Árbitros

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Se queja el sevillismo, y con razón, del trato recibido por los árbitros Gil Manzano y Jaime Latre en el partido del domingo en Vallecas, donde adoptaron decisiones incomprensibles en contra de los intereses del Sevilla Fútbol Club. Pitar falta de Acuña cuando fue el receptor de un pisotón en su tobillo por parte de Catena, dejar sin amonestación la reiteración de faltas graves de Trejo sobre Pape Gueye y, sobre todo, no expulsar a Lejeune por su entradón peligroso a Óliver Torres son motivos suficientes para clamar contra la pareja arbitral. Sin embargo, no se trata de atribuirlo a una supuesta campaña contra nuestro club; el único motivo es que esos dos árbitros, como la inmensa mayoría de sus compañeros, son rematadamente malos. Tan malos como que no son capaces de ver un balón que da en la espalda de Alex Telles, tras un disparo rayista, y pitan saque de puerta en lugar de córner.

El tal Jaime Latre fue el árbitro del VAR en el partido Sevilla-Real Sociedad en el que instó a la expulsión de Rakitic y Nianzou, finalmente decretada por otro elemento pernicioso como Del Cerro Grande, por dos lances fortuitos habituales en el desarrollo de un deporte que debe caracterizarse por la intensidad de los contendientes. Sin embargo, su meticulosidad en aquel encuentro derivó en permisividad en el partido de Vallecas por alguna razón que desconocemos pero que, a buen seguro, no tiene nada que ver con inquina hacia el Sevilla FC, sino más bien con su inutilidad para el desempeño de la labor arbitral.

En su inmensa mayoría, el colectivo arbitral está incapacitado para adoptar decisiones imparciales durante los partidos. En primer lugar porque ninguno es capaz de enfrentarse a los poderosos Real Madrid y Barcelona, a los cuales conceden privilegios por doquier, como ha quedado demostrado por última vez este mismo fin de semana cuando el entrenador merengue, Carlo Ancelotti, se encaraba con el árbitro para entablar una conversación de varios minutos que jamás ha sido, ni será, permitida a ningún otro entrenador. Esto, como último ejemplo, aunque mucho más flagrante es comprobar en cada partido cómo los jugadores tanto de Real Madrid como Barcelona tienen patente de corso para todo tipo de lances duros y peligrosos sin recibir sanción alguna.

Como segunda razón evidente de la incapacidad arbitral para desempeñarse con imparcialidad se encuentra algo reconocido por un exárbitro como Iturralde González: de la misma forma que las aficiones madridista y barcelonista son mayoritarias en la sociedad española, también lo son en el colectivo arbitral sin necesidad de que estén circunscritos a los colegios territoriales de Madrid y Cataluña. Hay que ser muy iluso para creer que un árbitro que sienta los colores de algunos de sus equipos no va a pitar a favor de su causa.

Frente a esto, desde el estamento arbitral se apela siempre como un mantra a la honestidad de sus componentes, aunque sin ofrecer el más mínimo argumento como demostración sino más bien como un dogma de fe que debe ser creído ciegamente. Incluso ahora que aparecen indicios de la corrupción en el colegio de árbitros con los contratos de su exvixepresidente Enríquez Negreira con el FC Barcelona, su única respuesta es volver a recurrir al dogma sin ofrecer ni explicación ni intención de iniciar las investigaciones oportunas para esclarecer todo lo ocurrido. Ni el Comité Técnico de Árbitros, ni la Federación Española de Fútbol, ni ninguno de sus dirigentes ha mostrado la más mínima disposición a ofrecer todos los datos al respecto, lo que no hace más que elevar la sospecha respecto a la limpieza de la competición, ya que, si hay un club beneficiado, es porque muchos otros han sido perjudicados.

Ésta es precisamente la premisa que hace incomprensible el silencio cómplice del resto de los clubes, del que sólo se han desmarcado en primera instancia el Sevilla FC y, posteriormente, el RCD Español, mientras todos los demás mantienen la misma omertá que en la mafia siciliana. Tras la valentía demostrada por sevillistas y pericos sólo queda esperar que se produzca del necesario movimiento en cascada del resto de competidos de Primera, con claridad y sin la tibieza que está demostrando hasta el momento el Atlético de Madrid. La encrucijada es clara: o se es cómplice de la corrupción que promueven Real Madrid y Barcelona o se apuesta por la honestidad y limpieza de la competición empezando por el estamento arbitral que cada fin de semana condiciona los resultados. Cada cual deberá ser valorado por sus actos. 

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