En el adiós a Santi Roldán

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Algunas personas despliegan en la vida una personalidad arrolladora de tal nivel que concitan seguidores y detractores por miles; otros pasamos de forma anónima en medio de simpatías y antipatías circunscritas no más que a un entorno cercano; lo insólito, sin embargo, es granjearse la unanimidad de cariño y afecto allá por donde ha transcurrido tu existencia como ha hecho el ser humano que durante 56 años ha deambulado por este mundo con el nombre de Santiago Roldán Caro. Por eso me ha llamado poderosamente la atención cuando en algunos comentarios se ha dicho o escrito “pero era muy bético”.

¿De verdad? ¿En serio que los gustos futbolísticos, o incluso la pasión hacia una entidad, influyen aunque sea mínimamente en la catalogación personal de un ser humano? No es extraño, en cualquier caso, que puedan surgir comentarios de este tipo cuando en numerosas ocasiones se canta, o se escribe en bufandas y pancartas, eslóganes como ‘verdiblancos, hijos de puta’. ¿Realmente todos ellos lo son? ¿También  Santi, Manolo, Cristina, Paco, Wito, Ángel, José María? ¿De verdad todos lo son? Lo decimos así y nos quedamos tan tranquilos descalificando de tal manera a personas a quienes en la inmensa mayoría de las ocasiones ni siquiera conocemos.

Cuestión distinta es la consideración que cada cual tenga hacia la entidad denominada Real Betis Balompié, la cual dispone de identidad propia e idiosincrasia diferenciada de los individuos que la componen. Al igual que en términos legales se hace diferencia entre las personas físicas y las personas jurídicas, las opiniones que se tengan con respecto a una entidad son independientes de las que se puedan tener de las personas que la componen o la siguen, ya que es incluso probable que muchas de ellas discrepen de las decisiones o acciones emanadas en ocasiones de la entidad.

Desde antes de la mayoría de edad, en el IES de Tablada, en Sevilla, cuando destrozábamos los zapatos dando patadas a un balón, él con mucha más destreza que yo; la calidad humana de Santi Roldán estaba muy por encima de sus pasiones futbolísticas. Después vendrían las primeras conducciones en el Opel Kadett heredado de su padre, que falleció más joven incluso que él; los años de estudio de Periodismo, los viajes a Madrid, las prácticas en Radio Aljarafe y los primeros escarceos profesionales en El Correo de Andalucía. A partir de ahí la vida nos llevó por derroteros diferenciados hasta que décadas después volvimos a reencontrarnos en Canal Sur Radio. Nada había cambiado en él; seguía siendo el mismo Santiago Roldán Caro; no le habían maleado las puñaladas que dan la vida y algunos seres inmundos que pululan por ella, nada había hecho mella en su afabilidad, su empatía y sus deseos de concordia con todo y con todos. Quizá en la privacidad de otras relaciones alguien podrá desmentirme pero sorprendería mucho que la uniformidad y unanimidad de los comentarios escuchados ante su marcha pueda ser rota por más de una decena de voces. De todo hay en la viña del Señor.

Tengo por costumbre que mis escritos nunca sean en primera persona del singular, pues no me considero tan inteligente como para considerar que mis comentarios sean más válidos que los de cualquier otra persona. Sin embargo, hoy rompo esta norma, pues lo que aquí se expone no son opiniones sino sentimientos. Sentimientos emanados por la marcha de este mundo de un ser humano excepcional, al cual pocas veces se le puso un ‘pero’ en su actitud y comportamiento. En la ensoñación del mundo ideal a la que se tiende cuando los sentimientos están en la primera capa de la piel, me ilusiono pensando lo bonito que sería que desaparecieran del Ramón Sánchez-Pizjuán los cánticos y bufandas en los que se cataloga de forma despectiva a todos los que tienen afección al equipo de la Palmera. Sin excusas, sin justificaciones, sin ‘peros’. No, hombre, no; todos ellos no lo son, ¿verdad, Santi?

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