Pretemporada

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En un extraño momento del año, sin parangón alguno en la historia del fútbol profesional, parece que nos acercamos de forma tímida al reinicio de la actividad deportiva en los clubes de élite. Si no hay modificaciones al respecto, el próximo artículo de Jul y Gan, que será el 150, aparecerá el día en el que los jugadores del Sevilla FC vuelvan a los entrenamientos. Una nueva pretemporada se avecina, un tiempo de reflexión, ajeno a la ventana de fichajes esta vez, y que nos debería invitar a reflexionar acerca del futuro.

Ayer domingo, la sociedad dio un paso más para volver a la normalidad. Multitud de niños en la calle nos alegraron el día después de una cuarentena de profunda tristeza, a pesar del miedo de los más temerosos y de la indignación de unos cuantos ante adultos que parecen no haber entendido nada, que no sienten el menor respeto por los muertos que todavía se cuentan a diario por centenares.

Entender será sin duda el verbo clave en este proceso de desescalada de una tragedia que ha provocado, aunque sea de forma eventual, un giro radical en nuestras costumbres. De la forma de interpretar el momento, de nuestra comprensión acerca de lo sucedido, derivarán las consecuencias colectivas que sufriremos. Porque todos, aunque no hayamos enfermado, nos hemos contagiado de algún modo por el coronavirus 2.

Es probable que a algunos, el verbo entender los lleve a concluir que lo ocurrido no ha sido más que un mal sueño, una pesadilla de la que nos vamos a despertar unos meses más tarde, algo ajeno a nosotros y que, con el paso del tiempo, pudiéramos llegar incluso a creer que jamás sucedió. Si en lo que respecta a la sociedad, significaría la vuelta en el menor tiempo posible al modo de vida anterior, en lo que atañe al Sevilla FC, lo futbolístico, entrañaría el regreso a un modelo económico y empresarial basado en ingresos millonarios por publicidad, enormes desembolsos en traspasos y fichajes, y en una dependencia económica externa al sustento que proporcionan los aficionados que asisten al estadio que, de momento, tendrán que contentarse con seguir el fútbol por televisión, y que bien poco cuentan en los presupuestos de nuestras sociedades anónimas deportivas. Hace unos días se publicó que los ingresos por abonos y entradas del Sevilla FC ascendieron a unos 13 millones de euros, apenas un 7% de su presupuesto. Eso es lo que cifra nuestro aliento.

Otra forma de entender lo sucedido sería asumir que lo que antes creíamos que era la normalidad dista mucho de serla, porque evidenciaría aceptar que aquella normalidad consumista y depredadora sería la que nos ha llevado a la situación ambiental que vivimos, la responsable de crear un caldo de cultivo idóneo para que se iniciasen por parte de los microorganismos, adaptaciones muy peligrosas para nosotros a los cambios en el ecosistema. Entender de esa forma nos llevaría a interpretar que lo ocurrido no ha sido casualidad, sino que es un primer aviso del planeta a la especie humana. Una especie la nuestra con muy poca capacidad adaptativa a los cambios por su complejidad, y que de continuar así, supondría que la COVID-19 no sería más que el primer capítulo de una historia por escribir en clave de tragedia para nuestra supervivencia en la Tierra.

Escribo esto mientras se anuncia la vuelta a la normalidad en el fútbol. Una normalidad que conllevará tener que competir a lo largo del tórrido verano, con intenso seguimiento médico para prevenir posibles contagios, con terrenos de juego esterilizados y gradas ausentes. Escribo mientras se informa en periódicos, revistas y redes sociales del comienzo de otro deporte paralelo que nos encantaba, el de la rumorología, por el que periodistas y gacetilleros nos deslizan golosos nombres de candidatos a integrar la plantilla de la próxima temporada, y nos informan de posibles traspasos y complicaciones varias a la hora de conformar el equipo. Una rumorología que nos invita a construir quimeras, nuevos títulos, heroicas victorias. Promesas de hitos sin parangón alguno en la historia.  Como si no hubiera pasado nada.

Volver, con la frente marchita, heridos por el coronavirus, pero volver, al fin y al cabo. Volver para olvidar, para desaprender lo aprendido en estos cuarenta días. Cuarenta días en el desierto, ayuno y abstinencia de fútbol y Sevilla FC, para repetir los mismos errores del pasado. Mucho me temo que retomar la senda de la que descarrilamos hace un par de meses significará que no, que no hemos entendido nada de lo que ha sucedido. Y eso que las estadísticas que a diario nos proporciona el Ministerio de Sanidad son fáciles de interpretar.

Cada aspecto, cada faceta de la vida nos debe invitar a reflexionar, a aprender la lección que nos ha dado un diminuto material genético, más que microscópico, que ha puesto patas arriba nuestro modo de vida, nuestra absurda normalidad. El fútbol debería también tomar buena nota, porque, queramos o no, la vida va a cambiar mucho a lo largo de los próximos años. Si algo deberíamos haber aprendido es lo frágil que era nuestro mundo, por muchas armas de destrucción masiva que acumulen los que se creían sus amos.

El cambio que vendrá no solo tiene que ver con el aumento del paro o el cierre de muchos negocios. Esto traumático, no es lo principal de lo sucedido. Porque el virus no ha causado nada, sino que es la consecuencia última, la primera forma de expresión, la señal de alarma, de que así no podemos seguir por mucho más tiempo. Es el momento de dar un golpe de timón. Y si la vida va a cambiar, el fútbol también tendrá que hacerlo. Porque, y lo hemos dicho muchas veces, pocas cosas hay en la vida que la imiten tan bien como este deporte que amamos, y que con tan poco respeto cuidan quienes se benefician de él.

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