Sevilla odia Nervión

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Según la página web del Ayuntamiento de Sevilla, Nervión es un distrito de la ciudad en el que vivimos algo más de cincuenta mil personas, salvo los fines de semana, que la gente se va a la playa porque en las fuentes de la Gran Plaza no cabemos todos para meter los pies y refrescarnos.

Hace poco hemos sabido, gracias a la generosidad de quien lo hizo visible en una pancarta de notables dimensiones colgada en un puente, que Sevilla nos odia. Qué le vamos a hacer…

Es verdad que algo ya nos veníamos barruntando desde la primera mitad del siglo pasado, cuando tuvimos que echar abajo la plaza de toros de San Bernardo porque la gente odiaba a Joselito el Gallo, nervionense de pro, como todo el mundo taurino conoce.

Y más reciente en el tiempo, también lo hemos podido comprobar en el último año y medio, cuando estamos viendo cómo están levantando y llevándose loseta a loseta, tubería a tubería, árbol a árbol, plaza de aparcamiento a plaza de aparcamiento las que hasta ahora habían sido nuestras flamantes avenidas de San Francisco Javier y Luis de Morales. Es normal. Si Sevilla nos odia, nadie viene a visitarnos al barrio y, por tanto, estas dos grandes infraestructuras es mejor que estén en otra parte donde puedan dar un mayor y más útil servicio a la ciudad.

Lo mismo ocurre con el Cortinglés y el Nervión Plaza, centros comerciales a los que ha dejado de acudir la clientela, ya sea la Semana Fantástica en uno o pongan el estreno más taquillero en los cines del otro. Y si usted, amable lector, todavía los ve llenos de gente los fines de semana es porque se trata de okupas a la caza de algún producto abandonado antes de que derrumben ambos edificios y los terrenos donde se asientan vuelvan a ser lo que fueron: una laguna artificial donde anidaban especies ajenas a polémicas humanas.

Y qué decir de la estación de Santa Justa. Los sevillanos, con tal de no pisar su odiado Nervión, prefieren irse a Plaza de Armas y coger el Socibus para viajar a Madrid (seis horas y media, parada en Guarromán incluida). Así que, cuando llegan los inocentes guiris y salen a coger un taxi, se extrañan de que no haya nadie por las calles, y no es hasta que cruzan la ronda en dirección al centro cuando comprueban y disfrutan de la alegría natural que derrochan todos los sevillanos salvo nosotros, los de Nervión.

Por otro lado, los nervionenses no tenemos más que darnos un pequeño paseo por la avenida Eduardo Dato para comprobar que al fondo, a la altura del puente de los Bomberos, el gobierno municipal ha dejado de podar los árboles, permitiendo que sus ramas y sus hojas adquieran una frondosidad digna de Doñana en sus buenos tiempos. El objetivo de esta desidia es claro: impedir que podamos disfrutar desde nuestro barrio del paisaje de la Giralda y de esos atardeceres de fondo que tanto nos gustaban.

De hecho, ninguno de los candidatos a gobernar la ciudad a partir de este domingo se ha dignado a pisar las calles de Nervión, no fuera a ser que su imagen cayera varios puntos y peligraran sus futuros y codiciados escaños. Total, de todos es sabido que en Nervión somos muy de votar al PNV (por aquello de que la ría de Nervión pasa por Bilbao) y al PRC del cántabro Revilla (porque tomamos cervezas en El Pasiego y compramos sobaos, también pasiegos, justo enfrente, en La Pradera).

No es menos sintomático ver cómo el centro de la ciudad se va progresivamente llenando de bares cuyos veladores lucen orgullosos el elegante logotipo de Estrella Galicia. Porque a ver quién es el inconsciente que osa pedir una Cruzcampo, esa bebida del demonio con su sede principal en nuestro barrio.

Y, por último, fíjense hasta dónde ha llegado la cosa que, hasta el Sevilla Fútbol Club, emblema centenario de Nervión, y también salpicado por la corriente de odio que nos asola, ha tenido que tomar la drástica decisión de irse a jugar bien lejos, nada menos que a Budapest.

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