Imagino que como cualquier otra afición, la sevillista tiene unas particularidades que deben ser entendidas por todos aquellos que recién llegan al Sevilla Fútbol Club, en cualquiera de sus instancias, ya sea directiva, deportiva o como mero aficionado. Es algo que, por ejemplo, poco a poco debe ir asumiendo JLo, a quien ya le habrá quedado claro que, si quiere ser aplaudido hoy, lo será por los éxitos que tenga hoy y no por los que tuvo en el pasado aunque sea reciente. Bajo ningún concepto, el sevillismo le va a aplaudir después de la semana horrible que nos ha regalado merced a la mediocre idea de tirar el partido ante el Chelsea para intentar garantizarse un triunfo ante el Real Madrid, que finalmente tampoco llegó. El resultado de tan pueril intención -una goleada y una derrota- no va a borrar todo lo bueno realizado hasta ahora, pero va a ser recriminado en la justa medida de la estupidez diseñada.
El aficionado sevillista ya no tolera ridículos puntuales ni dulces derrotas, aunque haya quien piense que es un delirio de grandeza colocar el listón de la exigencia en el mismo nivel que los seguidores de otros clubes que nos duplican el presupuesto. Quienes así piensan suelen sacar a colación el caso de la afición valencianista, demasiado exigente en una pretérita etapa exitosa que añora en estos momentos de carencia en los que se encuentra debido a una nefasta gestión empresarial. Ocurre, sin embargo, que, como el futuro no lo conoce nadie, los sevillistas preferimos seguir construyendo un presente meritorio y feliz, para lo cual la estabilidad del club es una condición indispensable, de ahí la importancia de otro de los hechos relevantes de la pasada semana para la entidad: su Junta General de Accionistas.
También en esta cita accionarial, otro de los advenedizos ha demostrado que aún tiene mucho que aprender sobre la idiosincrasia del sevillismo, aunque, en este caso, el comportamiento de la afición sevillista como colectivo presente más sombras que luces. La conclusión más rotunda de la reunión anual del accionariado ha sido este año el refrendo a que el Sevilla Fútbol Club sea propiedad de los sevillistas y no quede en manos foráneas más interesadas en el color del dinero que en el color de nuestro escudo. Nuevamente, aquí podemos apelar al caso valencianista para rechazar la presencia de inversores extranjeros, aunque si alguien garantizara una experiencia como la del Chelsea que recién nos goleó o de la constelación de estrellas del PSG, quizá la oposición no fuera tan frontal.
Sea como fuere, el caso es que en la junta accionarial se adoptaron cuantas decisiones que fueron precisas para forzar la salida del socio americano que se había instalado en la mesa del Consejo de Administración. Y aquí es donde viene la sombra más grande que el sevillismo ha protagonizado en los últimos años porque, si ‘los americanos’, 777 Partners, Sevillistas Unidos 2020 o como se le quiera llamar a ese accionista, ha tenido un asiento en la zona noble del Sánchez Pizjuán no es porque un día entrara el tal Andrés Blázquez sin permiso ni autorización y se sentara como quien toma asiento en el sofá de su casa.
El inversor americano fue llamado por alguien con promesas que siempre desconoceremos y por un motivo que no tenía relación alguna con el devenir del Sevilla Fútbol Club, sino que estaba provocado por una pugna por el control de la entidad con un componente de agravios personales nada desdeñable. Los protagonistas de esa guerra accionarial son precisamente los mismos que el viernes daban golpes en sus pechos proclamando su incuestionable arraigo sevillista.
De la misma manera que habrá hoy aficionados que estén clamando por un Sevilla FC controlado por sevillistas pero hace un año pasaron por la mesa-camilla cutre que el tal Blázquez instaló en el hotel Los Lebreros para recoger su cheque por la venta de unas pocas acciones a un precio muy superior por el que las compraron hace décadas. ¿O no eran sevillistas quienes le vendieron las acciones a Blázquez? Ahora, como ocurrió en la Junta de Accionistas, se pueden proponer mil fórmulas para que el paquete de ‘los americanos’ vuelva a manos del sevillismo de base; pero no olvidemos que ha sido el propio sevillismo de base el que le vendió sus acciones movido por un buen puñado de euros.
Por tanto, si la estabilidad institucional del club está en peligro, es porque los sevillistas como colectivo así lo han querido. Y conviene no olvidarlo porque en esta ocasión probablemente ese inversor extranjero sea repudiado y, tarde o temprano, salga de la masa accionarial, pero no sabemos cuánto va a tardar nuestro club, en el fútbol mercantilizado actual, en caer en manos de un socio capitalista norteamericano, asiático o árabe. En este asunto, todas las actitudes son legítimas ya que cada cual es libre de hacer con sus propiedades lo que considere oportuno, por lo que nada se podrá reprochar cuando los grandes paquetes accionariales cambien de mano, que lo harán tarde o temprano.
El único reproche aquí, si se quiere, es de carácter ético; puesto que la invocación al sevillismo no ha de ser sólo de palabra, sino también de hechos.