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Semana grande

Iniciamos los devotos del Sevilla Fútbol Club una semana grande que solo acabará en celebración en Múnich o en Sevilla. Jul y Gan me han obligado a rebuscar por los armarios todas las camisetas de nuestro equipo, desde la de Bukta a las Nike, las bufandas de los días grandes y los no tan grandes, o grandes a su modo, las banderas… Nuestra casa será esta semana roja y blanca desde las ventanas hasta el último escondrijo de la cocina, aquel lugar donde residen garbanzos caídos en épocas remotas o dientes de ajo resecos, olvidados tras cuencos confinados en espacios recónditos a donde jamás llegó la limpieza.

Terminamos la semana con un doble partido frente al Athletic de Bilbao, el hermano león con el que compartiremos los estadios, aunque no Semana Grande. Mientras nuestro entrenador hace probaturas intentando adaptar a los nuevos, el Bayern se estrena en la Bundesliga endiñándole ocho chicharitos (no Hernández) a otro equipo hermano, el Schalke 04 (a partir de ahora 08). No pasa nada, este equipo ha crecido mucho en eso, en ser un equipo, en estar por encima de las individualidades; en saberse y conocerse parte de un todo, que es mucho más que la suma de once jugadores; en tener la certeza de que el resultado es parte de un proceso, de un camino en el que todos son, somos, importantes.

Mientras otros tratan de apropiarse en exclusividad, y por tanto, de vaciar de contenido, algo tan importante y humano como es el sentimiento, mientras aseguran estar por encima de las victorias y las derrotas, como si nunca hubieran echado por malos resultados a ningún entrenador, a director deportivo alguno, como si en sus gradas no se hubiera blasfemado contra alguno de sus trabajadores, nosotros afrontamos el reto de un nuevo título, con la esperanza de agarrarnos a la oportunidad que nos otorgue el devenir del partido. Si alguien piensa en la enorme diferencia entre plantillas, presupuesto o tradición competitiva, nosotros nos agarramos al 3-0 que le colocamos al probablemente mejor equipo del siglo XXI en nuestra primera superfinal europea.

Si la victoria cayese del lado del Sevilla Fútbol Club no sería solo la de David contra Goliath. Para ello basta con una honda (en minúscula). Sería la de una familia, la de un grupo cuya esencia colectiva está por encima de cualquier nombre propio. Si ellos tienen a Gnabry, nosotros tenemos a la Giralda que se viste orgullosa; si ellos tienen a Müller, aquí estamos nosotros, Sevilla; si ellos tienen a Lewandowski, nosotros a todas las lenguas antiguas que contaron el nacimiento de una ilusión. ¿Por qué no?

El grupo. Si algo nos ha enseñado Lopetegui esta campaña en la que tantos desconfiábamos de él, es que todo es posible si hay conjuro. Un conjuro que dista mucho de ser mágico en cuanto a estructura, porque se teje de solidaridad, esfuerzo y motivación, pero que sí puede serlo en sus efectos. Cuánto podríamos aprender del fútbol para trasladarlo a nuestra sociedad si esta no lo considerara como un mero entretenimiento, un nuevo opio del pueblo que ha desplazado de sus fumaderos a la religión. Cuánto mejor funciona un equipo en la medida en que todos sus soldados son considerados iguales e importantes, cuando cada uno es capaz de sentir la patria (el escudo) como algo de todos, por encima de la gloria individual. Cuánto mejor funciona una sociedad entre iguales, en la que no hay estrellas y gregarios sino respeto a las funciones de cada cual. Cuánto más sano es un equipo, una sociedad, cuánto ganan todos, porque ninguno pierde, cuando el ego se diluye entre los lazos de la unidad.

El Sevilla Fútbol Club es una esperanza para el fútbol, una esperanza amenazada no tanto por el Bayern como desde dentro. Porque desde dentro nos quieren hacer creer que vendrán más éxitos cuando aspiremos a ser uno más de tantos clubes dirigidos, y muchas veces esquilmados, por gente que viene a llevárselo calentito. El Sevilla es una esperanza para la sociedad porque nos dice que se puede ser grande, se puede ser feliz, siendo pueblo. Y si a mí me encantaría ver al Sevilla Fútbol Club levantar una nueva copa este próximo jueves, no solo será por añadir otro trofeo a nuestro palmarés, que también, sino por volver a presenciar el abrazo de los tres porteros al final del encuentro, porque se repita la cariñosa conversación de Vaclík con su entrenador tras la entrega de trofeos, por contemplar de nuevo la foto de los capitanes en la que, ay, faltará Banega, pero estará Rakitić, uno de los nuestros.

Sueño, soñamos en casa, porque Jul y Gan también sueñan a su modo con la victoria, porque otros, a los que no les gustamos, o a los que ni siquiera les gusta el fútbol, piensen que si el Sevilla vence, la sociedad también puede vencer a los individualistas y egoístas que han enfermado al mundo. Y que un mundo sano es bueno para todos, o nunca será sano. Y que este, el mundo, es el club más grande, por el que todos deberíamos sudar la camiseta.

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