Lukebakio, entre Biri y Kanouté

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Entre Biri y Kanouté, al sevillismo nos nació el martes una promesa de vísperas en la figura de Dodi Lukebakio. No sé si han reparado ustedes alguna vez que Sevilla Fútbol Club es una ciudad de vísperas. Chaves Nogales describió a los sevillanos y sevillanas como niños perpetuos. La madurez para el habitante de Serba La Bari es un crimen. El genial biógrafo de Belmonte encuentra en la elegante serenidad de los patios de mármol de la ciudad el silencio de una casa donde acaba de fallecer un niño. El tiempo de las vísperas no es el presente, ni el futuro, y mucho menos el pasado. De hecho, no es ningún tiempo, sino una epifanía que más que ilustrarnos nos deslumbra.

Lukebakio, en el partido del Sevilla Fútbol Club del pasado martes, me recordó cada vez que tocaba la pelota a los perfumes de pachulí de Biri-Biri, los olores a Pictolín de menta y Celta sin boquilla del fútbol de mi infancia en las “ruinas de Itálica” del Sánchez-Pizjuán. Velocidad, fuerza y esa creatividad caprichosa que tiene el fútbol de plazoleta tiene este jugador. El segundo gol fue de lo mejor que yo he visto en Nervión en muchos años. Sin su dinamismo, nada hubiera sido igual en el aplastamiento de ese falso equipo modesto que es la UD Almería (los petrodólares están detrás). Lukebakio, junto a En-Nesyri, forman una dupla que puede regalarnos muchas lágrimas de alegría esta temporada.

Biri-Biri supuso, para los niños del Sevilla Fútbol Club del tardofranquismo, recuperar sin conocimiento alguno una verdad ancestral que anida en los sótanos de la memoria de Serba La Bari: la negritud feliz, incluso en medio del horrendo crimen de la esclavitud, el verdadero pecado original del capitalismo contemporáneo. Biri-Biri fue la epifanía de esa Sevilla Negra tan ocultada como real y que ahora empieza a ser conocida en los orígenes negros del flamenco, como en la obra Gurumbé. Canciones de tu Memoria Negra. Se estima que alrededor del 15% de la población sevillana era negra entre los siglos XVII y XVIII. Aquellos niños sevillistas fascinados con Biri-Biri no sabían que posiblemente por sus venas corría sangre negra, pero sí sentían que aquella alegría primordial que transpiraba el fútbol de arabesco y sorpresa del jugador africano era, como decía Juan Ramón Jiménez de la muerte, “una madre nuestra antigua”.

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