Silencio

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Hace poco más de un año, el cáncer tocó de lleno a mi familia. Todos podemos contar el caso de alguien cercano que ha sufrido esta enfermedad. Todos sabemos lo que significa, todos conocemos la carga semántica de la palabra, el horror de escucharla en boca de un profesional. En aquel mes de octubre, le tocó hacerlo a mi hijo mayor, y además solo, sin la compañía de nadie, porque fue al médico por unas molestias que tenía en un testículo y se encontró con la derivación preferente al hospital para su diagnóstico. Sospecha de tumoración, decía el documento de interconsulta, y ahí se inició un camino que hoy, trece meses después, es afortunadamente tan solo un mal recuerdo, porque se trató de un tumor benigno por el que se extirpó un testículo que no compromete en nada su calidad de vida, y muy pronto no harán falta ni los controles rutinarios a los que todavía debe someterse. Una historia corta de enfermedad, con un final feliz, probablemente muy distinta a la de otras personas cercanas a quienes leerán este artículo.

Durante las primeras semanas, entré en fase de shock. No sé cómo habría reaccionado si en lugar de mi hijo, el enfermo hubiera sido yo, pero lo cierto es que era él y aquello me desgarró emocionalmente. Si no llega a ser por su fuerza, que me sostuvo, que nos sostuvo emocionalmente a toda la familia,  a sus veinte años de edad, todo hubiera sido aún más terrible, en aquellos días de incertidumbre, de pruebas diagnósticas, de búsqueda de información, de esas palabras tan espeluznantes en este contexto como lo son probabilidad, supervivencia, quimioterapia… Son momentos muy difíciles, en los que se necesita intimidad, estar rodeado de las personas más cercanas, y de no ser importunado, aun con las mejores intenciones. Y también es la ocasión para los demás, incluso en la esfera más íntima del enfermo y su familia, de respetar el propio proceso de cada cual.

Hay pacientes como fue mi hijo, que inician el proceso con una gran aceptación y fuerza. Otros, como fue el caso de su padre, que no había enfermado, en el que los sentimientos de vulnerabilidad y fragilidad se impusieron. ¿Cuál es la receta mágica? Ninguna, porque en momentos como estos, tan duros, que afrontamos sin aprendizaje alguno, y más en una sociedad como la nuestra, absolutamente hedonista, que oculta el sufrimiento y lo aleja de su lugar natural, que es formar parte de la vida; en momentos tan duros, digo, cada cual reacciona como puede, y si el proceso es largo, siempre habrá, en todos, fases de fragilidad, de negación, de tristeza, y también de aceptación y valentía. Por muy homo technologicus que seamos, cuando asistimos a situaciones en las que existe la posibilidad de enfrentarnos a la muerte, regresamos a nuestra animalidad, a enraizarnos con la tierra, y nos desvestimos de cualquier ornamento artificioso. Nadie es mejor por comportarse como un héroe ante la enfermedad. En todo caso, eso es un alivio para los que estamos alrededor, pero cada cual debe tener el derecho de expresar sus emociones como su humanidad precise. Por eso, entre otras cosas, es tan importante preservar el derecho a la intimidad de los que padecen una dolencia, y aún más si es grave.

Creo que resulta evidente la razón de este artículo. Eduardo Berizzo es una figura pública, pero antes que eso, antes que nada, es un ser humano, una persona que se enfrenta a una edad temprana a un problema de salud de gravedad, con muchas incertidumbres, con muchas esperanzas. Con muchos miedos.

El Toto y su familia precisan de nuestro respeto, y no habrá mayor señal de respeto que el silencio. Debemos permitirle que maneje sus tiempos como su humanidad precise, que quizás no sería como no otra persona lo haría, pero que es la suya. No hay nada que añada más dolor al dolor que el que se acerca a dar lecciones de comportamiento que nadie ha pedido. Y jamás deberíamos obligarle a interpretar el papel de héroe, ni suponr que se es menos valiente porque en cualquier momento del proceso pudiera aflorar la desazón. Silencio, respeto, es lo que necesita de nosotros, y, por supuesto, estar cuando nos necesite.

Hoy iba a hablar sobre remontadas, sobre si los sistemas deben estar al servicio de los jugadores o al contrario, sobre el Mudo Vázquez o la transfiguración de Banega. Pero hay algo mucho más importante que el fútbol y he tratado de escribir sobre eso. Y una vez que he llegado hasta aquí, a partir de ahora, guardaré silencio.

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