Por fin ganó el Sevilla Fútbol Club el primer partido en casa de la temporada. Fue ante el Getafe de Quique Sánchez Flores, un entrenador de aires Caracoleros; seguramente, el técnico de élite más flamenco de nuestro fútbol. El hijo de Isidro y Carmen Flores posee un hablar pausado y sentencioso de resonancia fandanguera que contrasta con el enfoque analítico que transmiten sus equipos.
Sevillista confeso, a pesar de la sangre verde que corre por sus venas, siempre ha reconocido que fue atrapado por la sabiduría y el fervor del Sánchez-Pizjuán cuando lo visitaba en la infancia. Quique Flores, la tarde del pasado domingo, tuvo una nueva oportunidad de comprobar cómo, en Nervión, sigue habitando ese matrimonio inaudito entre el fervor de la pasión por unos colores (“sentir los colores”, decían los sevillistas viejos como mi padre) y la inteligencia sabia de una multitud que ha visto mucho y muy buen fútbol a lo largo de la historia.
Ver buen fútbol no es solo un hecho objetivo de la percepción, sino también un hecho subjetivo de la apreciación de lo que se ve sobre el terreno de juego. La finura del paladar sevillista es ciertamente muy eficiente y esto le ha permitido acumular una amplia memoria colectiva real, sin necesidad del uso de alucinaciones como son tan abundantes al final de La Palmera. El servilismo tiene, y guarda, la experiencia de lo sublime y sabe que lo sublime es escaso. El borrado emocional de los recuerdos negativos no es pérdida de memoria, sino ahorro de traumas. El pasado domingo, el sevillismo demostró que décadas de éxitos no han borrado la memoria y cómo la inteligencia prefiguran y moldean la pasión.
La inteligencia de cualquier organismo comiste, esencialmente, en diseñar estrategias exitosas en la adaptación al ambiente. Selección, adaptación y eficiencia son las tres virtudes de la actitud darwinista y las tres las tuvo el sevillismo el pasado domingo. Doy como ejemplo tres momentos del partido. Primer momento, en los primeros minutos del Sevilla – Getafe; un nimio error arbitral, un bote neutral, provocó una bronca monumental. De esta forma, se señalaba la situación límite del equipo, contexto ambiental de susto o muerte. Segundo momento, el voleón, una especie de patada a seguir en rugby, del defensa Loïc Badé, que habitualmente seria motivo de reprobación por la grada, se tornó en una explosiva ovación, señalización de contexto ambiental de fuga y lucha. Tercer momento, Carlos Álvarez. La última esperanza blanca del arte de la escuela sevillana recuperó con pundonor un balón perdido peligroso al final del partido. Entusiasmo en el público, señalización del contexto ambiental de camuflaje en el terreno.
Sampaoli entendió todas estas señales del sevillismo y tomó una decisión transcendental para la victoria final: cambiar un delantero centro por un defensa. Nadie lo censuró, salió bien. En rueda de prensan posterior, reconoció que fue una intuición no prevista y con mucho riesgo. ¿De dónde salió esa intuición? De las señales que emitía el sevillismo darwinista sobre el contexto ambiente, no lo duden. Pura inteligencia de las multitudes como los enjambres.