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Vivir en las alturas

Asumido está por la humanidad que lo difícil no es llegar a la cima sino permanecer en ella. Esta máxima, acuñada desde hace decenios, la está empezando a experimentar ahora la afición del Sevilla Fútbol Club con el amargo sabor derivado de la crisis iniciada al romperse una racha de nueve partidos victoriosos, de forma tal que el ánimo ha pasado de la cima a la sima en cuestión de una semana. Pues bien, ni en la fase triunfal fue conveniente soñar con metas hoy inalcanzables como ganar la Liga, ni en la depresión actual conviene arremeter contra todo bicho viviente que tenga una mínima responsabilidad en el Sánchez-Pizjuán, porque hay algunos que quieren echar ya hasta al utillero. Es evidente que el fútbol es pasión y que el amor a unos colores conlleva un componente pasional que provoca alteraciones extremas en el ánimo, sobre todo cuando uno se ha instalado en el top 10 del fútbol continental, es decir, en la élite. Se puede decir por tanto que lo que sufre el sevillismo es mal de alturas.

Varias son las formas por las cuales se puede acceder a la cima del fútbol europeo; la casuística así lo demuestra. En España, quienes se han instalado en lo más alto suponen el último vestigio que queda del franquismo, el cual construyó una dicotomía Real Madrid-Barcelona, adobada con el Atlético de Madrid como convidado de piedra, que extendió por todo el país para absorber a una sociedad que no debía pensar ni atender a otros asuntos más importantes. Así fue como el régimen privilegió a unos clubes para que extendieran su masa social por todo el territorio nacional, generando un status fortalecido años después por la acción de los medios audiovisuales. En Europa, ha proliferado recientemente el modelo de ascenso a la élite a través del respaldo de poderosos fondos de inversión, o directamente de magnates más o menos exóticos, como es el caso del PSG, Manchester City o Chelsea.

Ninguno de los dos procedimientos, sin embargo, corresponden con la metodología del Sevilla Fútbol Club, el cual ha tenido que utilizar la capacidad intelectual, el trabajo duro y constante, la habilidad deportiva, así como el tesón y el carácter necesario para no desfallecer en ese arduo propósito de instalarse entre los mejores por méritos propios y sin connivencias ajenas. Se trata, por tanto, del camino más largo, tortuoso e ingrato de acceder a la cima pero también ha de ser el más estable y duradero ya que permite crear unas estructuras sólidas que no se desvanezcan al primer envite, pues cuanta mayor sea la altura que se alcance, mayores serán los peligros que acechen.

Quizá sea, pues, que al sevillismo le falte tomar conciencia de que todo es exagerado cuando se vive en las alturas. Ahí en la cúspide hay pocas amistades desinteresadas pues todos los compañeros de camino son enemigos a batir y de los que defenderse; los admiradores no son tales sino más bien aduladores que abrazan en los éxitos y apuñalan en las derrotas; los tratos no son producto de relaciones de confianza sino de avaricias descontroladas que buscan el mayor beneficio en el menor tiempo; la lealtad vale lo que valen los billetes; y el amor a unos colores no es más que un recurso dialéctico pero nunca un sentimiento verdadero.

Cuando se vive en las alturas se pasa de especular con un posible traspaso de Koundé por una cantidad cercana a los 100 millones de euros tras marcar al Barcelona a considerarlo irrelevante para un club poderoso; la admiración que causaba el poderío de Diego Carlos pasó a ser endeblez por dos penaltis cometidos en partidos de máxima proyección; la exagerada valoración de En-Nesyri queda en el olvido al tercer encuentro sin anotar, el entusiasmo por los bailes del Papu Gómez se torna en crítica por un fichaje del que se dice que no tiene cabida en el esquema de juego de JLo, y la admiración por el empuje de Ocampos desaparece al fallar el penalti decisivo de una semifinal. Opiniones volátiles todas ellas al socaire de unos resultados igualmente volubles pues, de haber anotado el penalti el pasado miércoles, los titulares habrían sido para destacar que Ocampos rescató al Sevilla Fútbol Club y no habría ni sombra de la crisis que hoy padecemos, agravada por el tropezón en Elche.

El pesimismo más descarnado y el optimismo exagerado están separados por la distancia que media entre fallar o marcar un penalti. Qué no dirán los titulares si acaso esta noche el marcador del Signal Iduna Park muestra un resultado favorable a nuestros intereses, hasta dónde podría llegar la euforia del sevillismo y cuántas palabras negacionistas pronunciadas en esta última semana quedarían huérfanas. Qué bonito es vivir en las alturas.

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