Revisando las estadísticas, observó que de los once partidos jugados por el Sevilla FC como local en Liga, se contabilizan cinco victorias, cuatro empates y dos derrotas. Un total de diecinueve puntos sobre treinta y tres posibles. Pobre bagaje para un equipo que aspira a que suene en su campo el himno de la Champions League la temporada que viene.
Sin embargo, lo más preocupante no son esos catorce puntos que han volado de Nervión. Es la sensación de que el equipo, en casa, hablando mal y pronto, le coge asco a los partidos con una facilidad pasmosa, provocando el bostezo, en primer lugar, y el hastío, posteriormente, de los suyos.
El plan tan eficiente que ha trazado Lopetegui cuando el Sevilla FC hace las maletas y compite por los diferentes campos de España está claro que en el Ramón Sánchez-Pizjuán hace aguas. Poco a poco, punto a punto, los rivales van perdiendo el respeto a un estadio que en los últimos años había sido prácticamente inexpugnable.
El pasado domingo, el Alavés se limitó a plantar una defensa bien ordenada para dejar que los locales se ahogaran en su propia incapacidad para alborotar el juego de ataque. Aburriéndose a ellos mismos y al respetable, delegando todo en las arrancadas de Lucas Ocampos o algún balón parado milagroso que salvara los muebles.
Ni el empate a más de veinte minutos del final sacudió el partido. No hubo una sola ocasión hasta el final, cuando lo normal hubiera sido ver al equipo de Vitoria colgado del larguero rezando porque el árbitro pitara el final del partido. Nada más lejos de la realidad. El encuentro acabó en área sevillista, ante el enfado de una afición que en casa no tolera que el equipo no acabe volcado en campo rival.
El sistema de juego tan rígido que plantea Julen Lopetegui (positivo en muchos aspectos) y que tan buenos resultados da fuera de casa tiene unos efectos secundarios poco saludables que salen a la luz cuando el equipo tiene que llevar una cierta iniciativa del juego en casa: la falta de sorpresa y, por ende, el aburrimiento.
Precisamente ante el Alavés, entre bostezo y bostezo, surgió una llama de esperanza, Jesús Joaquín Fernández Sáenz de la Torre, Suso. En los pocos minutos que estuvo demostró que puede que traiga en la maleta desde Italia algo de lo que adolece el ataque sevillista: conducción, regate y, sobre todo, imprevisibilidad. Ojalá sea la pieza que necesita el Sevilla FC para poder alterar los partidos y volver a convertir el Ramón Sánchez-Pizjuán en una causa casi perdida para los rivales.
De momento, el cuarto puesto compensa la falta de gol y de ocasiones (reitero mi columna de la semana pasada), pero en el momento en que el juego pragmático deje de dar resultados, los bostezos corren el peligro de ir convirtiéndose paulatinamente en pitos. El fútbol, para bien o para mal, no espera a nadie.