noches de sufrimiento y desvelo para los que llevan queriendo a nuestro club desde hace tantos años. Inevitablemente, me he tenido que acordar de todo lo que hemos sufrido para darme cuenta de por qué agachaban la cabeza los mayores que salían indignados de Los Lebreros. He tenido el privilegio y la desgracia de acudir a una de las noches más duras y tristes del sevillismo, en la que hemos visto cómo se caían las caretas y todo iba tomando forma.

Durante la Junta, el presidente del Sevilla recalcó varias veces que no había llegado a un acuerdo con nadie para vender el club, pese a que esa no era la pregunta que le habían hecho más de cinco veces distintas personas. Castro, finalmente, pecó de soberbia y, desde su sillón de presidente, reconoció que tiene tanto derecho como los demás sevillistas de vender sus acciones. Esto, sumado a su aparente apoyo a Sevillistas Unidos 2020, que han conseguido su hueco en el Consejo del club mientras otros accionistas con más peso en el club y más experiencia se han quedado fuera del mismo, ha generado la crispación del respetable… que no ha cesado de insultarle y abuchearle.

Castro niega que vaya a vender el estadio o la ciudad deportiva «mientras sea presidente», pero no ha dicho nada sobre qué pasaría si un grupo inversor llega y compra sus acciones. Si esto ocurriese, todos sabemos que nuestro estadio pasaría a llamarse «Grupo X Sánchez – Pizjuán Stadium». Eso sí, los nuevos dueños se permitirían el lujo de mantener el nombre del histórico presidente como parte del estadio. Grupo inversor que, muy posiblemente y al parecer, no iba a saber siquiera qué equipo está comprando. Racing de Santander y Málaga serían unos espejos odiosos en los que mirarse, pero no vamos a negar que la avaricia está rompiendo el saco del mundo actual.

Entre las grandes intervenciones de la noche destaca la de Carolina Alés, cuyo padre pudo sufrir si escuchó lo que su hija dijo ayer durante la Junta. Directamente, acusó a los sevillistas allí presentes que no habían podido comprar las acciones que Sevillistas Unidos 2020 habían comprado porque «no tenían dinero», en uno de los discursos más clasistas y elitistas que se han escuchado en la centenaria historia del club hispalense. «Elegancia y humildad, Señor de Nervión», rezaba el tifo que Biris dedicó a su padre durante un partido del Sevilla. Cosa que parece haber olvidado Carolina. Tras el descanso, se retractó de sus palabras y negó que ya tuviera un acuerdo por su paquete de acciones, pero insistió en que tenía «todo el derecho del mundo a venderlo, al igual que todos los sevillistas», en un discurso muy parecido al que había dado Castro. Las piezas comenzaban a encajar en un rompecabezas que tiene muy mala pinta.

Mientras los de arriba hablaban de acciones, lo bien que está el club en lo deportivo y económico… la gente de a pie pensaba más en los sentimientos. Alejandro Cadenas realizó el discurso más emotivo de la noche, recibiendo la mayor ovación de la noche. De todas las frases, me quedé con una que consiguió ponerme los pelos de punta: «¿Cuánto dinero vale quitarnos el lugar donde cantamos nuestro primer gol?».  No recuerdo el primer gol que celebré con el Sevilla porque tenía tan sólo tres años, pero sí recuerdo los que he celebrado a lo largo de los años y no los puedo cambiar por nada. Sus palabras marcaron un antes y un después en la Junta, que se rindió ante el discurso de un hombre que encarnaba todos los valores del sevillismo. Poderoso caballero es Don Dinero si cree que puede comprar lo que se vive cada semana en esa cancha…

Desde Accionistas Unidos y la Federación de Peñas se instó a la afición a llenar las calles si esto finalmente ocurriese, tal y como pasó en el año 1995. El club está pasando por un gran momento en lo deportivo y el jueves se juega su pase a la siguiente ronda de la Europa League, es segundo clasificado y está en octavos de Copa del Rey. Sin embargo, esto no importará nada si en poco tiempo… digamos 2020, hay gente dirigiendo un club al que poca esencia le quedaría de lo que fuera antaño. El sevillismo tiene que preocuparse de que el equipo gane, pero también de que los que mandan hagan lo correcto y si el jueves hay que dejar de animar para recordarle al palco lo que verdaderamente importa de este club, se deja de animar. Hemos vivido grandes noches de gloria gracias a la exigencia y la entrega de muchas personas que han pasado por el Sevilla y no es el momento de echar todo este trabajo por tierra.

La guerra en la que se convirtió esta Junta deja claro que hay dos perdedores y un ganador. Castro ha conseguido el odio de la afición por hacerlo todo a escondidas e intentar vender que todo está siendo legal (o peor, lícito), mientras que Accionistas Unidos ha empezado una guerra que, a día de hoy, no puede ganar contra los que mandan. Las intenciones son nobles, pero la Junta habló y las tres propuestas que se hicieron consiguieron un no rotundo, siendo las primeras votaciones en la historia que sacan resultado negativo. De esta lucha sale beneficiado José María del Nido, que ha vuelto a demostrar que es el más listo de la clase: si no te ven, no te pueden hacer daño. Desde su casa, vio cómo su hijo ha vuelto al Consejo y cómo a él no le pudieron decir nada… porque no hizo acto de presencia.

Para terminar, apuntemos que en uno de los descansos, dos accionistas hablaban de que en un futuro le contarían a sus nietos que el Sevilla antes era de los sevillistas y de lo felices que habían sido, incluso, en los malos momentos porque sabían que el Sevilla estaba ahí con gente que lo había dado todo por el club, como Roberto Alés, que abandonó el equipo de sus amores por no llevarlo aún más a la ruina. Ojalá la conversación que escuché en la puerta del hotel Los Lebreros no se haga realidad.

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