Según Google, y aunque parezca increíble es todo cierto, que yo lo sé porque me he criado allí, Indautxu es un barrio situado junto a la ría de Bilbao, la ría de Nervión, para más señas, y famoso por su intensa vida nocturna, donde se mezclan sencillas tabernas vascas y discotecas de moda. El vanguardista centro de exposiciones Azkuna Zentroa ocupa una emblemática alhóndiga rediseñada por Philippe Starck. El público acude en masa al palacio Euskalduna para ver conciertos de rock y música clásica. Los parques de la ribera están moteados de cafeterías con terraza.
El barrio cuenta con equipo de fútbol propio, la Sociedad Deportiva Indautxu. Fundado en mayo de 1924 (¡Feliz centenario, amigos!), debutó en la Segunda División española la temporada 1955-56, año en que el ya mítico Telmo Zarra jugó en el club. Actualmente es uno de los clubes más importantes de Vizcaya en lo que a equipos de fútbol base se refiere.
El pasado lunes, como festejo previo al Día del Padre, un señor le echó en cara a su hijo que se había pegado treinta años pagándole el carné del Sevilla FC. Y que, si en vez de ser sevillista hubiera sido del Indautxu, él, su hijo, también lo sería.
El tonto no es que sea tonto por naturaleza, sino porque no espabila. Y este adalid de causas enmarañadas tiene una fijación extraña con todo lo que tiene que ver con Bilbao.
Baste recordar aquella ocasión, no tan lejana, en que declaró, con solemnidad, rotundidad, convencimiento y vaya usted a saber si en plenas facultades mentales, “Nos vamos a comer al león de la melena a la cola”, eso sí, manifestando su máximo respeto por el Athletic de Bilbao pero añadiendo, mira que no espabila, que no hay “un vasco que duerma sabiendo que juega Kanouté”. No hace falta recordar qué ocurrió aquella noche ni preguntar cómo durmió el visionario.
Tiene publicado el escritor valenciano Manuel Vicent (cuyas columnas dominicales en la contra de El País recomiendo encarecidamente) un libro de relatos titulado “No pongas tus sucias manos sobre Mozart”. Es lo que me viene a la cabeza cada vez que este señor abre la boca. En este caso, “No pongas tus sucias manos sobre el Indautxu”, un club señor, honrado, de reconocido prestigio, respetado en todo el país (no en vano fue subcampeón de España en el Campeonato de Aficionados) y de cuyas filas han salido figuras como el ya mencionado Zarra, Eusebio Ríos, Gárate, Amorrortu, Lizarralde y, como bien me apuntan, Miguel Jones, jugador de Guinea Ecuatorial que llegó a Primera con el Atlético de Madrid.
Sus cuentas están saneadas, su directiva es respetada por los aficionados y no hay nadie en toda Vizcaya que pueda tener una mala palabra ni un mal gesto para con ellos. Motivos más que suficientes como para que un señor tan sospechoso como el que nos ocupa no fuera nada bien recibido en un club como el Indautxu, salvo para darles, a él y al hijo del que reniega, lecciones de humildad, de fútbol, de gestión, de empatía y de amor desinteresado a unos colores.
Aunque, para eso, no tienen que irse hasta el norte de la península. Basta con que uno y otro miren sin codicia de usurero a su alrededor más cercano, incluso dentro de esa Junta Extraordinaria que monopolizaron a base de reproches y descalificaciones. Tal para cual. Miren a su alrededor y aprendan de una vez por todas de la actitud de todos esos pequeños accionistas que, juntos, son los que hacen más grande a nuestro club.
¡Viva el Indautxu! ¡Viva el Sevilla Fútbol Club!