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Un poco de poesía

Hace no muchos años, el Sevilla fichó al mediocentro brasileño Julio Baptista, apodado La Bestia por su espectacular fortaleza física. Entrenaba al Sevilla Joaquín Caparrós, uno de los artífices de que hoy nos podamos quejar y cabrear por ir quintos en la tabla. Joaquín Caparrós, que supo ver en Sergio Ramos a un gran central, en lugar del prometedor lateral derecho que era en el Sevilla Atlético, o que enseñó a Dani Alves a ser un jugador total, vio que Julio Baptista tenía aptitudes para convertirse en segundo delantero y ahí fue donde lo colocó. El resultado fue que La Bestia marcó cincuenta goles, equitativamente repartidos en las dos temporadas que defendió nuestra camiseta, y que fue vendido por el triple de lo que costó al equipo merengue, ese con cuyas imágenes nos atosiga hasta la extenuación la televisión pública, esa que pagamos entre todos los españoles pero en la que los demás solo aparecemos por motivos luctuosos o de mofa.

¿A cuento de qué viene lo de Julio Baptista? Porque lo de los merengues se debe a mi derecho al pataleo que ejerzo periódicamente por asistir a una Liga adulterada. Pues viene a que en mi opinión, la gran virtud de un entrenador, como la de los poetas, es ver lo que otros no ven. Ser entrenador no es tener un sistema de juego equis, como no lo es el dominio de la métrica en la poesía, sino ser capaz de ir más allá, de transformar la realidad, de interpretarla de otra forma para emoción de quienes estamos al otro lado, espectadores o lectores.

El Sevilla tiene un sistema de juego que no ha cambiado desde que comenzó la temporada, salvo en pequeños retoques que no afectan en esencia al producto final. Un sistema predecible, con unos jugadores que pasan y pasan la pelota en horizontal, que la soban y la soban al estilo del balonmano, que triunfan en todas las estadísticas salvo en la única que sirve, la de los puntos para la clasificación.

El balón circula de un lado a otro sin que los jugadores miren al arco contrario, esperando su turno en el rondo, un rondo pachanguero, más propio de la Ciudad Deportiva que del Estadio. Los delanteros, el delantero que toque, para ser más preciso, cae a banda persiguiendo la bola en esa circulación, y deja espacios que nadie ocupa, para mayor gloria de la defensa contraria. El único que es capaz de arriesgar para tratar de traspasar las líneas es Ever Banega, y si comete un fallo, que alguno tendrá que cometer a lo largo de los noventa minutos, deja vendida a la defensa para cualquier equipo que domine el contragolpe. Y las consecuencias son muchas veces trágicas, como trágico fue lo de Moscú, como vergonzoso lo de Madrid. Y otras tantas en las que o bien la derrota ha sido menos ominosa, o no han tenido la trascendencia final que nos la haga tener más presente, no lo han sido, pero podrían haberse convertido en nuevas catástrofes. Basta recordar también el último partido de Champions en Maribor, frente a un equipo que si no llega a ser por su escasa calidad nos hubiera pintado la cara; de colorao, evidentemente.

Para más inri, nuestro contragolpe, con esa obsesión de jugar siempre al pie, es terrible, nada que ver con el veloz y preciso en las transiciones de otras temporadas, con lo que si el marcador nos es favorable, resulta casi imposible encontrar serenidad y concreción cuando el contrario se abre, porque no somos capaces de llegar a la puerta contraria con la rapidez necesaria.

Es cierto que futbolistas claves en el sistema, los que ocupan los extremos, no pasan por un buen momento, y que eso suele ocurrir a lo largo de la temporada, pero cuando pasa a todos al mismo tiempo es para pensar que las razones de que ello ocurra no son personales sino de diseño y de planificación. Y todo puede agravarse, porque los contrarios saben ya de qué pie cojeamos, así que las soluciones no pueden hacerse esperar, y más cuando la ausencia de las mismas puede resultar muy cara, porque no alcanzar o superar objetivos costará mucho dinero. Y si no hay pasta, los mejores tendrán que emigrar. Nuestro sino andaluz en esta España que es nuestra madrastra.

El Sevilla necesita ser menos predecible. Es imperioso que los equipos  a los que nos enfrentamos no sepan a qué atenerse, se sorprendan, y para eso no queda otra, visto que no va a haber cambios más drásticos, que tirar de jugadores poetas, capaces de ver espacios que otros son incapaces de ver, entre otras cosas porque ni levantan la cabeza.

Y por eso, Ganso puede ser una de las alternativas. Porque es capaz, como Banega, de hacer menos predecible al equipo, y para ello, ya que no tiene las prestaciones físicas de Julio Baptista, es preciso relevarle de las responsabilidades defensivas que tiene un mediocentro. Jugar más adelante para hacer más daño, para que piense únicamente en crear los versos.

¿Cambio de posición en un jugador que no estamos aprovechando? ¿Cambio de sistema? Cambios. Y si no hay valor para hacerlos, los valientes tendrán que ser otros. El fútbol no está hecho ni para cobardes ni para testarudos. Quizás no solo pueda vivir de poetas, pero pocos como ellos para darle la vuelta a una realidad cada día más cruda, porque no se saben utilizar bien los fogones disponibles.

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