Que en el fútbol se pasa de héroe a villano a velocidad indecible, querido José Luis, es algo que a nadie se le escapa; pero que en esta ciudad cainita late un deseo enfermizo de ver caer a los íntegros, es una realidad que quizás desconoces (me permito el tuteo, dada la sencillez que te atribuyen).
Tras la extraña y peligrosa segunda etapa de Sampaoli, tus mensajes claros, cortos y sintéticos lograron purificar la mente de una plantilla moribunda. Ahora, esa simpleza, se ha vuelto contra ti, siendo acusado de provincianismo y falta de preparación para una plantilla (que, en opinión de un servidor, tiene tanto de moribunda como el pasado curso) de excelso presupuesto Champions (aunque, parece ser, el club está arruinado. Qué poco entiendo).
Decía el cardenal Mazarino que, cuando te alaben, ten por seguro que se están mofando de ti; y también que hay pocas posibilidades de que se interprete en el buen sentido lo que hagas o digas. Y en esta ciudad, querido José Luis, siempre habrá muchos al acecho de los pocos, gente que no ves con el veneno descendiéndoles por las comisuras. Toda una polémica desencadenada por confesar que un jugador no puede comprenderte aún. ¿Acaso es el idioma el mayor de nuestros problemas? Tal vez, pero se debe más al idioma que compartimos que al que nos separa, y recurro al cine para darle solidez a mi argumento: cuando el personaje interpretado por Bill Murray en Lost in Translation (film de Sofia Coppola) se marcha a Japón para cumplir con un compromiso laboral, el gran problema en la transmisión y recepción de los mensajes no reside en la dificultad para comunicarse con los nipones, sino en el idioma que habla con su propia esposa cada vez que contactan por teléfono a lo largo de la película.
Digas lo que digas, José Luis, aquí no podrán (o querrán) comprenderte, porque nada hay tan ajeno como la ciudad que ahora te rodea. Aquí se idolatra a personajes funestos (y estoy pensando en la nobilísima dama de la Casa de Alba), mientras que se escribe con una pulsión casi erótica el nombre de los dignos en el óstraco (y estoy pensando en Cernuda).
Querido José Luis, permíteme adelantarme a los desastrosos jefes que te pagan y déjame decirte la frase que Bill Murray le suelta a Scarlett Johansson en la barra del bar de un hotel de Tokio: ¿Me guardas un secreto? Estoy organizando una fuga de presos, y busco un cómplice. Primero hay que salir de este bar, luego del hotel, luego de la ciudad y luego del país. ¿Estás conmigo?