Si alguien sabe lo que es un derbi, ese es el Sevilla Fútbol Club. Y no la RAE, que es un grupito de ilustres ilustrados que prefieren la hache muda a la jota aragonesa. Esta pandilla, que lo más parecido a un balón que han visto es un grifo goteando, define “derbi” en su primera acepción del diccionario como una “competición hípica” (¿?), algo que sólo puede entenderse desde la preclara y lúcida mente de alguien llamado Sergio Ramos.
No es hasta la segunda acepción donde el diccionario recoge que un derbi también puede ser un “encuentro, por lo común futbolístico, entre dos equipos cuyos seguidores mantienen constante rivalidad, casi siempre por motivos regionales o localistas”. O sea, que una trifulca en un patio de vecinos también puede considerarse un derbi, ¿no?…
No, nuestro derbi no es un derbi cualquiera.
En nuestros derbis no hay motivos regionales ni localistas. En nuestros derbis está nuestra responsabilidad de poner en lo más alto el nombre de nuestra ciudad. Y eso lo hacemos nosotros solitos, sin necesidad de sumar a ningún otro equipo ni a sus presuntos seguidores, Maradona nos pille confesaos, como sugiere la RAE.
Nuestros derbis no se explican en un diccionario porque el sentimiento trasciende del papel y de la ordenada lógica del abecedario. Imposible describirlo con palabras salvo que estas sean las que escribió el Arrebato no hace todavía tanto tiempo pero que ya son eternas.
Nuestros derbis son santo y seña de nuestra pasión. Ser o no ser, decía la grada. Esa es la cuestión. Y nosotros somos. Referencia absoluta en todas las categorías imaginables. Sevillanía, decía la grada. Empátanos a señorío si puedes. Trata de celebrar un gol por encima de nuestros cánticos. Danos lecciones de cómo se lucha frente a la adversidad, siempre de pie, siempre de cara, siempre sin poner excusas, siempre varios pasos por delante, para que se nos vea bien.
Nuestros derbis no son de letras sino de números. Ay, las estadísticas. Ese espejo fiel en el que algunos deberían mirarse antes de hablar. Ay, las estadísticas. Ese álbum de verdades como puñales que vamos engrosando con los años, temporada a temporada, incansables, alejándonos de lo que a otros ni siquiera les alcanza para soñar.
Nuestros derbis son el deber cumplido, sumar tres puntos y hacer el único cálculo posible: a cuánto estamos del primero.
Nuestros derbis han estado mudos en las últimas ocasiones. Sólo una pandemia mundial ha sido capaz de callar y vaciar las gradas, porque nosotros jamás las abandonamos antes de tiempo.
Aliviada en parte ya la pandemia, mascarillas mediante, nuestro derbi vuelve a tener el color y el calor de siempre. Con bufandas, con gritos que se escuchan hasta en Amate, con el espectáculo en la grada más difundido y envidiado por las televisiones nacionales. Porque no nos rendimos y porque el corazón tiene razones que otras hinchadas no entienden.
Nuestro derbi vuelve a ser alegría compartida, abrazos y miradas al cielo diciendo “Lo estás viendo, ¿verdad?”.
Nuestro derbi, en definitiva, y por aclarárselo a los señores del Diccionario, sólo tiene constante rivalidad con nuestra propia historia, porque es nuestro objetivo y nuestra ilusión hacerla cada vez más grande.
Por todo ello, el próximo domingo deberíamos volver a coger las bufandas y las banderas y, a las cinco de la tarde, llenar las gradas del Sánchez-Pizjuán. Porque ese también es nuestro derbi. Porque no es un derbi cualquiera. Y porque nuestras chicas lo merecen.