Idiosincracias

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Las dos semanas sin fútbol después del derbi han sido mucho más que plácidas para las huestes del Sevilla Fútbol Club, que han podido incluso regocijarse en los efectos que la derrota ha dejado en el eterno rival. El ‘manquepierdismo’ ha dejado evidentes muestras de un extraordinario resquemor debido a la magistral lección de fútbol que le infligieron en su propio campo los pupilos adiestrados por JLo, los cuales afrontaron el partido con una maestría, una habilidad y unas capacidades propias de quienes están en un nivel superior.

Llevados por la euforia de lo que no era más que una buena racha, los seguidores del Beti generaron en su ilusión la posibilidad de vencer en el partido que para ellos tiene más importancia en todo el campeonato, dado que su incapacidad para alcanzar cotas mayores les lleva al conformismo de considerar al derbi como el mayor hito a su alcance.

Sin embargo, todo fue puro humo; en primer lugar porque su entrenador, el veterano Manuel Pellegrini, cometió un error impropio de quien lleva décadas de ejercicio a sus espaldas, como es pensar antes de tiempo en un partido cuando entre medias aún le quedan otros dos. Desde el fin de semana anterior ya tenía Pellegrini en mente al derbi, descuidando no solo un partido sino dos, lo cual derivó en encadenar tres derrotas seguidas con nueve goles encajados y ninguno anotado.

Con este bagaje era obvio que los ‘manquepierdistas’ iban a reaccionar como lo hicieron, abandonando el campo antes de que finalizara el partido ante el Sevilla Fútbol Club para no seguir presenciando lo que otra vez, sí otra vez, iba a ser un triunfo de los de ‘colorao’. ¿Cómo si no? Esta reacción ha sido denostada desde el interior del ‘manquepierdismo’ por considerar inapropiado que una hinchada abandone a su equipo ante la derrota, lo cual a bote pronto parece una crítica acertada, aunque, si se analizan otros condicionantes, quizá no sea tan anómala.

La imagen de ‘las balas de cañón’ desfilando por los vomitorios de su campo antes de que el árbitro pitara el final del encuentro es el símbolo de la frustración por una situación que se repite con tanta frecuencia que ya es más habitual que vean salir de su propio campo triunfante al Sevilla Fútbol Club que a su equipo, máxime además cuando desde el presidente hasta algún que otro veterano jugador le han contado el chiste de que se ha reducido la sideral distancia existente entre ambas entidades. La consecuencia de vender humo es que, cuando el tiempo demuestra la cruda realidad, el ser humano cae un sentimiento de frustración y pesar que hunde el ánimo de cualquiera.

Si a ello se le une que la característica fundamental del ‘manquepierdismo’ es la resignación a su inferioridad, se ve más lógica la ‘espantá’ que dieron los aficionados, poniendo de manifiesto la extraordinaria diferencia que distingue a la afición sevillista. Habría que remontarse al siglo pasado para recordar una reacción similar en el estadio Ramón Sánchez-Pizjuán, pues desde que el sevillismo acuñó el lema de ‘Nunca se rinde’, se impregnó de un espíritu combativo que circula por los capilares de todos y cada uno de los que sienten en favor del Sevilla Fútbol Club; hasta el punto de que no se sabe muy bien si es el público el que contagia de garra y lucha a los once hombres que están en el campo o si es a la inversa.

Lo único cierto es que, incluso en el último partido nefasto que recordamos ante el Lille francés correspondiente a la Liga de Campeones, no hubo un alma sevillista que dudara de que los jugadores, con más o menos acierto, dejarían hasta la última gota de esfuerzo en pro de una victoria que finalmente fue esquiva.

Se podrá ganar o perder, se podrá jugar mejor o peor, habrá más o menos diversión en el estadio y en las gradas, pero el esfuerzo y la lucha son innegociables en todos y cada uno de los estamentos que componen la gran entidad que responde al nombre de Sevilla Fútbol Club. Ése es el espíritu que ha generado la comunión perfecta entre equipo y afición; ésa es la característica sobre la que se asienta una idiosincracia imposible de igualar y difícil de entender.

Tan difícil de entender que incluso algunos catetos juntaletras que residen en la capital del país y profesan la devoción al Ladrón Madrí se atreven a criticar a uno de los nuestros, precisamente al artífice del Sevilla Fútbol Club del siglo XXI, don Ramón Rodríguez Verdejo, por la celebración del triunfo en el derbi. Acostumbrados a chulerías como mandar callar a la afición rival, a espectáculos barriobajeros como lanzarle al contrario una cabeza de cochino, e incluso a trifulcas que terminan con un entrenador metiendo el dedo en el ojo al otro, los mencionados juntaletras son incapaces de valorar el saber estar y el señorío de quien no hizo más que exteriorizar sus sentimientos de una forma absolutamente respetuosa hacia el derrotado, al cual no se dirigió en ningún momento para no importunarle en su dolor.

Las muestras de efusividad de Monchi con sus seguidores estuvieron repletas de un buen estilo, una caballerosidad y una deportividad que pocas veces se ven en los muchos duelos de eternos rivales que se reparten por la geografía española. Quizá por eso hay que ser muy inteligente para saber apreciarlo. 

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