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Rubiales, te jodes

Lo siento, el Sevilla Fútbol Club ha ganado. Con un cien por cien de efectividad en nuestros tiros a puerta, en medio de una crisis que va a durar, y a pesar de gente que no sabemos si era rubiales, morocha, castaña o albina ya que el pelo ni se les intuye. Ni la poca vergüenza, dicho sea de paso, ni sus pocas luces al hablar por el móvil. Pero, pelillos a la mar, que diría otro calvo.

Dice el refrán que si dices con quién andas, te dirán quién eres. También hay otra forma de explicarlo, en sentido inverso, decir con quién no andas, o quién te odia. Porque hay odios que dignifican. Que el Sevilla Fútbol Club sea uno de los clubes más odiados de España, el segundo tras el Real Madrid, el principal club de la ciudad aspiradora no es casualidad. Que esa inquina no sea agradable es obvio, a nadie le gusta caer mal. Pero no es algo que tenga por qué ser negativo, ni mucho menos.

Que el Sevilla Fútbol Club haya llegado a donde ha llegado en este siglo es un milagro. Lo es porque lo ha hecho como club modesto, con accionistas de kilómetro cero, en un mundo mercantilizado en el que buitres de todas las razas y colores de pelo, rubiales, morenos, castaños, morochos, calvos o melenudos, han venido a comerse la gallina de los huevos de oro del deporte más popular, y a no dejar un huesito sin chupar. Ha conseguido todos los títulos que pueblan nuestras vitrinas y hasta nuestros vecinos ningunean mediante una estrategia arriesgada, la única posible para ello, la de buscar gente prometedora y a bajo precio, hacerlos futbolistas de verdad en la ciudad deportiva, y venderlos con el beneficio más elevado posible para reinvertir y soñar con que el que venga nuevo no llegue a ser un fracaso. Que de todo ha habido y habrá.

Mientras otros colgaban sus botas de futbolistas mediocres para ponerse otras botas más lucrativas, mientras otras aficiones y criaturitas varias clamaban por accionistas mayoritarios de lejanos países, por trileros de oscuros intereses que anunciaban milagros y que, como en los auténticos, nunca se hacen realidad, mientras eso ocurría, el Sevilla Fútbol Club hacía una labor callada, paciente, colocando buenos cimientos, los que se podían poner en algo tan inestable y caprichoso como el fútbol, en su proyecto. Con un resultado absolutamente inesperado para el más optimista de sus aficionados.

Que los palanganas, con todos los defectos que sabemos que tiene nuestro proyecto, con todas las obsolescencias que hay que cambiar, y no nos referimos solo a los futbolistas sino a las de los despachos, que los palanganas, decimos, hayan llegado a donde lo han hecho, jode y mucho. Y por varias razones.

Jode porque desmitifica al dictador de turno, denominado accionista mayoritario, como solucionador de los males de un equipo con unos millones que no va a poner sino a llevarse. Jode porque desmonta la fiabilidad de ese entramado liguero y federativo basado en millonarios tenebrosos y personajes siniestros que acceden a presidencias, tengan estas el modelo societario que tengan. Y jode porque viene de la región más pobre de España, de la provincia con los pueblos más pobres de España y de la ciudad con los barrios más pobres de España. Una jodienda múltiple que angustiará a buen seguro a más de uno, pueda o no tirarse de los pelos o tenga que ir a Turquía para lograrlo.

Que en Andalucía sea el Sevilla Fútbol Club el equipo más odiado no es ninguna novedad. La indigencia moral, intelectual, la pobreza de todo tipo de la que lo económico no es más que una de sus caras más visibles, ha traído esto. Ya lo dice el historiador Carlos Arenas Posadas en su recomendable libro Lo andaluz. Historia de un hecho diferencial: cuando se llega a un nivel de pobreza extrema se pierde todo deseo de beligerancia y de lucha y se buscan dictadores que nos protejan, para provecho de ellos, que ya sabemos lo que han hecho de esta tierra a lo largo de los siglos. Por eso desgraciadamente hay tantos merengues y culés en esta tierra y tantas tumbas por desenterrar.

Que en España sea el Sevilla Fútbol Club de los más odiados tampoco es novedad. Que un club andaluz, sevillano, modesto, haga daño en la liga o se pasee por Europa, aunque sea en un torneo secundario, como les gusta decir a nuestros acomplejados vecinos, jode y mucho. De Andalucía lo que quieren es su sol y su playa, sus camareros grasiosos, los chistes de Joaquín y de Cristóbal Soria, el traje de faralaes y su aje con jotas y haches aspiradas de camisetas étnicas, el besahuevos de sus mesnadas. Pero que una sociedad dé ejemplo de una trayectoria, sea capaz de encaramarse a unos puestos que no le corresponden en su mentalidad parasitaria, no lo pueden soportar. Que se jodan también. Y que el resto de los andaluces decidan lo que quieren ser.

Nosotros, por nuestra parte, estamos muy orgullosos de amar los colores de un equipo que se rebeló contra su historia y resurgió de los aguas cenagosas del fracaso. Y como sabemos que de ahí se sale, se puede salir, si hay que volver allí trataremos de poner nuestro empeño en que volvamos a hacerlo, aun con el peligro de esos cantos de sirenas yanquis que amenazan con hacernos formar parte del gansterismo futbolero.

Golazo de Gudelj. Ganan los palanganas. Calvo, lávate la boca.

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