La ya fenecida temporada del Sevilla FC es la evidencia palpable de que quien gana los partidos y los títulos, en muchas ocasiones, es el escudo. Ya sé que lo hemos dicho antes, pero no por ello es menos cierto. Podemos hablar de la sensible mejora de los jugadores, del fabuloso trabajo de Mendilibar o del aliento increíble del sevillismo, pero todos esos factores juntos son condición necesaria pero no suficiente para explicar este amor eternamente correspondido entre la copa Bertoni y el club de nuestras entrañas. Al final, todo resume en Monchi diciendo “Vamos a cantar el himno”.
¿Y cuál es ese escudo que gana partidos imposibles y conquista trofeos inesperados? Más allá de la mística con la que los sevillistas envolvemos nuestra pasión, las cosas son más simples y materiales: el escudo es el capital simbólico de un club. Esta misma mística, la queremos más que nadie, está forjada de creencias que no solo nosotros compartimos entre nosotros, sino también, y esto es lo más importante, con nuestros rivales. Y para que estas creencias se materialicen, es necesario una caja de herramientas de rituales dentro de los cuales son tan importantes El Arrebato como Jesús Navas, las supersticiones privadas de miles de aficionados del Sevilla FC y las paradas y goles de Palop o Bono, los saltos de En-Nesyri sobre el césped o los botes sobre la grada de los Biris.
El escudo es eso que por error se denomina patrimonio inmaterial pero que es tan físico como los temblores y sudores ante el partido, las gargantas entonando el himno o los miles de gestos repetidos hasta la extenuación. El Sevilla FC ha devenido un capital simbólico que hoy asombra al mundo futbolístico para admiración de unos pocos y enojo de muchos. Hay otros casos similares como el Real Madrid en la Copa de Europa, pero nunca se ha efectuado un salto tan increíble entre la realidad socioeconómica del club, la ciudad y los éxitos deportivos. Se han ganado siete UEFAs, lo que nadie ni de lejos ha logrado, con plantillas excelentes, buenas, regulares y medio pensionistas y con idéntica variedad de entrenadores o directivas. Solo Monchi permanece porque Monchi ya forma parte del escudo.
Este capital simbólico no se puede fichar ni traspasar, ni siquiera copiar; es una singularidad evolutiva como hay millones en la larga historia de la selección cultural humana. Es por eso que ha sido un error cambiar el modelo de negocio del Sevilla FC (criar, vender, comprar, criar…), no solo por los evidentes méritos de gestión eficiente de la economía del club sino también por lo que tiene de mensaje simbólico. ¿Qué nos dice? Las plantillas y los entrenadores son contingentes, solo el escudo permanece. Por eso, la continuidad forzada de Lopetegui fue tan dañina, porque erosionaba al escudo al contravenir la ideología futbolera del sevillismo. Este es mi resumen y balance de la temporada: solo el escudo vence.
La continuidad de Lopetegui que tan dañina fue que casi nos lleva al abismo,fue decidida por el que forma parte del escudo,según su artículo.Creo que al igual que Lopetegui había cumplido su ciclo ,el de Ramón Rodríguez Verdejo, también. Un cordial saludo sevillista.