Fantasmas

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Hace apenas un año, los sevillistas rebosábamos optimismo. El equipo se preparaba para una nueva participación en la Champions y se reforzaba con nuevos futbolistas de los que esperábamos el empujón definitivo que nos hiciera escalar un nuevo peldaño de grandeza, en esa escalera que de forma tan vertiginosa nos había elevado a las alturas en apenas una década, aunque el trabajo que condujera a ello comenzase años antes, cuando don Roberto Alés alcanzó la presidencia y con ella recuperásemos la dignidad perdida con los Caldas, Escobar y demás amigos de Antena-3.

Fue el pasado verano cuando esperábamos impacientes a que Nolito acabase el helado en el Nervión Plaza para estampar su firma en el contrato, aunque después su juego nos dejase tan frío como la bola del cucurucho que se tomó con Óscar Arias. Recuperamos a ídolos como Jesús Navas o Banega e invertimos una pasta gansa, no por Ganso, que eso fue el año anterior, por Luis Muriel, el mayor esfuerzo inversor realizado por un jugador en la historia del club, máximo anotador de sonrisas tras goles fallados en este club más que centenario.

A pesar de que muchos defienden los números están ahí, dicen que la pasada temporada fue de las mejores finalista en la Copa del Rey, cuartofinalista en Champions y clasificado para la Europa League, hasta ellos tienen un regusto amargo por lo acontecido, porque todos supimos a lo largo de la temporada que al fin se había desvelado el secreto, la fórmula de la Coca- Cola del Sevilla Fútbol Club. Lo descubrimos al comprobar que la dichosa fórmula había volado hasta Roma. Sí, don Ramón Rodríguez Verdejo era nuestra Coca- Cola, y nosotros no nos habíamos quedado ni siquiera con la fórmula de la Casera Cola o el Kas Cola, sino con la del amargo Bitter Kas, esa bebida tan del agrado de los que siempre están de mal humor.

La temporada pasada, a pesar de esos buenos números, supimos que quien sustentaba al Sevilla era Monchi. Ni Sergio Ramos ni Dani Alves, ni Jesús Navas ni Gameiro, ni Rakitic ni demás jugadores de éxito que pasaron por nuestras filas y volaron, eran fundamentales; sí que lo era, en cambio, nuestro director deportivo. Era él quien identificaba futbolistas con proyección y los convencía de que el Sevilla podría ser un buen trampolín para sus carreras, trampolín que impulsó a no pocos jugadores, pero que estrelló a otros en descomunal batacazo (Gameiro, Krychowiak, el mismo Banega que reaccionó a tiempo o Vitolo), que no supieron ver que era en un equipo como el nuestro en el que podrían llegar a su máximo desarrollo como deportistas, y prefirieron ganar más aunque ya no despegaran más su trasero de banquillos o gradas con pipas como las que ocupamos nosotros.

Hoy, a pesar de los buenos números, los jugadores con proyección comienzan a desconfiar de esa idea de trampolín que representaba el Sevilla, de que el dichoso trampolín nos lo han sustituido por un tobogán durante las interminables obras del estadio. Se nos escapan fichajes y, a pesar de que tan solo se hayan marchado dos jugadores y hayan venido por ellos otros dos que pintan bien, a pesar de que N’Zonzi no se haya ido y que incluso tuitee demostrando su amor a nuestros colores, los sevillistas nos sentimos intranquilos. Esperamos con ansiedad que se incorporen cuanto antes Mercado, Banega y Kjaer, continuamos dudando que Muriel haga algo más que sonreír dentro de nuestra plantilla y desconfiamos ver al medio centro francés campeón del mundo de nuevo con la camiseta sevillista.

La sensación es que queremos fichar pero nadie quiere venir. Que Caparrós no es Monchi, que el puesto del utrerano debería ser otro y que la figura del León de San Fernando, que ya devoró a Óscar Arias, amenaza con zamparse a nuestro entrenador más querido. Parece que, además de los jugadores, tampoco quisieron venir directores deportivos por no arruinar sus carreras bajo los espectros que asolan los despachos. El único que no se quiere ir ni con agua caliente es el presidente.

Mientras tanto, otras aves sobrevuelan nuestra bombonera de Nervión. Un club sostenido por pequeños accionistas, que llegó a la gloria mediante una gestión económica impecable, ejemplo hoy en las escuelas de negocio, y una deportiva igual de positiva gracias a un modesto exfutbolista de la cantera, puede acabar hablando inglés, en manos de inversores de un país con tanta tradición en fútbol como un servidor en el cultivo de zapotes (sin premio) mexicanos.

Estamos a las puertas de la primera de las eliminatorias previas de la Europa League. Nos enfrentamos a un histórico de los antiguos torneos de verano, el Újpest, cuyo estadio lleva el nombre de uno de los entrenadores más venerados por nuestros vecinos de Bellavista Norte: Ferenc Szusza (lagarto, lagarto). Hace unos meses todos hacíamos cuentas de la cantidad de partidos que el Sevilla tendría que jugar antes de ganar por sexta vez la Europa League. Hoy solo vemos fantasmas.

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