Don Joaquín Caparrós, al que nunca le podremos agradecer bastante lo mucho que hizo como parte de aquel proyecto que hizo resurgir al Sevilla FC de sus cenizas, ha profetizado lo que será el fútbol post-coronavirus. Lo leí en el Decano Deportivo la pasada semana: «Habrá un antes y un después. Las canteras serán claves».
Vivimos inmersos en una tragedia inesperada. Este pasado domingo 19, la periodista Cristina Valdivieso entrevistaba en Diario de Sevilla al doctor Jesús Rodríguez Baño, Jefe de Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Virgen Macarena y presidente, ojo, de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas, que respecto a la pandemia que sufrimos, manifestó: «Esto es mucho más serio que una gripe y ahí es donde nos equivocamos». O sea, si los expertos de este país, los que dedican cada hora de su jornada laboral a combatir estas enfermedades, no supieron predecir lo que iba a ocurrir, cómo podría haberlo hecho cualquier gobierno, que no tiene otra opción que apoyarse en los expertos para tomar sus decisiones. Imposible, lo que no quita que, como sociedad, desde la política que se realiza a través de nuestros representantes, se podría y se debería hacer mucho mejor, gestionar la improvisación a la que la falta de reflejos de nuestra sociedad ensimismada nos ha abocado, si bien todos deberíamos tener claro que hay determinadas políticas, como las sanitarias o las educativas, por poner ejemplos que nos afectan a todos, cuyos frutos se recogen a largo plazo. Son frutos que tardan en recogerse y, por tanto, lo que hoy sufrimos como incapacidad de gestión, se lo deberíamos achacar a las políticas que se hicieron hace diez o doce años, al igual que lo que padezcan quienes vivan en 2030 se deberá a la gestión de hoy. O lo que es lo mismo, de la incapacidad de nuestro sistema sanitario, de la falta de medios de protección para los profesionales, de la carestía de recursos, se debe culpabilizar a quienes recortaron sus presupuestos en favor de un modelo político en el que los derechos de las personas no eran el centro sino los del capital.
¿Por qué escribo esto hoy en una columna de fútbol, especializada además en lo que se cuece en torno al Sevilla FC? Por varios motivos. El primero y principal es porque me da la gana, porque me apetece. Y también porque en medio de una mortandad tan grande para una sociedad más acostumbrada a provocarlas lejos de su entorno más que a sufrirlas, las aves carroñeras de todo pelaje, con una falta absoluta de respeto a los muertos y al dolor de sus familias, aprovechan para alimentar sus organismos con su comida predilecta, para dejarlos ahítos de ese patriotismo interesado que hiede en sus billeteras.
Los éxitos y los males de hoy han nacido mucho antes. Como los éxitos del Sevilla FC, que se cimentaron en aquel equipo que conformaron Roberto Alés, José María del Nido, Joaquín Caparrós y Ramón Rodríguez Verdejo. De su trabajo, y de la continuidad que se le ha dado, vinieron los éxitos que disfrutamos en forma de títulos, y que aún gozamos hoy siendo terceros en la clasificación liguera.
Los males de la atención sanitaria de ahora provienen de las políticas que adelgazaron el estado, o sea, nuestros derechos, de los más vulnerables, para entregárselo al derecho de otros, a los más fuertes, a enriquecerse, aún con la salvaguarda de entregarnos una limosna de vez en cuando. Hay quien piensa que tener una sanidad pública es poder ir gratis al médico al centro de salud o al hospital, sin pagar un euro, o acudir a la farmacia a por medicinas con importantes descuentos que ya quisiera ofrecer cualquier anunciante ladrón de Instagram (mascarillas quirúrgicas, antes a 20 céntimos, hoy a 5 euros, no se pierdan hoy esta oferta irrechazable).
Los males de la atención sanitaria vienen de destrozar la atención primaria, de convertir a los médicos de familia, a los enfermeros, y también a los farmacéuticos, en meros expendedores o dispensadores de vales de descuento en lugar de utilizarlos como auténticos defensores de la salud pública, haciendo verdadera promoción de la salud, para proteger la salud comunitaria, que es el único ejército potente capaz de minimizar, junto a las indisolubles políticas sociales, los daños de cualquier tipo de agresión colectiva al que nos enfrentemos. Por recordar un ejemplo de la Historia: los que salvaron a los británicos del nazismo no solo fueron sus soldados al repeler la agresión militar aérea; lo que les hizo resistir fue la comida que proporcionaban los huertos comunitarios que cultivaban en las proximidades de sus casas. La atención primaria es nuestro huerto, y por eso hay que cuidarla.
Mientras todos nos solazamos con la adquisición para los hospitales del último aparato de alta definición diagnóstica para tratar no sé cuál enfermedad incurable, sea por vía presupuestaria, con foto de político incluida, o por donación de millonario que teja su mercancía en cuevas asiáticas, nos olvidamos de que la salud es esencialmente comunitaria, y cuanto más débil sea esta, más frágiles seremos ante cualquier ataque, y mayor daño sufriremos como sociedad. Tengamos mascarillas o no.
Cuando sobre el Sevilla FC don Joaquín Caparrós nos dice que hay que volver a mirar a la cantera es, en clave sanitaria, regresar a nuestro huerto, a la atención primaria, aquella que surgió en los años 80 del siglo pasado como concepto universal de derecho de cualquier ciudadano, en lugar de ligado al trabajo, como era en tiempos del régimen anterior. En clave futbolística hablaríamos que una sanidad basada en el gasto hospitalario es un fútbol sustentado en los fichajes, en comprar héroes de alta definición. En cambiar cada año a diez jugadores por otros diez nuevos, auxiliados por esa peligrosa ruleta de la fortuna que nos dice que el mundo de yupi en el que vivimos será eterno, y por la sabiduría de Monchi para comprar barato y vender caro. Y así hasta que un día la burbuja del dinero explote y lo único que reste como baluarte sea esa atención primaria futbolística que corretea por los potreros de Montequinto y que es la única que nos podría salvar, hoy prácticamente ausente de una plantilla de futbolistas en la que el idioma español, y qué decir del pasaporte, ha llegado a ser minoritario.
El coronavirus, y el seleccionador de Armenia también, nos está diciendo que es tiempo de volver a mirar a casa. Es tiempo de confinarse en nuestras estructuras, de fortalecer nuestra atención primaria. De luchar por los derechos a la salud, y a la educación de todos. Por tener una vida digna que dignifique el esfuerzo que todos realizamos. Por proteger a los más débiles de la comunidad y que sean tan capaces como los demás de ofrecer lo mejor de ellos mismos. Es tiempo de no de seguir haciéndole el juego a los poderosos, al Real Madrid o al Barcelona, a la liga inglesa o al Paris Saint Germain, en asuntos como el fútbol, o como la salud. La verdadera fuerza es la comunidad, y en fútbol, en el Sevilla FC, no radica en la galopada por la banda de Lucas Ocampos, sino en la grada. La primera que va a estar ausente, la gran perjudicada de los tiempos del coronavirus. Volvamos a casa. No es por nadie; es por todos.