Está muy claro el motivo concreto por el cual el Sevilla Fútbol Club cayó goleado el domingo en su partido contra el FC Barcelona, pero no sería conveniente, para lo mucho de liga que aún queda por delante, detenerse exclusivamente en el detalle concreto de una jugada, pese a que haya sido injustamente determinante para el devenir del encuentro. Lamentarse del penaltito y centrarse en la labor del colegiado sin analizar las causas por las cuales el equipo se derrumba, como lleva ocurriendo desde hace décadas en los campos de relumbrón, al menor contratiempo es tan absurdo como mirar al dedo que señala a la luna.
Hay que ser muy ingenuo, muy inocente o muy tonto para crecerse las consignas que al inicio de la temporada ofrecen los árbitros a los equipos: que si no se van a pitar penaltitos, que si los jugadores no pueden hablar con el colegiado, etc. Quien se crea que ese tipo de normas van a ser ejecutadas a todos los equipos por igual, es que no conoce cómo funciona el fútbol español, por lo tanto, incidir en esa cuestión, sobre todo cuando has recibido ‘una manita’, es un ejercicio de poca categoría analítica. Para el crecimiento del Sevilla FC, que lleva una veintena de años sin ganar un partido liguero a ninguno de los tres grandes de la competición nacional, es más conveniente estudiar su propio comportamiento sin despistarse en imponderables que escapan a su control.
Por tanto, abordando cuestiones que dependen del desempeño propio y no del ajeno, el entrenador sevillista tiene esta semana como tarea fundamental contestar a la pregunta que él mismo hacía retóricamente al concluir el encuentro: ¿por qué los jugadores se han derrumbado después del primer gol? Si se amplía el foco de la pregunta a una mayor perspectiva histórica, se transformaría en: ¿por qué el Sevilla sale acomplejado a los grandes escenarios nacionales? Curiosamente, es algo que no se corresponde con el tratamiento que recibe de los anfitriones. De hecho, el Barcelona ha presionado a las selecciones nacionales para que no forzaran a algunos de sus jugadores, como Lamine Yamal y Lewandowski, en los compromisos internacionales dado el nivel de los rivales inmediatos en esta semana, empezando por el Sevilla; de tal manera que la alineación inicial Flick aparecían todas sus figuras, lo cual da muestras de la importancia que el técnico culé daba a los sevillistas. Al finalizar el encuentro quizá pensaría que no era tan fiero el león, pero previamente le tenía bastante respeto. Flick trató al Sevilla FC como a un grande aunque el Sevilla FC no sepa que lo es.
Sin embargo, esta consideración ajena no se corresponde con la propia, como se puso de manifiesto a partir del minuto 24 en el que se materializó el primer tanto del partido, a partir del cual el equipo de Pimienta desapareció y empezó a comportarse como un grupo de niños temeroso de la paliza que le iba a propinar el grandullón de la clase. Así llegó el segundo bofetón en el minuto 28 y el tercero en el 39. En 15 minutos, el sparring cayó noqueado en la lona y el aspirante a campeón tuvo tiempo de dosificarse para recibir a otros rivales de mayor enjundia en los próximos días.
Además de esta claudicación del que un día fue el equipo de la casta y el coraje, del cual el domingo no quedó nada, habría que señalar con desazón la falta de rebeldía ante la debacle cuando empezaron a surgir algunos detalles que podrían haber sido aprovechados si el ánimo no hubiera sido tan mediocre. En el minuto 65, faltando aún media hora y con el resultado de 3-0, el técnico culé da por ganado el partido y saca del campo a Lewandowski y Rapinha para dar entrada a los pipiolos Pau Víctor y Fermín López. ¿Reacción de los jugadores sevillistas? Ninguna. Item más, diez minutos después, en el 75 salen del campo Lamine Yamal y Ansu Fati para que entraran Gerard Martín y Pablo Torre. ¿Reaccionaron los jugadores de blanco? Tampoco.
Es decir, faltando prácticamente 20 minutos para el final del encuentro el plantel nervionense no tuvo la más mínima actitud de rebeldía ante la hecatombe como para aprovechar que los rivales que tenía enfrente eran más chavalitos procedentes del filial culé que grandes estrellas del fútbol. De hecho, el equipo que endosó dos goles más al Sevilla era bastante parecido a aquel que recibió una goleada ante el Osasuna pocas semanas antes. Esa falta de actitud, de rebeldía, esa ausencia de casta y coraje al menos para maquillar el resultado es mucho más preocupante que la actitud del árbitro, del cual no se puede esperar más que perjuicio en los grandes estadios. En esos campos, lo que suele pasar, e incluso el aficionado lo admite, es que el equipo se vuelva derrotado. Sin embargo, lo que no se puede permitir bajo ningún concepto es que los jugadores dejen de competir antes del minuto 90. Al final pasó lo que no debe pasar: al Sevilla FC le respetan como si fuera un grande, pero el Sevilla FC no termina de creérselo.