Nos dejaron con vida

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Eran las once de la noche del pasado miércoles. Nuestro Sevilla Fútbol Club había caído derrotado y todos, no solo yo, Jul y Gan también, hundíamos la cabeza entre las piernas. No, no estábamos haciendo ejercicios de flexibilidad, a pesar de que los brazos taparan nuestros oídos y las manos abrazaran nuestros cuellos como si el salón de casa, en lugar de la sala de tanatorio en la que se había convertido, se hubiera transformado en un gimnasio de tres al cuarto. Estábamos hundidos, más derrotados que nuestro equipo. Y eso que puedo haber sido peor, pero ni en el descanso llegamos a encontrarnos así.

Jul pensaba en el par de yoyas que le iba a dar al vecino en cuanto insinuara algo del partido. Gan trataba de analizar las claves estratégicas de la tragedia y yo… Y yo nada más que pensaba en la pasta. En la pasta que perdíamos de no clasificarnos para la siguiente ronda; en los veinte kilos que se habría depreciado Koundé; en que el Arsenal ya no era el club interesado por Joan Jordán sino el Portimonense o el Racing de Estocolmo. Perdonen, lo reconozco, no lo puedo remediar. Lo de la pasta me nubla el sentío, como dice el anuncio de la Cruz del Campo, o me saca de mis Iker Casillas, en versión fisna de la Junta de la corona y el laurel. Así estábamos, recuerdo, a las once de la noche. La madre que le parió al Haaland ese, que sería muy larga y con muy mala leche en sus tetas.

No hacíamos caso ni a los mensajes de Telegram que nos enviaba La Colina de Nervión. ¿Todavía no te has suscrito? No queríamos saber nada. Si ya lo sabíamos todo, que nos habían dado para el pelo, y que, salvo que la prensa madrileña continuase su ensañamiento con el Barça, mañana sí que saldríamos en el Telediario, pero sería para que los periodistas de Telemadrid Española, esa corporación televisiva que España entera les paga a los madrileños, se mofaran de nosotros. Y Twitter echaba humo. Un humo negro y espeso, con los nuestros ardiendo en una pira que llameaba en muchos idiomas. Todo Twitter hacía leña del árbol caído.

¿Todo Twitter? ¡No! Hay una cuenta, capitaneada por un palangana irreductible, que aún resiste todavía y siempre al invasor. Es la cuenta de Monchix, el León de San Fernandix, que clama a la resistencia con los caracteres que le permite Jack Dorsey el dueño de la red social más tuitera del mundo, sobrándole cuarto y mitad de palabras para combatir nuestro desaliento

Nos dejaron con vida… no nos conocen.

¡¡DICEN QUE NUNCA SE RINDE¡¡

Fue Gan el que lo leyó. Los ojos enrojecidos por el llanto y la rabia de la derrota continuaron enrojecidos de rabia y furia, pero no era la derrota su motor sino el coraje, el orgullo. Nos miramos los tres y nos fundimos en un abrazo. Bueno, primero nos untamos las manos con gel hidroalcohólico, rociamos nuestra ropa con Sanytol y nos pusimos las mascarillas. ¡Pero nos abrazamos! Como si hubiéramos ganado la séptima. O la primera Champions, como si hubiera caído la Liga, o la Copa. Como si el vecino hubiera ganado de nuevo el Colombino o el Trofeo del Mantecado. Con la furia de quienes saben que hay quien desconoce lo que este equipo es capaz de hacer. Y nos vinimos arriba, pero que muy arriba, como el dueño del perro rubio desteñido que atiende por Hulio17 cuando gana de penalti y cree que por eso están en un cambio de ciclo.

Y volvimos a creer. Y hoy tenemos la oportunidad de alcanzar el tercer puesto clasificatorio. Y de recortar tres puntos más al Atlético de Madrid. Y, por qué no soñar, en vencer a Osasuna y a Barcelona, en llegar con el Sevilla Fútbol Club a la final de la Copa del Rey. Y ganar al Elche el partido atrasado.

Este es un artículo lleno de pasión resucitada. Un artículo que corre el riesgo de ser arrojado a la basura en menos de veinticuatro horas si en El Sadar no salen las cosas para el Sevilla Fútbol Club. Pero, es verdad, ¡no nos conocen! Y quién sabe si, ya que no pudo batir el récord de imbatibilidad de nuestro gran Andrés Palop, el también gran Yassinne Bounou lo emula, sube a rematar un córner y… nos lanza de nuevo a la gloria. ¿Por qué no?

¡Gracias, Monchi, por impedir que dejemos de creer!

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