Optimismitis

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Un poco chafados por el resultado de nuestro Sevilla Fútbol Club frente al Elche, acompañé el sábado por la noche a Jul y Gan a dar una vuelta para despejarnos, aprovechando que la noche sevillana era algo más fresca que de costumbre. Salimos cabizbajos del portal, aunque no pudimos evitar que se nos escapara una sonrisa al divisar a lo lejos a nuestro vecino, que venía de pasear a Hulio-17, su fiel y desgraciado can. Bailaba como si fuera el Papu, como en victoria colombina, alguna música que debía atormentar sus oídos a través de los cascos. Y es que hay que ver la mala suerte que tienen algunos perros con sus dueños.

—¿Qué escuchará el vecino, que viene tan contento? —preguntó Jul.
—Ni idea—respondió Gan—. Por el ritmo que trae, parece salsa. El himno de su equipo no es, eso seguro, porque se le hubieran trabucado las piernas y se habría pegado un buen jardazo.
—Y pediría penalti—afirmó Jul.
—¿Habéis visto como trae al pobre perro? —intervine yo—. Está asfixiándolo con tanto movimiento de caderas. Animalito, con la edad que tiene. Qué mala suerte tuvo cayendo en esa casa.

El vecino pasó a nuestro lado saludándonos como si fuera una figura del reguetón. Se quitó los cascos cuando abrió la puerta y, con un sugerente movimiento de caderas nos preguntó por el resultado del Sevilla Fútbol Club.

—Uno a uno, mamona—le respondió Jul—. Además, tú lo sabes. Que estáis más pendientes de nosotros que de vuestro equipo.
—¡Suerte esta noche! — Interrumpió Gan.

El vecino nos miró un poco perplejo, no en vano era la primera vez que uno de nosotros le deseaba la victoria en el partido que tenían, es un decir, por jugar. Desconcertado, se detuvo un segundo, incapaz de reaccionar, lo que aprovechó Hulio-17 para tumbarse en la puerta derrengaíto. Evitó decir nada y se despidió mostrándonos el pulgar de su mano derecha, en señal de agradecimiento por el gesto de Gan.

—¿Cómo que suerte esta noche, Gan? — gritó Jul en cuanto el vecino despareció del portal arrastrando con todas sus fuerzas a Hulio-17, al que el trasero le pesaba más que a su tocayo.
—Mira, Jul—respondió—, ya va siendo hora de que seamos un equipo grande de verdad, con todos sus avíos. Que pasemos de lo que haga o deje de hacer el vecino. Lo que a nosotros nos conviene es que ganen o le arranquen un puntito al Real España. Perdón, al Real Madrid. A ver si nos damos cuenta de una vez que ellos no son de nuestra liga, que lo que nos interesa es la cabeza de la clasificación.

La verdad sea dicha, ni el pobre resultado del Sevilla Fútbol Club contra el Elche ni la fragilidad atrás nos habían desanimado de la subidona que experimentamos por la mañana cuando entramos a un Space sevillista de Twitter. La gente que participaba, además de confirmar los fichajes más insospechados en el último tramo de la ventana veraniega y que ya hubiera querido adivinar el mismísimo Fabrizio Romano (sin premio), hablaba de que teníamos la mejor plantilla del Sevilla Fútbol Club de la historia. Hasta Gan, tan cerebral él, se contagió de la optimismitis, esa enfermedad de corte pandémico bien documentada por los epidemiólogos de la Premier, que suele atacar a los aficionados al fútbol sin distinción de credo, preferentemente en la segunda quincena de agosto, y que a veces desemboca en una “horse depression” conforme avanza el otoño (también sin premio).

—Podemos ganar la liga, miarma—afirmó Gan sin haber probado aún la cerveza—. Y eso incluye que nosotros ganemos muchos y que otros ganen menos. Por eso, si esta gente gana hoy, aunque tengamos que soportar el coñazo del vecino durante toda la semana, nos viene bien.
—Ni de coña, Jul. Que pierdan en otro sitio. O que empaten. Porque como ganen, menda no va a poder ir al bar a desayunar en toda la semana. Con lo jartibles que son.

Les ahorro la discusión, que fue larga y razonada, porque no llegamos a ninguna conclusión. Y eso que cayeron unas cuantas cervezas en un bar sin tele, por exigencia de Jul. Llegamos a casa sin ponernos de acuerdo, aunque todos supusimos que el equipo del vecino había perdido al escuchar los desconsolados gemidos de Hulio-17, que por más que estuviera acostumbrado a la derrota levanta menos la cabeza que Tello.

—¿Tú ves, Gan? Nosotros podemos discutir si lo que conviene es que ganen o que pierdan, pero ellos lo tienen muy claro.
—¿Muy claro qué, Jul?
—Que su victoria es lo que a nosotros nos venga mal.

Y a partir de ahí comenzamos a ponernos de acuerdo.

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