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Luces en las sombras del coronavirus

Mientras celebrábamos el Día del Trabajo con cierta perplejidad y no poca ironía ante las astronómicas cifras de desempleo, el gobierno nos anunciaba medidas de desescalada del confinamiento, entre las que se incluía la vuelta al deporte profesional. El 4 de mayo, el Sevilla FC y muchos clubes de fútbol más podrán regresar a los entrenamientos con el objetivo de reiniciar la competición liguera lo antes posible, que no será en modo alguno antes de que llegue el mes de junio, ese mes que todavía pertenece a la primavera pero que quienes vivimos en la ciudad hispalense, reconocemos como un tiempo de calor pegajoso e insoportable y de días interminables, poco apto para dar una carrera si no es huyendo del peligro.

Calor, desde luego, no vamos a pasar en las gradas. Y no porque el torneo deba jugarse en horario nocturno, como si a esa hora hiciera fresquito siberiano en Nervión, sino porque los nuestros jugarán solos, no nos permitirán asistir al Ramón Sánchez Pizjuán. Como si todavía no fuera suficiente la manía que le tenemos al coronavirus, encima nos deja sin derbi.

Entre los futbolistas, existen muchas voces discordantes cara al reinicio liguero. Hace unos días, el jugador del Sevilla FC Joan Jordán declaraba que asumía el riesgo a volver, el mismo que su madre había aceptado como limpiadora, como trabajadora esencial de este país, y que la había obligado a ejercer su profesión mientras otros teletrabajaban , o simplemente se tiraban de los pelos en su encierro, no sabemos si con intención de paliar los estragos derivados de la ausencia de peluquerías, o como consecuencia de la desesperación de haber sido apeado de la rueda en la que el capitalismo nos introdujo como si fuéramos hámsteres, esa rueda que ahora se ha averiado.

Sin embargo, no todos los jugadores piensan como el centrocampista catalán del Sevilla FC. La Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) se muestra reacia a poner fechas de regreso a la competición, además de manifestarse contraria al confinamiento de los futbolistas, encerrados, aunque se pronuncie concentrados, en ciudades deportivas convertidas en cárceles con barrotes de oro y menús de nutricionista.

La cuestión que me viene a la mente es si unos profesionales tan bien pagados como los futbolistas de la primera división española tienen derecho a negarse a jugar, esgrimiendo que la salud es lo primero o, por el contrario, deben aceptar el axioma de que si un trabajador llega a un cierto nivel de ingresos económicos como el que ellos gozan, han de aceptar lo que el patrón le interese. Recuerdo esto recién pasada la fiesta del 1 de mayo, una celebración que conmemora la ejecución (el gobierno de Andalucía la denominaría fallecimiento por fusilamiento) de sindicalistas norteamericanos que reclamaban una jornada laboral de ocho horas. Y me pregunto, me sigo preguntando, qué ocurrirá en el mundo del fútbol.

Todos conocemos el descalabro económico y humano que está provocando la pandemia. Algunos, desesperados, lo han pagado ya con su vida, y no precisamente por la infección directa del virus. Que le cuenten a todos los trabajadores y autónomos, esos trabajadores sin derechos, que hacen cola a las puertas de los bancos tramitando las ayudas que ha dispuesto el gobierno. La bola del fútbol es mucho mayor pero, como se ha constatado de forma especial en estos días de ERTE, de cimientos tan débiles como otras facetas de la economía. Que el 93% del presupuesto del Sevilla FC provenga, como cualquier club de élite, de ingresos externos a los que les aportan de forma directa quienes asistimos a los estadios, es para echarse a temblar. Así que, si no hay partidos, no hay tele, si no hay tele no hay pasta, y si no hay pasta la rueda se para y los hámsteres que correteaban en ella, veinticinco por equipo, más los hamsteritos del filial, se quedan sin pedalear. Sí, el coronavirus nos ha demostrado que la economía no era más un trasunto del baile de la escoba. Y la música se paró.

Regresar a la competición significará que la liga y los torneos europeos finalicen en agosto, tiempo en el que en otros años ya rodaban muchos campeonatos domésticos y eliminatorias previas continentales, resulta complicado. Pero que la rueda se pare de manera definitiva sería catastrófico para unas arcas repletas de un dinero que ha demostrado ser de fácil evaporación. Tomar la decisión que se ha adoptado en Francia, aun asumiendo la destacada ventaja que llevaba el PSG al resto de competidores, nos debe hacer pensar. Al fin y al cabo, en materias de libertad Francia nos ha mostrado otras veces el camino. Allons enfants de la Patrie… Pues eso.

El coronavirus, ese ente microscópico que ni siquiera es un ser vivo, nos ha mostrado de nuevo, esta vez con el ejemplo del fútbol, las débiles costuras que sustentaban nuestra forma de vivir, y en este caso, de gozar. Nos ha hecho ver el espejismo en el que vivíamos, pero también nos ofrece una nueva oportunidad de recapacitar.

Escribo esto cuando se confirma que la contaminación ambiental es uno de los más importantes factores causales de la letalidad de la pandemia. Día a día constatamos que la normalidad que nos vestía era un traje sin costuras. Pero también día a día, a menos que escondamos la cabeza en el agujero negacionista, tenemos la oportunidad de admitir que vivíamos en un callejón sin salida, pero que el virus nos está mostrando el único camino por el que se asoma la luz. Y si es tiempo de parar nuestras inercias y cambiar de senda, por qué no hacerlo desde ya en el fútbol, tan contaminado y ayuno de estructuras consistentes como otros sectores. Y que también el deporte que amamos pueda encontrar la luz, la que nos muestra el coronavirus.

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