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Contra el olvido

Pocas personas como él se hubieran alegrado tanto de una victoria frente al Barcelona, como pocas también de las que sientan los colores del Sevilla Fútbol Club se habrían tomado esta derrota con tanto pragmatismo. Hace un par de semanas, cuando el partido a partido de su vida asomaba con toda su crudeza y dosis extra de realidad, cuando sabía más que de sobra que no llegaría al partido del Camp Nou, con más certeza aún que Suso, Fernando o el Papu, respondió así a mi pregunta acerca de lo que opinaba sobre el descontento de parte de la afición con la trayectoria del equipo en la temporada:

—La gente no sabe lo que quiere.

A sus ochenta y seis años que iba a cumplir al día siguiente de nuestra despedida, sabía de lo que hablaba. Nunca le pregunté, pero estoy seguro de que recordaba la consecución del único título de liga que obtuvimos. Tenía diez años entonces, y a esa edad la memoria no traiciona. Y más a alguien que la mantuvo hasta el final, que no solo fue del Sevilla Fútbol Club hasta la muerte, sino que jamás se rindió. Porque su “nunca se rinde” no tuvo que ver con ignorar lo que se le venía encima, todo lo contrario. Si hoy puedo decir que nunca se rindió fue porque hasta el último día en el que los cuidados y sus pulmones le permitieron mantener la consciencia, hizo todo lo que estuvo en su mano por dejar un mundo más amable a sus hijos y a sus nietos, por aconsejarles qué hacer en su ausencia, por ayudarles a caminar solos, you’ll never walk alone, cuando hasta ahora todos habían sentido su apoyo al hacerlo. Ese es, al menos para mí, el auténtico “nunca se rinde” al que todos deberíamos aspirar cuando se aproximen nuestros minutos de descuento. Con todo el respeto para Lopetegui, él sí que era el mejor entrenador posible para el torneo más importante, aquel en el que nos jugamos todo, el de la vida. Por eso, cómo no estar de acuerdo con él al afirmar que la gente no sabía lo que quería. Y es que cuando la gente no sabe lo que quiere acaba por regalarles su vida a quienes sí tienen claros sus deseos.

Había visto ganar la liga, pero también sufrió una racha de… casi sesenta años, en la que, a pesar de otros dos subcampeonatos ligueros, no nos alumbraron otros títulos que algún que otro torneo veraniego de copa grande y valor escaso, o los ascensos a primera división. Sesenta años, cincuenta y siete para ser exactos, son muchos años de mediocridad, sueños rotos y no pocas tragedias como para quitarle la razón en lo que afirmaba de forma tan contundente como escueta.

Quizás otros lo hayan hecho, pero él nunca olvidó su pasado. Un pasado gris y duro en lo futbolístico, que también lo fue en lo personal al perder demasiado pronto y de forma muy dolorosa a un hijo y a la mujer de su vida. Y qué grandeza la suya al manifestarles a sus hijos en el final de sus días lo feliz que había sido. A pesar de todo, porque dicen que nunca se rinde, y porque no rendirse no es negar la derrota sino impedir que esta se adueñe de nosotros, que nos impida aprender de ella para darle la vuelta al marcador en cuanto la vida nos ofrezca una oportunidad. Y él supo hacer de la derrota, una victoria, del dolor, aprendizaje y del aprendizaje, enseñanza. Eso sí que es darle la vuelta al marcador.

Nunca olvidó su pasado, decía en el párrafo anterior. Y la pregunta que queda en el aire es si los aficionados del Sevilla Fútbol Club estamos olvidándolo. Algo muy español, por cierto, como tanto nuevo rico hizo a lo largo de la historia, en un tiempo comprando títulos nobiliarios tras los que ocultar tiempos de gañanía, o en otros más cercanos impidiendo desenterrar de cunetas y fosas comunes a quienes deberían tener un sepulcro digno. Somos de sepultar el pasado y así nos va. Dicen que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, quizás los sevillistas que se obsesionan por olvidar tiempos peores nos puedan llevar a regresar a aquellos años de grisura y mediocridad, tan diferentes a los que vemos ahora y que con tanto esfuerzo se ha conseguido.

Antonio Machuca dejó este mundo con el Sevilla Fútbol Club en una segunda posición que acaba de perder. Quién sabe cómo acabará la temporada. Elucubrando sobre esto, sobre la importancia de la respuesta a la cuestión, me viene el recuerdo de su sonrisa serena y pensativa, de sus ojos clavados en los míos, o en los de cualquier interlocutor antes de emitir su sentencia. Sí, la gente no sabe lo que quiere. La sabiduría implica perspectiva, por eso quienes dirigen el mundo no nos permiten que saquemos los ojos del día a día.

Dice Isabel Allende en su libro Eva Luna que la muerte no existe, que la gente solo muere cuando la olvidan. Estoy seguro que en mi familia perdurará durante mucho tiempo el recuerdo de mi tío Antonio como una oportunidad para hacer la vida un poco más amable. Y también espero que los sevillistas, sea cual fuere el desenlace de la temporada, no olvidemos de dónde venimos. Para seguir aprendiendo de los errores y de los aciertos, para continuar avanzando, para que lo verdaderamente importante jamás caiga en el olvido.

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A la memoria de Antonio Machuca Fernández. Este Jul y Gan ya no podrás leerlo, ni escucharlo de boca de tus hijos. Pero continuarás vivo en todos y cada uno de los que tuvimos el privilegio de disfrutarte.

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