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Al señor de Nervión

Hubiera sido muy bonito haber ganado el sábado. Sí, ya no te hubieras enterado, pero al fin y al cabo qué es la resurrección si no la pervivencia de unos valores más allá de nuestras vidas caducas. Qué ha sido el Sevilla sino continuar el legado de un presidente como tú, que nos enseñó que se pueden hacer las cosas de otra forma. De una forma tan sencilla como tan difícil de imitar. Sí, en este mundo tan difícil de entender, en el que, por ejemplo, los que monopolizan palabras como patria son los menos patriotas, los que menos miran por el interés colectivo; en este mundo tan difícil de entender, repito, por si alguien se hubiera perdido o cabreado por el ejemplo, las cosas más sencillas son las más difíciles de llevar a cabo. Y mucho más si al final, todo el esfuerzo realizado, todas las fatiguitas sufridas, nos llevan a tantos títulos, a tanta plata como la que se ha conseguido. En un escenario tan difícil, tan adverso a nuestros sueños como este en el que el fútbol y la televisión se han aliado en beneficio de los de siempre.

El sábado, contigo casi de cuerpo presente, caímos derrotados por 2 a 4. Empatados hasta el minuto 85, al final nos dobló en número de goles quien nos quintuplica en presupuesto, un equipo en el que jugaba de titular un antiguo futbolista nuestro y que sentaba en el banquillo a otro que había sido uno de los más destacados sevillistas de la pasada temporada. Un equipo que nos lleva dando por culé varias temporadas, no solo en resultados, sino en llevar para su club a las perlas más destacadas de nuestra plantilla: Rakitic, Lenglet, Luis Alberto, Keita, Dani Alves, Adriano, Aleix Vidal… ¿seguimos? Jugadores que no pudimos mantener porque desde que fuiste presidente y no había ni para balones en el Sevilla no se ha gastado un euro más del necesario, más allá de que las inversiones realizadas fueran o no acertadas, y eso nos ha obligado a volver a empezar una y otra vez una temporada sí y otra también. Nuestro sino, la explicación del 2-4, pero también la de las cinco uefas, dos copas del rey y las supercopas.

Señor de Nervión, y que me perdonen los hermanos de La Sed o San Benito, que con la ayuda de Monchi nos mostraste la única senda del éxito que seremos capaces de transitar mientras en la liga española el espectáculo no sea el objetivo. Porque, no nos equivoquemos, el objetivo de la liga no es que sea un torneo atractivo; el objetivo es que uno de los primos de Zumosol, el merengue o el blaugrana, triunfen en la Champions, y así preservar esta reminiscencia única de lo que fue el imperio español. Es lo único que nos queda, el único imperio en el que de vez en cuando no deja de ponerse el sol.

Me hubiera gustado, y a todos los aficionados sevillistas que llenaron el estadio (salvo las localidades reservadas a aficionados del equipo culé venidos de Barcelona y del mundo rural andaluz), que el Sevilla hubiera vencido al gigante blaugrana, porque el fútbol es de los pocos deportes en los que los milagros se dan de vez en cuando. Pero, visto desde la serena perspectiva de las horas pasadas y de tu fallecimiento, el de un presidente clave para los que allí estábamos, tampoco importa mucho. Porque la victoria que dura para siempre, la que no borraremos de nuestras retinas ni de nuestro corazón mientras vivamos, fue el minuto de silencio que todos te dedicamos.

En un minuto, en menos, porque la emoción no se puede contener, recordamos aquellos balones que no se podían pagar y que hoy sobran en el terreno de juego; las fatiguitas a las que un señor de Nervión como tú les administró su buen Primperan en forma de dineros y, sobre todo, de señorío, para que se pudieran fiar de Monchi al confeccionar un equipo de segunda a coste cero, y subiera del tirón; y recordamos la gloria, los títulos, inimaginables hasta para el más optimista, que llegaron cuando habías renunciado a ser nuestra cabeza visible, pero nadie abjuró de tu legado.

Roberto, recuerdo tu ejemplo y no puedo evitar ahora, aunque imagino que no te gustaría, mirar a nuestros vecinos de acera, que han pasado aún más fatigas que nosotros y que en cuanto se han quitado la soga del cuello han construido un estadio más grande que el nuestro, han fichado por más millones que nosotros y van a ganar los títulos que jamás nosotros soñamos hace quince años. Sí, realmente lo más sencillo es muy, muy difícil de imitar.

Ojalá que en una época en la que los oscuros dinero que vagan por el mundo financiero han tentado a los accionistas, nuestro club, sus propietarios, no se rindan y mantengan la llama que tú volviste a encender, aunque tuvieras que pagar hasta las cerillas, la de ese que nació a orillas del Guadalquivir entre obreros de la Sevilla Water Company, allá por 1890. Un club de sevillistas de toda condición, una sociedad deportiva y económica ejemplar que el pueblo andaluz debería tomar como referente para salir de la indigencia. Ojalá que tu legado, señor de Nervión, continúe siendo santo y seña de este club. No importa que vuelva Messi la temporada próxima y nos meta de nuevo tres.

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