Motivos de protesta

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Salió cruz la moneda que tiró al aire el Sevilla Fútbol Club el pasado domingo cuando afrontaba una encrucijada que podría haberle hinchado de moral o, por contra, hundirlo de nuevo en el desánimo. Y esto último fue lo que ocurrió por culpa de un error garrafal de Nianzou en una jugada que podría haber deparado una situación de dominio sevillista al final del partido si hubiera tomado una buena decisión, en lugar de cometer la pifia que cometió. El defensa francés sólo tenía que haber buscado un desplazamiento en largo, en lugar de un regate, para aprovechar la superioridad numérica sevillista que había en esa jugada en territorio rival; sólo con haber adoptado esta otra decisión, la situación del equipo y de su entorno sería ahora mismo radical distinta.

Un resultado favorable en Gerona, aunque hubiera sido de empate, habría cambiado radicalmente el panorama de esta semana y ahora se estaría hablando de ‘brotes verdes’ y de motivos de esperanza ante la doble cita casera que asoma en el calendario. Sin embargo, el juez inapelable del fútbol que es el balón, y no los árbitros como pretenden los muy engreídos, se niega a que queden sin castigo los desmanes que se están cometiendo esta temporada en los despachos del Sevilla Fútbol Club. De tal magnitud son que no queda al margen de ellos quien hasta hace poco ha sido el mejor director deportivo del mundo, cuya actuación en esta campaña, quizá la última, está siendo nefasta e inexplicable.

No caben otros calificativos sólo con constatar que la plantilla del Sevilla Fútbol Club es ahora mismo mucho peor que la de principio de verano. Si ya era dudosa la planificación de Monchi durante la pretemporada estival, la que está realizando en invierno es tan injustificable como el error de Nianzou en el partido del domingo. En verano, se podía argumentar que la situación económica obligaba a ser cautos y esperar a que se produjeran las salidas de futbolistas antes de firmar las llegadas. Pues bien, ni siquiera esa premisa se está aplicando en este mercado invernal en el que la situación clasificatoria del equipo es delicadísima, ya que se han producido las salidas de Isco y Dolberg y aún no ha llegado nadie que cubra esas dos vacantes, pues la incorporación de Loic Badé ha cubierto la ficha que quedó libre en septiembre. Por tanto, la primera plantilla ha perdido dos efectivos y no ha incorporado a ninguno.

En un contexto de mínima normalidad del plantel, este hecho podría ser soportable pero, teniendo el agravante de la plaga de lesiones que castiga al vestuario del Sevilla Fútbol Club, la dilación en los fichajes es todo un lujo. Aún sin tener un extraordinario conocimiento del mercado brasileño, resulta difícil creer que no haya dos jugadores en ese país, muy familiar para Sampaoli y cuya liga concluyó en noviembre, que se hubieran podido incorporar durante el parón del Mundial. Teniendo en cuenta que en esa atípica pretemporada invernal, el argentino sólo pudo entrenar con apenas una decena de futbolistas debido a mundalistas y lesionados, el recurso al mercado brasileño era una oportunidad extraordinaria para reforzar al equipo. Sin embargo, la pasividad de Monchi ha dejado al equipo en inferioridad con respecto a la mayoría de los clubes de la competición, los cuales sí han podido hacer su pretemporada con la inmensa mayoría del plantel disponible.

La exitosa trayectoria en el Sevilla Fútbol Club, después de una veintena de años, está jugando hoy en contra de Monchi, quien está siendo víctima de su propia historia. Eran meses invernales cuando llegaron hasta el Sánchez-Pizjuán de su mano gentes como José Antonio Reyes en su regreso, Rakitic, Medel, Escudé, Fazio, Alves, Adriano; aunque también vinieron los Stankevicius, Babá, o Rubén Vega. Inevitablemente, tanto trabajo bien hecho se le viene ahora a la memoria a la afición, incapaz de entender que se permita este deterioro de la plantilla mientras permanecen impávido el grupo de gestores, empezando por el ejecutor de la planificación y extendiéndolo a quien debe apretarle las clavijas para que su rendimiento no merme, es decir, el presidente.

No obstante, la incapacidad manifestada por Pepe Castro desde hace años hace inútil que se le pueda pedir buenas obras a quien es imposible que las ofrezca; para qué pedir peras al olmo. Precisamente ahí radica la desazón del sevillismo, el cual se ha quedado sin el último clavo al que asirse. Si no se puede confiar ni en Monchi, lo único que queda es manifestarse y protestar. Un sólo gol del Sevilla Fútbol Club el domingo habría cambiado el panorama, pero las razones para la protestas no se pueden ocultar siempre.         

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