Definitivamente, visto lo visto, resultados y mercado de invierno, el gran error del Sevilla Fútbol Club en esta temporada es haber mantenido en 2022 a Lopetegui. El equipo ha mejorado notablemente desde que está Jorge Sampaoli y la plantilla que ha conformado Monchi al cierre del mercado de invierno, también.
Se ha ganado músculo y centímetros, bien porque han venido jugadores más jóvenes y con otro perfil biométrico, bien porque la plantilla anterior tiene una forma física mucho mejor (ahora parece que entrenan). Rakitic, Navas o Suso parecen rejuvenecidos. Badé, Ocampos, Pape o Bryan Gil elevan el perfil y reducen la edad. Lo cierto es que Jorge Sampaoli, en un entorno muy convulso, da la sensación de que ha logrado imponer su hoja de ruta y Monchi parece que ha recuperado la cordura.
La crisis institucional no remite pero, al menos, da la impresión de que no empeora con la mejoría de los resultados en el terreno de juego. Frente al Elche, el equipo arrolló y, ante Osasuna, rindió más que bien y fue superior al adversario en la fría noche navarra. Tiempo habrá de hablar del gran fallo de haber abandonado el modelo de negocio del Sevilla Fútbol Club, aquejados de un brote de delirios de grandeza. Ahora toca volver a la realidad y en los movimientos de Monchi, con las últimas bajas y altas de fichas, se intuye ese baño de pragmatismo y humildad que nos permitieron estar razonablemente orgullosos y ser incluso moderadamente arrogantes. El orgullo irracional es delirante y tenemos al final de la avenida de La Palmera notables muestras. La arrogancia sin hechos que la sustente, patética.
Tenían razón aquella porción del sevillismo que renegaba de Lopetegui, incluso en los momentos, y especialmente en esos momentos, de éxito y victorias del Sevilla Fútbol Club. Ellas y ellos, no es mi caso, son los que mantuvieron la honra de una afición con una forma de entender el fútbol que Lopetegui maltrataba. Este sábado, yendo en el autobús para el Sánchez-Pizjuán, volví a escuchar una expresión que no oía desde mi infancia de niño sevillista, allá por los sesenta del siglo pasado con Zafra en la presidencia del Sevilla Fútbol Club: ”Ahí vamos, al purgatorio”.
La ética del sevillismo es saber y recordar siempre, hasta en los momentos de mayor euforia, y precisamente en esos instantes más todavía; que el purgatorio es un viejo vecino que no podemos ni debemos olvidar. Esta es la ética del sevillismo, un matrimonio imperfecto que es el más perfecto de los matrimonios, entre gracia y coraje (el equipo de la gracia y del coraje).