Un sentimiento

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A mi amigo Manolo Torres, in memorian

Sigo dándole vueltas a lo ocurrido la semana pasada en el Sánchez-Pizjuán. Las opiniones encontradas de la afición sevillista en torno al fichaje del canterano de Camas no hacían más que alimentar la incógnita sobre lo que ocurriría la tarde de su presentación oficial. Pero no hubo más que aguantar la impaciencia, convivir pacíficamente con la duda y esperar a que las agujas del reloj hicieran su trabajo. Así, a partir de las siete de la tarde comenzamos a vislumbrar lo que, un poco más tarde, se convirtió en un baño de multitudes, en una fiesta en rojo y blanco y, estoy convencido, en uno de los días más felices en la vida de alguien que, en varias ocasiones, le perdió el respeto a quien se suponía que era su gente, su afición.

En todo caso, parte de esa afición estaba allí, jaleando el momento, convirtiéndolo en histórico y demostrando al mundo qué grada se escribe con mayúsculas.

Tengo para mí, y estoy convencido de ello, que si un día se presentara en el estadio, un poner, una caña de lomo con la marca del Sevilla Fútbol Club, la fiesta también sería apoteósica. Y creo que esa actitud tiene mucho que ver con el gen sevillista, un sentimiento que hace de lo nuestro el centro gravitacional de nuestros corazones. Hay clubes que se autoproclaman los mejores del universo, árbitros mediante, claro está, y otros que dicen de sí mismos ser más que un club, sin reconocer que son una mera empresa.

Nosotros no somos los mejores del universo, árbitros mediante. Pero somos mucho más que un club. Somos algo mucho más importante que un club. Somos, nada más y nada menos, una familia. Y estamos, todos a una, donde hay que estar en cada momento: en el recibimiento del hijo pródigo, como sucedió la semana pasada, y en la despedida de un amigo, como sucedió este pasado lunes en el tanatorio de la SE-30, donde estuvieron a nuestro lado trabajadores del club y miembros de la directiva. Porque sabemos celebrar los triunfos como nadie y sabemos hacer piña en los momentos difíciles, sucedan estos dentro o fuera del terreno de juego. Ese sentimiento nos diferencia de quienes ven este deporte como un mero ir y venir de intereses económicos, como una escalera mecánica para ascender en el escalafón social y medrar en el ámbito político. Ese sentimiento se viene transmitiendo de generación en generación y tiene su origen en la primera vez que el abuelo le dio la mano al padre para llevarlo al estadio y así sucesivamente. Ese sentimiento impregna nuestras conversaciones, se hace luz en las peñas y música en las gradas. Ese sentimiento tiene forma de escudo de la misma forma que el escudo tiene forma de corazón, valga la redundancia. Y eso no lo podrán cambiar jamás ni los desplantes, ni las broncas ni los sinsabores de la vida. Ese sentimiento nos une, nos hace fuertes y nos hace invencibles, incluso, en la derrota.

El próximo domingo volverá a rodar la pelota en el Sánchez-Pizjuán. Y allí estaremos todos animando a rabiar a nuestro equipo, a nuestros jugadores, a todos, porque son nuestros, porque son parte de nuestra familia. En esta ocasión, algunos lo haremos conteniendo las lágrimas, o no, con un ojo mirando al tercer anillo. Espero que hayas podido pillar un buen asiento, brother. Porque vamos a pasarlo muy bien. Juntos. Como siempre.   

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