Victorias melancólicas

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Tres años después ganamos en el Benito Villamarín, una de las victorias que más felices nos hace a los sevillistas. No sé si será el caso de mucha gente, pero a mí me gustan otras bastante más. Vencer al Real Madrid o al Atlético de Madrid me gusta muchísimo más, dónde va a parar. Y al Barcelona, también, aunque un poco menos. Y no lo digo porque sean triunfos más dificultosos, que lo son, más esporádicos, que también, sino porque yo soy de los que cree que, a diferencia de lo que dicen los catalanes, Madrid nos roba, y mucho, y no solo en lo que respecta al fútbol.

Vencer al Betis mola, pero, soy un sentimental, me acuerdo de mis amigos béticos. Sí, lo reconozco, tengo amigos verderones, y al igual que hay palanganas a los que detesto, que los veo y me hacen acordarme del bote de Primperan, uno les tiene afecto a personas, porque son personas, créanme, que tuercen por el equipo de la acera de enfrente.

Cuando fui padre, una de mis mayores obsesiones fue que ninguno de mis hijos se hiciera bético. Ya se sabe, hay progenitores que no saben educar a su prole y les sale bebiendo los vientos por el enemigo. Nunca me preocuparon ideas políticas, condición sexual ni fervores religiosos. De todo eso se encarga la vida, pero del fútbol, no, somos los padres los que tenemos que encargarnos de evitarles desgracias innecesarias a los hijos, como las de seguir a unos colores para los que las excusas, la envidia o las medias verdades sean el motor de los sentimientos. Tener hijos de tu equipo no es tarea fácil. Hay mucha gente alrededor que en la tierna infancia pueden dañar de forma grave e irreversible el amor hacia unos colores. Algo que después no se cura, porque está infectado, como muchos nacionalismos, del virus de la irracionalidad. Hoy sé que lo conseguí, que nadie en casa vibra por trece barras que no sean las de los bares. Alguna amenaza inconfesable me costó, pero lo conseguí, y eso es lo importante. Lo único importante en asuntos peligrosos como estos. Ya solo temo a yernos y nueras, pero, como dice aquella frase, cuando lleguemos a ese río cruzaremos ese puente.

Sin embargo, la amistad se elige con frecuencia sin tener en cuenta los colores futbolísticos. La amistad, como las ideas políticas, las creencias religiosas o la condición sexual, surgen con el devenir del tiempo, y afortunadamente no son incompatibles con los fervores balompédicos. Incluso la sazonan, aunque sea este un aliño bastante picante que tan bien se suele manejar por estos lares, donde la explotación de nuestra riqueza por otros que dicen que les robamos no han conseguido acabar, por el momento, con nuestra cultura. Sí, somos un pueblo culto aunque ignorante. Por eso manejamos tan bien nuestra forma de estar en el mundo, a pesar de lo mal que votamos en las elecciones, dándole siempre alas a quienes nos mantienen en este estado de indigencia colectiva en el que vivimos.

Desde que adoro a ciertas personas, porque sí, son personas, consentimientos equivocados pero personas estos béticos, victorias como las del domingo me dejan un cierto poso de tristeza cuando me acuerdo de ellos, al igual que cuando alguna vez hemos caído derrotados, porque, aunque no lo crean, es cierto que alguna vez perdimos, que no fueron tan malos siempre, aquellas derrotas eran algo menos tristes, creo recordar, al ser consciente de lo que otros estarían disfrutando. Incluso recibir un meme de su parte me tranquilizaba, porque constataba que no habían muerto de infarto ante una hazaña de tal calibre.

Admito que Luuk De Jong, que como siga así va a acabar teniendo una peña sevillista de aquí a nada, me dio una gran alegría. Pero luego recordé a una buena amiga que en ese momento agacharía la cabeza, la escondería entre las piernas, y pensaría, quizás en el idioma catalán que hoy utilizan tantos descendientes de paisanos nuestros que tuvieron que huir de señoritos y cazadores andaluces, que aquest any tampoc. De esa amiga fue el primer mensaje de felicitación por la victoria que recibí el domingo por la noche. Como también lo fue aquel día de mayo en el que levantamos la quinta. Y por eso, este artículo es para ella. Porque si todos los béticos, si todos los andaluces fuéramos como ella, seguiríamos siendo igual de alegres pero nadie estaría viviendo en la calle ni pidiendo limosna en esta tierra a la que tanto queremos mal.

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