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¿Solo Julen Lopetegui?

Los seguidores del baloncesto norteamericano están acostumbrados a las remontadas de veintitantos puntos en el último cuarto en un partido sí y otro también. Es muy habitual. Pero ni esto es la NBA ni estamos en Estados Unidos; aquí la costumbre del aficionado es otra. Aquí se atiza al entrenador cuando ocurren desastres como el perpetrado por el Sevilla Fútbol Club el domingo, dilapidando la ventaja de dos goles que consiguió fabricarse ante el Ladrón Madrí. La costumbre es sacar todos los tópicos contra Julen Lopetegui y utilizar para este partido los mismos argumentos que en otros encuentros, como si todos fueran iguales.

Ciertamente que la impronta de un equipo se corresponde con la del entrenador pues el colectivo futbolístico adopta inexorablemente la personalidad de quien lo dirige. No obstante, este axioma no debe ocultar los hechos criticables que puntualmente ocurren en un partido, lo que nos debe llevar a preguntarnos si realmente es Julen Lopetegui el único culpable de la estupidez cometida por el Sevilla Fútbol Club el domingo. ¿No tienen ninguna responsabilidad algunos jugadores?

Resulta difícil aceptar que el entrenador ordenó a Rakitic que, a partir de un momento concreto del partido que circunstancialmente coincidió con la famosa jugada de la entrada de Camavinga a Martial, la cual bajo ningún concepto puede servir de excusa para el desaguisado posterior, empezara a encadenar errores en los despejes y en la salida del balón que de milagro no provocaron que el primer gol del Ladrón Madrí llegara en la primera parte del partido. Cuando se suponía que el descanso debía servir para coger aire y serenar el ánimo, resultó que la clarividencia del croata del Sevilla Fútbol Club fue mermando en progresión geométrica a sus fuerzas físicas hasta tal punto de que quien, por su experiencia y trayectoria, debe dar solidez al bloque se convirtió precisamente en la primera grieta.

Tampoco tiene explicación que el relevo de Papu Gómez por Óliver incluyera una orden del técnico Julen Lopetegui en el sentido de regalar el control del balón al rival y dedicarse a defender el resultado, ya que el joven extremeño no responde a ese perfil de futbolista. Lástima las oportunidades que está perdiendo un jugador con extraordinarias cualidades como Oliver Torres de posicionarse en la vanguardia de un equipo puntero si hubiera sacado partido de la fortuna de tener a su lado a un maestro como Éver Banega, de quien debió aprender muchas cosas que le habrían catapultado hacia zonas estelares. Lejos de aprovechar las enseñanzas del mago argentino y tomar su relevo en el Sevilla Fútbol Club, Óliver parece más bien acomodado a un papel de primer suplente, el sexto hombre si volvemos al paralelismo de la NBA.

Muy elocuente fue su actitud en el gol del empate en el partido del domingo, cuando en el borde del área propia disputó sin sangre ni fuerzas un balón con Carvajal dando con su cuerpo en el suelo, y dedicándose posteriormente a reclamar falta al partido, limitándose a observar cómo el lateral madridista se adentraba en el área para ceder a Nacho para que éste pusiera las tablas en el marcador. Su imagen, rodilla en tierra presenciando el desarrollo de la jugada, mientras los madridistas festejaban su gol, es la plasmación visual de la diferente actitud de ambos equipos. ¿Fue orden de Julen Lopetegui imbuirse de apatía frente al ímpetu rival?

Injusto sería centrar el análisis sólo en estos dos jugadores del Sevilla Fútbol Club cuando hay otros que por su relevancia, deportiva y económica, se hacen más acreedores de ser observados con lupa. Dejando al margen a Martial, puesto que el bajón del equipo coincide circunstancialmente con su salida del terreno de juego, conviene detenerse en el comportamiento de Jules Koundé, cuyas declaraciones hacia el exterior se compadecen poco con su comportamiento dentro del campo, donde no ejerce el rol de líder que pretende aparentar en los medios de comunicación.

El sevillismo tiene en el recuerdo figuras de centrales carismáticos como Javi Navarro o Escudé que impedían que el equipo sufriera la descomposición anímica que protagonizó el domingo pasado. El anhelo del club de traspasar al francés por una cantidad que esté más cerca de los 100 millones que de los 50 conjuga mal con su desempeño en un partido de tanta trascendencia, durante el cual no sólo no impuso jerarquía sino que tuvo más de un despiste en forma de malos pases que a punto estuvieron de convertirse en regalos de gol.

De la misma manera, también sería conveniente esconder el vídeo de la actuación de Lucas Ocampos si se quiere rentabilizar su imagen en la Premier para pegar pelotazo este verano. Ni asomo del futbolista que lució fulgurante en su primera jornada en Sevilla. Su aparición en el campo fue como la de un fantasma, incapaz de hilvanar una jugada de peligro ni de aportar algún detalle que metiera el miedo en el cuerpo de la defensa madridista, cuanto menos enlazar algún contraataque que hiciera intervenir al portero visitante. Nula aportación al Sevilla Fútbol Club de un futbolista que fue desequilibrante en un tiempo no muy lejano y que en las grandes citas aparece como transparente.

El desarrollo del encuentro es muy parecido al perpetrado ante el Lille allá por noviembre en la Liga de Campeones cuando también se dilapidó una ventaja en el marcador con un comportamiento impropio de futbolistas profesionales, que al parecer no aprendieron nada de aquel desastre. Tirando por elevación es obvio que el responsable de todo esto es el entrenador, pero también podría ascenderse al director deportivo, al presidente y así llegar hasta al cielo. No obstante, en el suelo, en el césped, también hay responsables.

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