No vuelvas a tocarme

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La palabra genio califica dentro de los nombres ambiguos,  se usa para los dos géneros. La acepción que nos da el Diccionario de la Real Academia Española para ambiguo, es: «nombre común de cosa que se emplea como masculino o como femenino.  Sobre la base de lo anterior y sin temor a equivocarnos, podemos decir: el genio o la genio. Pero también se puede suponer que se da por sentado que un genio es masculino, y que no existen las “genias”. En cambio, suele pasar que cuando se dice  es “una eminencia”, se piensa en un hombre. El caso es: ¿por qué  al escribir sobre la relación de genios del arte y la ciencia con el fútbol, es muy difícil encontrar mujeres? Hay varias causas, una la podemos deducir de lo que le sucedió a Hope Amelia Solo, ganadora de medallas olímpicas, un”guante de oro”, un ”balón de bronce”, o sea una de las mejores guardametas del mundo.

Hope Solo, la excelente portera estadounidense, estaba a punto de subir al escenario para entregar el balón de oro a Abby Wambach su compañera de equipo. Wambach es la máxima goleadora de las selecciones (incluidas las masculinas) con 170 goles. El record se lo arrebató a otra genia, Mia Hamm, una de las futbolistas más importantes en la historia. 

Hope (a la que podemos llamar por su nombre traducido al español: “Esperanza”), estaba feliz y repasó mentalmente varios nombres de mujeres a las que ver jugar al fútbol es un regalo para el alma. Las brasileñas Sissi o Marta, dos maravillas con un balón en los pies, la visión periférica, el juego colectivo, la fuerza y el “jogo bonito”, pura habilidad. Solo comparables a otra fenómena  llamada Sun Wen, si no fuera mujer, y china, habría salido todos los días en los programas deportivos. Verla jugar era hipnótico. Y la lista sigue, las alemanas  Prinz y Kessler, la colombiana Yoreli Rincón. Los nombres son más difíciles de encontrar en los países latinoamericanos, al no ser un deporte menor como en Estados Unidos, el mundo de los hombres no les ha permitido avanzar tanto. Pero  hay algunas excepciones, Carolina Morace en Italia, logró mostrar su calidad como jugadora y fue la primera que logró entrenar a un equipo profesional masculino. Hay otro caso de una DT increíble, la portuguesa Helena Costa. Cuando se rompen barreras se logra llegar a donde sea, incluso árbitros como el caso de la alemana Steinhaus.

Esperanza sonreía al ver a sus compañeras. Lamentaba que toda la atención se la llevara el “balón de oro” masculino. Repasaba las jugadas de esas genias y lamentaba lo que se estaba perdiendo el mundo del fútbol.

Los organizadores le dijeron que debía subir al escenario, a su lado apareció Joseph Blater, que iba a entregar el premio con ella. Los presentaron y el viejo le sonrió y dijo algo que quiso ser un chiste sobre su altura, y luego un comentario superficial sobre su vestido. Se preguntó si el presidente de la FIFA alguna vez las había visto jugar.

A punto de subir, con impostada caballerosidad la dejó pasar y justo en el momento de escuchar los aplausos fue que lo notó. El viejo le tocó el culo. Sintió un relámpago de furia y supo que podía pegar un buen taconazo hacia atrás y dejarle una  marca en la frente. ¿Por qué un señor mayor hace una cosa así? ¿Qué le hace pensar que puede? ¿Qué clase de mundo enfermo tiene a un tipo así como autoridad?

Se vio frente a los micrófonos y pensó en su compañera, en el momento más importante de su carrera. Vio su sonrisa entre el público y decidió posponer su rabia. Esperanza Solo, respiró y sonrió. Entregó el premio, abrazó a la excelente jugadora, escuchó con atención su discurso. Esperó con paciencia, fulminando con los ojos al viejo, que no se atrevía a mirarle a la cara.  No iba a pegarle, no se rebajaría, pero le iba a grabar en el cerebro una frase “No vuelvas a tocarme”.

Blater terminó de aplaudir y salió disparado hacia el lado contario a la portera. Pidió a sus alcahuetes que lo quitaran del medio, dijo que estaba cansado, que quería un whisky, que ya no quería perder tiempo allí, entre tanta mujer. Ya había tocado un culo, era lo más parecido al éxito que podía aspirar, un poco más allá  lo esperaba la cárcel, las acusaciones por corrupción, la miseria de odiar un deporte que mucha gente ama. Al fin y al cabo, él era eso, un pobre rico, que había tocado un culo sin permiso y luego había huido como una rata. Preso en su cárcel de lujo soñaría con ese culo y otros que jamás podrá tocar con permiso.

Esperanza buscó al viejo por el “backstage”, pero ya no estaba. Pasó de la rabia al asco, para llegar a la lástima, la vergüenza ajena, la indignación y finalmente la indiferencia. Decidió ir a festejar con sus compañeras, no iba a dejar que le arruinaran la fiesta. Pasaron muchos años para que alguien la entrevistara, el periódico portugués “Expresso”, cuatro años después, la habló de esa ceremonia y Esperanza tuvo la oportunidad de contar en un medio de comunicación lo que no pudo decir aquella noche. Blater, de 81 años, lo leyó desde su prisión de lujo, y por supuesto lo desmintió, pero le quedó grabado: “No vuelvas a tocarme”.

Hope Solo, nuestra esperanza, dejó claro el mensaje. No importa lo poderoso que te creas, lo que te hayan enseñado de chico, o lo que supongas que es tuyo. Es muy sencillo. Si ella no quiere no puedes tocarla.

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